Las Investigaciones De Juan Marcos, Ciudadano Romano. Guido Pagliarino
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â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con las primeras luces, este habÃa sido conducido atado ante el procurador Poncio Pilatos para obtener una sentencia oficial de muerte por sedición, condena capital que, según los acuerdos con Roma, el sanedrÃn no podÃa imponer nunca, ni reunido informalmente y sin todos sus miembros, como en ese caso, ni haciéndolo oficialmente y en sesión plenaria. Pilatos, para apaciguar a la multitud instigada por los sacerdotes, habÃa hecho flagelar al prisionero horriblemente y luego le habÃa condenado a la muerte en la cruz en el lugar de las ejecuciones, la pequeña colina cerca del exterior de las murallas llamada Calvario.
En la mañana del tercer dÃa después de la muerte del maestro nazareno, algunas seguidoras que habÃan participado en su sepultura y conocÃan la ubicación de su sepulcro se habÃan acercado para rendir los honores fúnebres al cadáver, ungiéndolo, algo que no habÃa sido posible cuando estaba colgado en la cruz, antes de la puesta de sol del viernes y por tanto poco antes del sábado, dÃa del sagrado reposo de los hebreos. De forma completamente inesperada, las valientes mujeres habÃan encontrado abierta la tumba y, como testimoniarÃan luego, sin ser creÃdas, habÃan visto a un hombre joven vestido de blanco, sentado sobre la piedra sepulcral, que se habÃa vuelto hacia ellas afirmando que el crucificado habÃa resucitado y pidiendo que dieran a los once la orden del maestro de volver a Galilea, donde le volverÃan a ver. HabÃan quedado estupefactas y en lugar de obedecer habÃan vagado sin rumbo por Jerusalén. Finalmente, una de ellas, una tal MarÃa originaria de Magdala, al pasar por delante de la casa de MarÃa la viuda, su amiga, se habÃa decidido a entrar para contar lo acaecido. La madre de Marcos le habÃa llevado hasta los once, a quienes finalmente la mujer magdalena habÃa referido los últimos hechos extraordinarios. Todos, salvo el joven discÃpulo Juan, habÃan permanecido incrédulos y se habÃan dicho unos a otros algo asÃ: ¿Cómo se podÃa confiar en las mujeres? Ni siquiera tienen derecho a dar testimonio en un juicio salvo sobre cosas banales, imaginaos si es posible creer esa noticia. ¿Un mensajero del cielo? Histeria femenina. También Marcos se habÃa mostrado escéptico, aunque guardando en su mente las palabras de la mujer. Juan sin embargo habÃa querido ir al sepulcro y Pedro, movido por la curiosidad, se habÃa armado de valor y le habÃa seguido. Les habÃa guiado MarÃa de Magdala, porque, al no haber participado en la sepultura, no conocÃan la tumba. La habÃan encontrado realmente abierta y vacÃa, salvo por las telas sepulcrales.
â¿Un robo del cadáver por parte del sanedrÃn? âhabÃa propuesto Pedro a Juan.
Después de haber reflexionado, habÃan concluido que los jefes de Israel no habrÃan conseguido ninguna ventaja con la desaparición del cuerpo: por el contrario, no habrÃan querido que se diera crédito a voces de prodigio. Los dos habÃan razonado también que habrÃa sido mucho más cómodo para los ladrones, y completamente natural, llevarse el cuerpo envuelto en la sábana, no desenvolverlo primero y luego transportarlo. Y además, habÃan advertido que el tejido fúnebre de lino en el que se habÃa envuelto el cadáver no yacÃa en desorden, sino sencillamente arrugado, como si el cuerpo se hubiera desvanecido en su interior. HabÃan concluido que, a menos que algunos desconocidos hubieran organizado una puesta en escena por motivos misteriosos, el crucificado debÃa haber resucitado de verdad.
âHay suficiente oscuridad como para no creerlo, querido Juan, pero hay claridad bastante como para creerlo âhabÃa dicho Pedro, más para sà que para su compañero.
Al dÃa siguiente los once habÃan partido hacia Galilea, no solo por la posibilidad de que su maestro se les apareciera realmente, sino para evitar finalmente los peligros.
En cuanto a Judas Iscariote, habÃa corrido la voz en Jerusalén de que se habÃa suicidado después de haber devuelto el precio del vendido y haber pedido en vano ser juzgado por el sanedrÃn como mentiroso acusador de un hombre justo. Marcos, al oÃr estos rumores y habiendo sabido por Juan que el traidor se habÃa unido al entorno de los zelotes revolucionarios, habÃa supuesto que habrÃa denunciado al nazareno pensando que el arresto habrÃa causado una sublevación popular que habrÃa puesto al maestro en el trono de Israel y Judas se habrÃa reafirmado en su idea cuando el propio rabino no solo le habÃa dicho que conocÃa sus intenciones, sino que, además, le habÃa exhortado a no entretenerse. A la vista de lo opuesto del resultado, el traidor se habrÃa sentido culpable según las leyes de Moisés por haber denunciado a un inocente y, como el sanedrÃn no le habÃa querido procesar y condenar, se habrÃa ajusticiado a sà mismo. Marcos tenÃa un buen corazón, pero el juicio moral de muchos sobre Judas habrÃa sido de condena absoluta.
Un dÃa los hechos recogidos por Marcos en esos dÃas y otras noticias sobre el maestro nazareno que habrÃa obtenido de Pedro se reunirÃan en su librito Evangelio de Jesucristo, hijo de Dios: serÃa el propio Marcos el que inventarÃa el género literario del evangelio, es decir, la buena nueva. Pero eso ocurrirÃa muchos años después, más allá de nuestra historia.
Dos semanas después de haber dejado Jerusalén, los once habÃan vuelto y habÃan llamado a la casa de Marcos y su madre. Les habÃan contado que Jesús de Nazaret se les habÃa aparecido realmente en Galilea, ordenándoles volver a Jerusalén a predicar la buena nueva de su resurrección y de la salvación eterna para los seres humanos, y de extenderla a continuación a todas las naciones.
Marcos se habÃa mostrado incrédulo. HabÃa sugerido a Pedro:
â⦠¿Y si pura y sencillamente habéis sufrido alucinaciones?
âEstamos seguros de que no âhabÃa respondido el jefe de los discÃpulosâ. Todos tenemos ahora luz más que suficiente para creer, aunque comprendo que para ti y para cualquiera que no haya visto al maestro resucitado haya oscuridad bastante como para no creer. ¿Sabes? Creo que siempre será asÃ: luz y sombra, confianza y desconfianza en nuestro testimonio sobre Jesús