Las Inmortalidades. Guido Pagliarino
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Tras el descubrimiento de la fuerza ultrafotónica, no habÃa habido tiempo de diseñar medios superlumÃnicos: solo de lanzar las dañinas señales. Por tanto habÃa sido imposible que las astronaves-tortuga terrestres se opusieran a los fulminantes vehÃculos alienÃgenas. Esos bandidos de Larku habÃan atacado por todas partes; sobre la Tierra, sobre Marte y sus satélites, hasta la victoria. El ataque habÃa durado solo unas pocas horas. Los enemigos habÃan combatido en persona, usando los robots solo para funciones secundarias, mientras que las fuerzas armadas terrestres habÃan lanzado en su defensa cyborgs militares sin que el ejército humano se expusiera en la lÃnea de fuego: los robots habÃan sido inmediatamente desintegrados por el enemigo junto con las aeronaves militares que los transportaban y la humanidad se preguntarÃa por siempre: ¿HabrÃamos perdido igual si hubiésemos combatido nosotros mismos, en vez de delegar en esos humanoides electrónicos de escasa flexibilidad mental? Indudablemente sÃ, habÃa sido siempre la conclusión, pero al menos no habrÃamos sufrido ni la vergüenza ni el arrepentimiento.
La rendición habÃa sido incondicional. Los larkuanos habÃan nombrado inmediatamente sus gobernadores tiránicos sobre la Tierra y sobre los demás planetas y satélites del hombre.
Pueblo muy misterioso, no se habÃa conseguido saber casi nada de su historia. Los ocupantes vigilaban todos los medios de comunicación terrestre, vetando la transmisión en directo y controlando y eventualmente censurando las noticias antes de hacerlas pública, asà que se conocÃa solo lo que los larkuanos no trataban de ocultar o querÃan difundir, noticias estas últimas que las centrales operativas alienÃgenas transmitÃan holográficamente a las redes de distribución de las televisiones, de las computadoras y de los miniteléfonos proyectores de los terrestres, por ejemplo, la reaparición de pintadas antilarkuanas en las paredes, pero con la advertencia de que los culpables serÃan localizados y castigados con severidad. Se habÃa sabido de los invasores, entre pocas otras cosas más, que tenÃan una única religión, a la que llamaban el Credo Misteriosófico. Y se sabÃa, porque a menudo los extraterrestres la invocaban incluso en público, que adoraban a una entidad llamada Supremo del Cosmos. Se rumoreaba además que el pueblo del planeta Larku se consideraba como el pueblo elegido y que, en lo que respectaba a los sometidos, consideraban inteligentes a algunos de ellos, no elegidos pero elegibles por mérito y se valÃan de ellos para ciertas tareas secundarias. El extravagante criterio de selección se basaba no tanto en las facultades intelectivas de la persona examinada, sino en primer lugar en la inmediata sumisión a los colonizadores. A la mayorÃa de los terrestres se le habÃa considerado como un grupo entero de individuos sin alma. Se trataba, en suma, de una filosofÃa espiritual iniciática similar al antiguo gnosticismo de los terrestres. Más en concreto, se parecÃa a esa importante variante alejandrina expresada por el teósofo Valentino, según la cual los seres humanos no estaban todos incluidos en dos únicas clases, como pensaban otros gnósticos, las de los mortales materiales, sin espÃritu y por tanto sin resurrección a la vida eterna, y la de los espirituales, admitidos en la alegrÃa plena de la eternidad en el Reino trascendente que rodea a Dios y que emanaba de Ãl, llamado el Pleroma: para los valentinianos existÃa también la categorÃa de los psÃquicos, individuos inteligentes que, si se elevaban en vida con la meditación y otras prácticas, podÃan por los menos ascender después de la muerte a una vida eterna en una serena zona celeste apropiada en los confines del Pleroma. Los larkuanos no habÃan construido ningún lugar de culto sobre los planetas que habÃan sido del hombre. Se rumoreaba, pero sin ninguna prueba, que tenÃan sus templos en las astronaves en órbita. Por turnos, una vez cada treinta rotaciones de la Tierra, equivalente a aproximadamente treinta y tres dÃas larkuanos, subÃan con sus teletransportes, mucho más potentes y sofisticados que los terrestres porque podÃan transportar a muchos larkuanos a la vez, reorganizándolos perfectamente a la llegada sin ninguna mezcla de átomos de los diversos individuos. En esas ocasiones, llevaban vistosas vestiduras sacras. Los invadidos habÃan constatado también, en primer lugar en su propia piel antes de rendirse, que, igual que entre los seres humanos, también entre los invasores se encontraban los «malos», como los definÃan los terrestres, egoÃstas y prepotentes, y los «buenos», normalmente altruistas y bastante piadosos, incluso con el género humano. Después de una semana, todos habÃan comprendido que los dirigentes polÃticos y militares larkuanos estaban sin duda todos entre los malos, más bien entre los despiadados: esta noticia habÃa sido difundida muchas veces por todos los medios, seguramente por encargo directo de los propios jefes larkuanos, a fin de que la conciencia de su maldad sirviera para mantener mejor el orden. También se habÃa anunciado oficialmente que los ocupantes, sin duda por razones interesadas de orden público, habÃan concedido a los ocupados una autonomÃa limitada, tanto religiosa como institucional: un poco como hacÃa el antiguo pueblo romano en las regiones de su imperio, por ejemplo en Judea. Naturalmente, esta autorización se habÃa publicitado como un gesto de infinita magnanimidad. Las iglesias terrestres, por tanto, no se habÃan disuelto, sino solo se habÃan visto sometidas a un tributo en dinero, con la más absoluta prohibición para los jefes religiosos, bajo pena de muerte, de expresar opiniones polÃticas. En lo que se referÃa a los centros urbanos, los administradores hasta el nivel de alcalde, cargo este último sometido a un prefecto larkuano, seguÃan siendo terrestres, pero elegidos de entre quienes los jefes larkuanos consideraban inteligentes de acuerdo con el criterio excéntrico de la sumisión inmediata. Por el contrario, se habÃan aplicado a los ocupados las leyes de los invasores y los jueces humanos habÃan sido relevados y sustituidos por magistrado del planeta Larku.
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