El Esclavo. Luigi Passarelli
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Era un día normal para todos. Ivano esperaba su turno con los otros chicos,que nacieron el mismo día que él, en la elegante sala de espera. Solamente había visto a cuatro o cinco. Él era el penúltimo. Ninguno hablaba y ninguno decía nada, mejor así. En el fondo era una rutina. Todos leían el manual con las instrucciones que ya habían tenido la oportunidad de aprender en todos los años de vida escolar y familiar. Algo redundante, pero se sabe que las cosas que se dan por descontadas se archivan como algo superfluo en algún lugar del cerebro. Y en algunos casos, cuando algo iba mal, raramente se divulgaba en los medios de comunicación, pero Ivano nunca había vivido o conocido historias en primera persona que pudiesen preocuparle. Como los demás, fingía estar ocupado, ser responsable einteresarse por el manual, leyendo historias de cuando los chicos de su edad estaban obligados a tres exámenes médicos para determinar si eran idóneos para realizar el servicio militar obligatorio. Nada nuevo. El mundo siempre había sido igual. Básicamente aburrido. Tal vez un poco más aburrido. Como aquel verano que terminó el colegio. Ese extraño verano en el que se abre un mundo nuevo, el mundo de la Universidad o del trabajo. No había que hacer deberes. Estudiar por estudiar no pasa por la cabeza. Su familia nunca había ido de vacaciones. Él, hijo único, había participado en algunas excursiones por su región, con objetivos didácticos, pero nunca más de un día. Se acordaba de sus compañeros y amigos. Le habría gustado que alguno de ellos hubiese continuado a ser su amigo en el futuro, pero se habría necesitado mucha suerte. Envidiaba a los que se podían mudar a otro lugar. El estímulo de viajar le había acompañado siempre. Iría a la Universidad; muchos trabajos se lo permitirían,algún día.
«¿Ivano? Ven, te toca.»
Era su turno.
Hacerse preguntas sobre el Programa Price no era muy aconsejable. La felicidad significaba ir más allá, más alládel peso de la vida. Había muchas técnicas. Días antes su padre le había obligado a seguir videoconferencias para prepararse para el gran evento. El día esperado desde que nació, y ese día al fin llegó. Solamente tenía que levantarse de la silla, olvidar su pasado, y seguir a la enfermera.
La sala de operaciones le recordaba a la de su dentista. Ivano sabía que tardaría solamente diez minutos, y era más que suficiente.El anestesista, acostumbrado a estas cosas, se puso a trabajar inmediatamente. Ninguno hablaba, pero alguno fingía sonreir de manera cortés.
Es difícil fingir siempre, e incluso a las puertas del evento más importante para un joven. Sin embargo, toda esa gente estaba adiestrada. Ivano sacó fuerzas y usó técnicas de aislamiento mental. La anestesia y el olor de la habitación le ayudaban.
No perdáis el sentido, pero la molestia de la cánula que entraba en una de sus fosas nasales era evidente y le causaba náuseas. Tenía que llegar cerca de la glándula pineal, depositar la última versión del microchip y sacar la cánula sin provocar daños graves.
Solo entonces se preguntaba qué relación podía haber entre lo orgánico y lo técnico, pero en el fondo eran la misma cosa para él. Sin duda ni el microchip ni el médico sufrían. Después de unos minutos, todo había terminado. El alivio de sentir fuera la cánula se acompañaba de la disminución de los efectos de la anestesia. Poco después se podría levantar y caminar en un mundo de adultos.
Por una parte sentía que había vuelto a nacer, y por otra parte se sentía agobiado y consciente de un cambio importante.
«Ya puedes levantarte, Ivano.»
Sí, podía levantarse. Un leve dolor de cabeza y una pérdida de equilibro le acompañaban al escritorio del estudio. Le esperaba su identificación, su archivo con las contraseñas provisionales y las instrucciones que ya conocía de memoria.
«¡Bienvenido al programa Price, Ivano!»
Ya estaba hecho. Fue más larga la espera que todo lo demás. Nada de especial. Tal vez solamente las consecuencias tenían un alcance significativo. No le quedaba más que volver sobre sus pasos, a casa, e intentar no causar daños.
Regresaba por el camino que solía tomar. Se encontró frente a la tienda donde se había enamorado de tantas chicas y mujeres durante su adolescencia. En el escaparate no había ninguna que le inspirase, pero hizo una prueba. Acercó su teléfono a una chica en bikini para probar el programa. Ella parecía feliz y agradable. Sin embargo, la cuenta no estaba todavía activada. Ivano no sabía el coste de la operación, ni añadir a la chica al carrito o a la lista de deseos. La chica hizo ademán de girarse. No la podía oír, pero se entendían. Evidentemente no le desagradaba el aspecto de Ivano; era una pena que no fuese del agrado de Ivano. Se alejó y volvió a pensar en aquellas chicas que le quitaron el sueño tantas noches y que le dieron una efectiva y sensual compañía en su imaginación y cómo poco a poco desaparecieron de su vista. Se avergonzaba un poco, sobre todo por su familia. Le habían dicho que no tomase en consideración ciertas hipótesis. Crear una familia era algo más, incluso en aquella época. Con el debido tiempo habría encontrado a la mujer correcta. Sus pequeñas aventuras escolares con algunas compañeras no le habían satisfecho completamente. Siempre vivió en el miedo y en la clandestinidad.
Un mendigo llamó su atención. Ivano quería hacer otra prueba, entender su poder, si era todo verdad. Acercó su teléfono al hombre. Sí, esta vez funcionaba. El hombre tenía un valor de tres mil créditos. El hombre con una pierna mutilada, una barba de profeta, sucio como ninguno y vestido como un militar napoleónico le dedicó una sonrisa burlona.
«¡Oye chico! ¿Quieres comprarme? ¿Te estás divirtiendo? ¡Hazle un regalo a tu madre! ¡Llévame a tu casa, dame una habitación y sábanas limpias!Seré muy útil, ¿no crees?» Ivano se asustó y se avergonzó. Sí, era verdad, funcionaba así.
Se alejó rápidamente y pensó en el respeto por las personas, pero también en su utilidad práctica. Todavía había una posibilidad de elección en el Programa. Tenía que ser astuto como siempre, o al menos conservar una línea de ganancias. Ahora tenía miedo de que alguien descubriese su verdadero valor y se aprovechase.
Todos se sabían de memoria las reglas principales del Programa: solo los demás podían saber la cantidad de créditos de un individuo; solo otro dispositivo podía evaluar, nunca el propio. El padre, antes de que Ivano fuese a la consulta, lo quiso tranquilizar: una vez dentro del Programa se puede estar tranquilo. Los créditos eran estándar para todos, la cantidad dependía de la propiatrayectoria en la vida, pero él ya se sabía orientar y se esperaba un crédito reconfortante. Una cifra que le permitiese no continuar.
Sin embargo, Ivano se imaginaba su vuelta a casa. Sermones, atenciones y más sermones. El padre no habría perdido la oportunidad de darle una idea más precisa de la situación, pero, en realidad, se hacía querer. En su casa nunca había faltado de nada, excepto la posibilidad de viajar. El mundo era algo desconocido; solamente habían conocido algunos barrios, y esto debía ser suficiente porque el mundo era muy peligroso para conocerlo completamente. Los viajes los gestionaba el Programa, y solamente algunos afortunados conseguían dejar su Área de Competencia, igualitocomo sus padres y él, y quizás algunos amigos.
Ivano pasaba por delante de las pocas tiendas activas de la calle. Casi todas eran tiendas de comida. Había tenido la tentación de hacer, a escondidas, su primera compra; al menos un caramelo, pero sabía que su padre se habría cabreado con él. Habría echado a perder su cumpleaños Price y, a lo mejor, su padre, al hablar con los Tutores del Sistema, le habría puesto un límite de gasto.
Para ser un adulto de verdad y hacer felices a los suyos tenía que comportarse y rechazar las tentaciones infantiles.