Rebaños. Stephen Goldin

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Rebaños - Stephen  Goldin

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ciudades, planificadas y construidas para ser perfectas. Sistemas de transporte y comunicación estaban por todas partes.

      Entonces un día, los Offasii se fueron. Se trató de un éxodo ordenado y bien planeado, sin dar explicación alguna a los Zarticku. Un día los Offasii habían dominado aquel mundo a su manera, y al día siguiente, subieron a sus enormes naves espaciales, las cuales habían sido guardadas desde el día en que llegaron, y partieron hacia el espacio. Dejaron tras de si todos sus trabajos, sus ciudades, sus fábricas y sus máquinas. Abandonaron también una raza que habían convertido en esclavos, los cuales quedaron muy perplejos y estupefactos.

      Al principio, los Zarticku no podían creer que sus amos se hubiesen ido. Se acurrucaron muertos de miedo pensando que este era un nuevo método de tortura suyo. Pero pasaron las semanas, y no había rastro alguno de los Offasii. Mientras tanto, había cosechas y máquinas que necesitaban ser atendidas. Casi como por reflejo, volvieron a las tareas que acostumbraban hacer.

      Pasaron varios siglos y los Zarticku convirtieron aquella inteligencia creada para la ocasión en algo más suyo. Examinaron las máquinas que los Offasii habían dejado y descubrieron los principios de la ciencia; de allí, las mejoraron y adaptaron para sus propósitos. Desarrollaron su propia cultura. Usaron su intelecto para construir su filosofía y pensamiento abstracto. Diseñaron su propio entretenimiento y ocio. Empezaron a vivir la vida tranquila de las especies inteligentes que habían creado su propio planeta.

      Pero entre tanto éxito siempre había cierto miedo, el miedo a los Offasii. Siglos de opresión cruel habían dejado huella en la psique de los Zartic. ¿Qué sucedería si algún día los Offasii regresaran? Seguro que no se tomarían a bien tal usurpación de sus máquinas por parte de esclavos. Idearían nuevas y más horribles torturas y los Zarticku, como siempre, las sufrirían.

      Esta era la atmósfera de miedo y curiosidad que alimentó la idea más atrevida que tuvo la raza Zartic: el Proyecto de Exploración Espacial.

       CAPÍTULO 1

      Los dos carriles de la ruta estatal 1 de California discurrían paralelamente a la costa. Al oeste, a veces a tan sólo a sesenta metros de la carretera, estaba el Océano Pacífico, lanzando sus olas sobre la arena y las piedras de la playa estatal de San Marcos. Al este, unos acantilados de roca blanca y desnuda se levantaban hasta una altura de más de sesenta metros. Más allá de los acantilados, una cordillera de montañas. No eran muy altas, la mayor apenas tenía trescientos metros sobre el nivel del mar, pero era suficiente para los habitantes del lugar. Las montañas estaban cubiertas por dispersos bosques de cipreses y malezas enredadas, con pocas especies más de vegetación presentes en pequeños lugares.

      En lo alto de acantilado, con vistas hacia la autopista y el océano, había una pequeña cabaña de madera. Estaba en el medio de un claroscuro, la única señal de presencia humana entre tanta naturaleza. Un coche estaba aparcado junto a la cabaña en el lugar donde se había colocado grava alrededor del perímetro del edificio. Esta se extendía hasta unos nueve metros, justo antes de una roca, poco más de cinco metros más allá, hacia los árboles.

      Había un estrecho y descuidado camino que conectaba la carretera con la cabaña. No era en línea recta, si no que serpenteaba entre los árboles hasta el claroscuro. Un par de luces se podían ver a lo largo del camino, apareciendo y desapareciendo a medida que un coche tomaba las curvas o pasaba entre los cipreses.

      Stella Stoneham permanecía de pie en medio de la oscuridad mirando como aquellas luces del coche se aproximaban. A medida que se acercaban cada vez más, en su interior intentaba ser valiente. Tomó una última calada a su cigarrillo y lo apagó nerviosamente con su pie sobre la grava. Si había alguien al que no quería ver en aquel momento era su marido, pero parecía no tener opción.

      Frunció el ceño y levantó la mirada al cielo. La noche estaba despejada, con restos de nubes tapando las estrellas. Miró otra vez a los faros del coche. En un minuto llegaría. Tras suspirar, entró de nuevo a la cabaña.

      Normalmente el interior de aquel lugar la alegraba con su luminosidad y su calor, pero aquella noche, irónicamente, parecía llevarla hasta una profunda depresión. La habitación era grande y estaba vacía, dando la imagen de espacio y libertad que Stella quería. Había un gran sofá marrón junto a una de las paredes, con una mesilla y una lámpara junto a él. En la esquina, mirando según el sentido de las agujas del reloj, había un fregadero y una estufa pequeña; un armario colgado de la pared, tallado con filigranas y gnomos rojos colgando de una de sus esquinas. También en aquella pared había un estante con diversos utensilios de cocina, todavía nuevos como el primer día por su falta de uso. Siguiendo en la misma habitación había una pequeña mesa junto a la tercera esquina. La puerta del dormitorio de atrás y del baño permanecía entreabierta, con la luz de la habitación principal penetrando suavemente hacia la oscuridad. Para terminar, había un escritorio con una máquina de escribir, un teléfono y una vieja silla plegable junto a la esquina cerca de la puerta. El centro de la habitación estaba vacío con excepción de una alfombra marrón que cubría el suelo de madera.

      De aquel lugar no era fácil enamorarse, cosa que sabía Stella, pero si tenía que ocurrir una pelea —y es lo que parecía que iba a ocurrir— sería mejor que fuera en su propio territorio.

      Se sentó en el sofá y se levantó al poco rato. Paseó por lo largo de la habitación, preguntándose que debería hacer con sus manos mientras estuviera hablando o escuchando. Los hombres eran afortunados al tener bolsillos. Pudo escuchar el ruido del coche pisando la grava muy cerca de la puerta de la cabaña. Se abrió la puerta del coche para cerrarse de un golpe. Pisadas de hombre se escucharon fuerte frente a las escaleras delanteras. Se abrió la puerta y entró su marido.

       * * *

      Este debía ser el onceavo sistema solar que había explorado personalmente, lo que significa que, para Garnna iff-Almanic, el trabajo de encontrar y examinar planetas se había convertido en un trabajo rutinario pero exótico a la vez. El Zartic había sido entrenado durante años antes de ser aceptado en el Proyecto. Había, en primer lugar, un entrenamiento mental estricto el cual permitía proyectar su mente fuera de su cuerpo y hasta las profundidades el espacio con ayuda de máquinas y sustancias.

      Pero un Explorador ha de tener más que solamente eso. Ha de trazar el curso en el vacío, tanto para intentar localizar un planeta nuevo como para encontrar el camino a casa; eso requiere de un gran conocimiento sobre navegación celestial. Tiene que clasificar rápidamente el planeta que está investigando, lo que se llaman un experto actualizado-a-la-última en la siempre en desarrollo ciencia de la planetología. Se le puede ordenar escribir un informe sobre las formas de vida, si las hubiese, en dicho planeta; lo que requiere poseer conocimientos de biología. Y, en caso de encontrar vida inteligente en el planeta, ha de ser capaz de describir el nivel de su civilización con tan sólo un vistazo y ser requerido estar libre de prejuicios personales y miedos en lo posible hacia sociedades alienígenas y sus diferentes maneras de hacer las cosas que un Zartic normal lo llevarían a enloquecer.

      Pero lo más importante de todo, es que tiene que vencer el miedo instintivo de los Zartic hacia los Offasii, y es lo que requiere de más entrenamiento. Su mente se cierne sobre un nuevo sistema solar, e inspecciona sus posibilidades. Aquella era la Exploración realizada a mayor distancia hasta la fecha, a más de cien parsec de Zarti. La estrella era una enana amarilla – del tipo normalmente asociada con las que tienen sistemas planetarios. Pero en cuanto a si este sistema tenía planetas... Garnna hizo una mueca. Aquella era siempre la parte que más odiaba de todas.

      Empezó recorriendo inmediatamente el espacio que rodeaba la estrella. Su terminaciones nerviosas se expandieron como si fuera una red, volviéndose cada vez más

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