El Esclavo. Luigi Passarelli
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Ivano toco al timbre, ya que nunca había tenido llaves. El padre corrió a abrirle la puerta. Como todos los padres, no trabajaba el día del cumpleaños Price de su hijo.
«¡Ivo! ¡Lo has conseguido! ¡Ven, entra! ¿Y qué… estás emocionado? ¿Te sientes mayor? Siéntate que tenemos una sorpresa para ti.»
La madre trajo una tarta seca con una vela encendida. Todos estaban sentados en la mesa, bueno, en realidad, todos no. Faltaba el resto de sus familiares, pero hasta que el Programa no diese créditos suplementarios para los regalos de la fiesta, nadie compraba nada. Ivano sopló la vela, y deseaba irse a su habitación, pero no podía. El padre de Ivano cogió su teléfono y con solemnidad lo acercó a la cabeza de su hijo.
«¿Estás preparado? ¿Lo quieres saber o no? ¿No tienes curiosidad? Todos estos años he estado a tu lado, te he aconsejado y te he guiado. ¡Lo único que tengo que hacer es un clic y lo sabré! ¡Ah! ¿Alguien te ha evaluado por la calle o has sido un ingrato y le has pedido el favor a alguien? ¿Qué dices Ivo? ¿Lo hago?»
El padre finalmente lo supo. Al principio estaba serio y preocupado, pero después se relajó. «Tal y como creía. Exactamente como creía. Nunca me equivoco, ¿verdad, cariño? ¡Mira!»
El padre lo había adivinado. En su corazón, Ivano esperaba una cifra más alta. No tenía ningún motivo; era solo un deseo. Sí, habría deseado recibir una cantidad mayor de lo que mostraba la real cifra, pero soñar demasiado puede resultar engañoso. Se había topado con un muro. En su cabeza se había imaginado una novela con un final feliz. Ahora solamente quería irse a descansar. Le seguía doliendo la cabeza y no le había vuelto del todo el equilibrio; se sentía mejor caminando que estando sentado y quieto. La tarta estaba rancia, de esas ya preparadas, y de esas que para tragar el trozo tienes que beber tres vasos de agua. Soñaba con la crema de otros tiempos.
El padre e Ivano se sentaron en el salón. A la madre no le interesaba otra cosa que no fuese la normal administración de la casa: gestión de la despensa, limpieza y pequeños recados. Su marido se encargaba de su crédito, ya que siempre había sido una pésima estudiante. Este hecho la había humillado y deprimido a lo largo de su vida, así que no participaba voluntariamente en las decisiones de la familia, pero muchas veces su marido, en privado, de hecho, solamente en la habitación, le pedía opiniones y consejos, pero ella respondía con pocas palabras, las suficientes para contentar a su marido. Echaba de menos a su familia, pero nadie sabía por qué se había interrumpido el contacto, al menos nadie lo sabía oficialmente. Corría un rumor sobre un arresto de un pariente suyo y ya está.
El padre de Ivano trabajaba en el mantenimiento de un parque infantil, el único que había en el Área de Competencia. El parque era enorme y tenía una infraestructura grandiosa que naturalmente necesitaba continuas revisiones, medidas técnicas y de supervisión y el padre de Ivano se había convertido en uno de los responsables de la zona. Sin embargo, para Ivano, el placer de visitar el parque infantil había disminuido durante el paso de los años. No habían incluido ninguna novedad; era todo exactamente igual a como lo recordaba, así que con el paso del tiempo no tenía ningún interés en ir. Su padre no le culpaba, básicamente su trabajo estaba destinado a familias con niños pequeños. Sabía con certeza que los hijos de Ivano podrían entrar gratis todo el tiempo que quisieran, gracias a su presencia, y eso le bastaba: un pequeño privilegio del que estaba orgulloso. El padre de Ivano necesitaba incentivos, aunque pequeños, para no pensar en otros inconvenientes.
En el salón, Ivano escuchaba las palabras del padre, llenas de sabiduría, pero melancólicas y desconcertantes. No comprar nada que no fuese estrictamente necesario: la matrícula de la Universidad incluía la comida, libros, ebooks, apuntes, y todo lo demás. No tendría que cambiar nada en la actitud de Ivano; debía seguir igual de bien como ya lo había hecho en el instituto, de hecho, era imprescindible sacar las mejores notas. El padre solo pedía cuatro años de intensidad y constancia. Después, pasaría al paso siguiente.
Recordaba que no todos sus compañeros habían corrido la misma suerte; no todos compartían sus capacidades. Era necesario agradecer a todo y a todos: reconocer que era un privilegiado y centrarse en esta idea para mantener su posición. Mantener la posición. Ivano había oído durante toda su vida todas estas historias, pero ese día le resultaban desagradables.Soñaba con desentenderse y meterse en la cama, si no era para dormir, al menos para ponerse los auriculares y escuchar un audio de sueños. No quería admitirlo, pero no podía seguir el monólogo del padre. Los temblores, unidos a una especie de ligera parálisis, le hacían sudar. La madre, que había pasado por el salón un par de veces, se había dado cuenta, pero no dijo nada, como siempre.
«Venga, ve a descansar. Que yo sepa, hoy en día la operación es coser y cantar, pero recuerdo cuando me tocó a mí, estuve en la cama durante una semana. Pensamos recurrir a la garantía, pero después se me pasó todo.» Ivano se levantó mecánicamente. Por suerte las escaleras tenían todavía una barandilla y se arrastró hasta su habitación.
Ya había pasado todo. Comenzó, tumbado en la cama, a dudar sobre sus estudios, pasados y futuros. Se dio cuenta de que no había elegido acorde con sus deseos, pero había hecho todas las pruebas previstas para llegar a un lugar adecuado a su naturaleza e idóneo a sus características. No debía tener dudas; no existía la posibilidad de haber elegido mal, pero, de todas formas, se sentía un mediocre, también porque sabía que, en realidad, no tenía deseos plausibles o verosímiles. Le habría gustado viajar y elegir de vez en cuando el camino que recorrer, pero no sabía mucho del mundo. Se sabía de memoria los mapas del mundo, de los que, de hecho, no había mucho que saber o imaginar.
Solamente un compañero suyo estudiaría lo mismo que él; un compañero con el que nunca había hablado. Nunca antes se habían encontrado y ni siquiera sabía cómo se llamaba, pero el último día de instituto quedaron para ir juntos un díaa ver la facultad en la que estarían. Cada facultad estaba separada de las demás. Nunca había visto ese edificio y tampoco había oído hablar de él, pero no estaba lejos de su casa. Se llamaba Contenedor B1 y decidió ver si en su tablet podía encontrar alguna foto. Era extraño que no lo hubiese pensado antes. Quedó decepcionado, pues solo había una aplicación para descargar. No había más resultados, así que era inútil continuar con la búsqueda. Pensó que tendría acceso a los datos una vez inscrito. Su padre ya le había informado de cuántos créditos perdería durante el año, pero también de las posibilidades de acumular otros. Quizás debería dar definitivamente un salto cualitativo, y así, le volvió la esperanza y la energía. Tal vez valía la pena hacer todo lo posible por los créditos. Pensó en un resultado positivo, pero temía que fuese todo muy difícil: pruebas imposibles, preguntas y respuestas trampa, todo para impedir su justo reconocimiento, pero, en verdad, si todo fuese fácil, no tendría las mismas ganas de aumentar sus posesiones, o quizás sí. Se puso los auriculares para escuchar su emisora preferida, pero la Voz de la Conciencia empezó a hablar. «Ivano, ahora que eres todo lo que siempre soñaste, deja de pensar en negativo. Disfruta de estos momentos junto a tus seres queridos. Muéstrales agradecimiento por todo lo que han hecho por ti. Es gracias a todos nosotros, que siempre hemos estado a tu lado, que has llegado al Gran Día. Sé consciente y agradecido. ¿Quieres escuchar tu horóscopo diario?»Ivano odiaba el horóscopo; odiaba todo aquello que, sin ningún esfuerzo, se podía saber; sin embargo, parecía hecho a propósito. La emisora puso una lista de canciones, aunque solo conocía a un artista. Un artista histórico; uno de los pocos que han sobrevivido. Lo había estudiado y requeteestudiado.Tuvo una asignatura específica sobre este asunto: el abandono de la idolatría