Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín. Giovanni Odino
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Читать онлайн книгу Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín - Giovanni Odino страница 14
â¿Vodka? ¿Con el postre?
âYa verás.
Carlotta volvió con los dos vasos llenos de mascarpone y mostaza, colocados en medio de un plato en el que habÃa puesto también una pequeña rodaja de gorgonzola fresco y suave, y algunos trozos de nueces.
Edoardo, que la habÃa seguido hasta la cocina, sacó la botella de vodka y los vasos de licor del congelador.
âLa combinación con la mostaza era muy difÃcil. He pensado en el sabor simple, limpio y fresco del vodka Moskovskaya y a su carácter suave y envolvente, carente de aspereza. Te propongo que seas mi cobaya en este experimento.
âMe encantará ser el cobaya de todos tus experimentos. ¿Cómo piensas usarme esta noche? ¿Tienes en mente experimentos muy cientÃficos?
Carlotta sonrió y se acercó para besar a Edoardo. Fue un beso largo.
âVamos con el postre, que dentro de poco van a ser las doce âdijo.
â¿Por qué? ¿Tienes que marcharte a medianoche, antes de que la carroza se transforme en calabaza? Déjame ver tus escuderos âdijo Edoardo, haciendo como que iba hacia la huerta.
âNo, no hay nada especial. Solo, que habÃa pensado hacer el amor contigo a medianoche ârespondió, sonriendo, Carlotta.
âEntonces, vamos. Démonos prisa. No podemos faltar a nuestras obligaciones âdijo Edoardo, con énfasis.
Llenó una cuchara con mascarpone y mostaza. La metió en la boca, y quedó maravillado por la armonÃa de los sabores que probaba por primera vez. Con el vaso de vodka congelado, los sabores se diluyeron, dejando la boca preparada para la siguiente porción.
Después de dos cucharadas de mascarpone con mostaza, probó, en la siguiente, a añadir un trozo de gorgonzola y uno de nuez, aportando una variedad sorprendente a los sabores, y predisponiendo de nuevo la boca a la limpieza con el vodka. Con el tercer vaso de vodka acabaron el postre.
âMira las hogueras de los campesinos âdijo Edoardo, señalando una serie de fuegos que veÃan brillar dispersos por todas partes, en la oscuridadâ. Estas viejas costumbres son hermosas âcontinuó.
âSà âdijo Carlotta. Después, acercó su silla y apoyó la cabeza sobre su hombroâ. Yo también la hago todos los años. Le he pedido al campesino que me ayuda con el jardÃn que me prepare una. Es hora de encenderla. ¿Me ayudas?
En el centro del césped habÃa una pequeña pira formada por ramas secas de varios tamaños. Carlotta se levantó, cogió una de las velas, y se dirigió hacia la pira protegiendo la llama con la mano. Se inclinó sobre la pira y encendió unas hojas de papel y unos trocitos pequeños de leña en la base del montón. Poco después, una llama enorme iluminó esa zona del jardÃn. Edoardo no pudo evitar ver que se encontraba justo donde él habÃa caÃdo con el helicóptero.
âQué curioso, el otro dÃa estaba mi helicóptero en el sitio de la hoguera. Menos mal que no se incendió. Mejor quemar la leña del jardÃn.
âSÃ. Este año ha habido muchas coincidencias âdijo Carlotta.
Edoardo sacó un cigarrillo del bolsillo de su camisa. Le habÃa gustado el puro Toscano, pero preferÃa el humo más suave y aromático de sus pitillos holandeses. Lo encendió con la llama de un trozo pequeño de madera. Carlotta observó cómo realizaba ese gesto simple.
Es guapo, y me está destinado.
âVen, vamos a buscar hierbas para quemar.
âHabÃa comprendido que el programa era distinto.
âVen a la huerta, hay hierbas aromáticas.
Edoardo la siguió, divertido. Le gustaba esa chica, esa mujer. Y, cuando era misteriosa, le atraÃa todavÃa más.
âAnda, toma: un ajo, un cebollino, menta, una ramita de romero, verbena, un poco de ruda y, por supuesto, hipérico, que crece espontáneamente en los bordes de mi jardÃn.
â¿Hipérico?
âSÃ, la hierba de San Juan, para ahuyentar a los diablos.
Carlotta le frotó las flores en la nariz. Se quitó las sandalias y siguió andando descalza. Edoardo estaba fascinado por esa imagen, que lo excitaba. SabÃa que no llevaba ropa interior, y se la imaginaba desnuda bajo la falda. La camiseta blanca dejaba entrever unos senos bastante grandes y sostenidos. Los pezones, que se habÃan endurecido, se estampaban insolentes contra la tela ligera. Su manera de andar sin las sandalias le daba un aire selvático que lo embrujaba.
âAcércate âdijo Carlotta.
â¿Por qué quemas las hierbas?
âPara que sigamos teniendo buena salud, realicemos nuestros deseos y ahuyentemos a los diablos. Todos menos uno.
Se rio, pero estaba seria. Al menos, él tuvo la sensación de que hablaba con ligereza de cosas importantes.
Carlotta habÃa cogido la mano de Edoardo y se habÃa sentado en la hierba con las piernas cruzadas, como los indios. Le invitó a que se sentara igual que ella, a su lado. Lentamente, cogÃa las hierbas del racimo y las tiraba al fuego. Después dijo, o más bien recitó:
âPido que no se canse de mÃ, pido que me busque siempre, pido que no tenga más mujeres que yo.
Edoardo no dijo nada. Daba pequeñas caladas al cigarrillo, dejándose envolver en su aroma del humo. La miraba fascinado y ligeramente asustado. La mujer, cuyo semblante estaba iluminado por las llamas de la hoguera, parecÃa estar envuelta en un aura misteriosa, y la atmósfera lo tenÃa intrigado.
âPido que se cierre el cÃrculo. Pido que se acabe la persecución y que sea libre de amar âcontinuó Carlotta, tirando las últimas hierbas en las llamas.
Edoardo no entendÃa el sentido de esas palabras, pero sintió cómo la atracción por ella se extendÃa por todo él. Tiró el cigarrillo a la llama de la hoguera, la abrazó y la besó, mucho rato. Degustó sus labios, su lengua. Le besó el cuello y los hombros. Le acarició el rostro, los costados. La hizo tumbarse sobre la hierba al lado del fuego, le levantó la falda y siguió besándola el vientre y los muslos. Le desabrochó la camisa y besó sus senos y sus pezones. Se puso de pie, se quitó los zapatos y la camiseta y se bajó los pantalones y el bóxer.
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