El Retorno. Danilo Clementoni

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El Retorno - Danilo Clementoni

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tomo como un cumplido», dijo ella, intentando desdramatizar un poco.

      Â«Detrás de esa armadura de mujer fuerte e indestructible, creo que se esconde un cachorro tierno y asustado. Eres una mujer muy dulce y con una sensibilidad única». Quizás se arrepentiría de lo que estaba a punto de decir, pero reunió valor y continuó, «Sinceramente, no me interesa una noche de sexo para archivar en el recuerdo, como otras tantas totalmente inútiles y que la mañana después no te dejan nada más que un vacío inmenso. De ti deseo más. Siempre me has gustado mucho, lo confieso». Ya no podía parar. Cogió sus manos, las apretó y continuó. «Desde que te vi la primera vez en mi oficina, entendí que tenías algo diferente. Al principio me atrajo lógicamente tu belleza, luego tu voz, tu forma de hablar, tus gestos, tu forma de caminar, tu sonrisa...», hizo una breve pausa y añadió, «Tu encanto me ha embrujado. Me has robado el corazón. No creo que sea capaz de pensar en una vida sin ti y no será como acabe esta noche lo que me haga cambiar de idea».

      Elisa, que no esperaba una declaración semejante, se quedó por un momento sin palabras, luego, mirándolo a los ojos, se le acercó lentamente. Vaciló durante un instante y luego lo besó.

      Fue un beso largo e intenso. Emociones viejas y nuevas estaban resurgiendo en la mente de ambos. De repente, Elisa se separó y, permaneciendo a pocos centímetros de él, dijo «Gracias por tus palabras, Jack. Ni siquiera yo habría deseado que nuestro encuentro acabara en una triste noche de sexo. Esta noche me ha permitido descubrir algo más sobre ti y apreciar el tipo de hombre que eres. Yo tampoco habría pensado nunca poder encontrar, detrás de un serio “coronel”, una persona tan tierna y sensible. Tengo que confesarte que no sentía latir mi corazón tan fuerte desde hace mucho tiempo. No soy ya una adolescente, lo sé, pero no quisiera arruinarlo todo invitándote a subir ahora». Hizo una larga pausa y añadió, «Me gustaría mucho volver a verte».

      Lo besó de nuevo, bajó del coche y entró corriendo al hotel. Temía que, si se daba la vuelta, no sería capaz de respetar lo que le había dicho poco antes.

      Jack la siguió con la mirada hasta que desapareció al otro lado de la puerta giratoria del Hotel. Permaneció inmóvil, mirando las puertas moverse hasta que se pararon completamente. En ese momento, dirigió una última mirada hacia el letrero del hotel, luego pisó a fondo el acelerador y, con un agudo chirrido de neumáticos, desapareció en la noche.

      Los dos oscuros personajes que seguían a la pareja, aparcaron el coche detrás del hotel, con mucho cuidado para no llamar la atención. Desde ahí podían ver la ventana de la habitación de Elisa que, después de menos de un minuto, se iluminó.

      Â«Ha entrado y está sola», dijo el gordito.

      El delgado le recordó al otro que había perdido la apuesta. «Amigo mío, suelta la pasta», e hizo el gesto de frotar el índice y el pulgar entre ellos.

      Â«Bueno, me esperaba todo menos que acabara así», respondió el gordinflón. «Nuestro querido coronel parece que se ha enamorado».

      Â«Ya, y ella parece que también está por la labor».

      Â«Realmente una bonita “pareja”», comentó el gordinflón con si habitual risa. «Ahora esperamos hasta que se meta en la cama, luego nos metemos en su habitación y copiamos todos los datos de su agenda electrónica». Bajó del coche y añadió, «Mientras preparo el material, tú comprueba que apague la luz».

      Elisa estaba atormentada por mil pensamientos. ¿Había hecho bien en dejarlo así? ¿Cómo se lo habría tomado? En el fondo, había sido él quien había propuesto dejarlo. Sin duda, Jack le había dado una buena demostración de seriedad. ¿Era realmente sincero el sentimiento que, con tantas maravillosas palabras, le había expresado, o era solo una estrategia para hacer que cayera cada vez más en una red hábilmente tejida? No habría soportado otra desilusión amorosa, más dolor, más sufrimiento. Decidió no pensarlo por el momento. El objetivo que se había fijado lo había alcanzado de todas formas: el coronel le había concedido otras dos semanas para completar su investigación. Lo demás eran solo expectativas y ella había ya aprendido a no hacerse demasiadas ilusiones. No podía permitirse cometer otro error. Esta vez no se habría recuperado.

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