Una Forja de Valor . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Forja de Valor - Морган Райс страница 8
Rebotó sobre ellas en agonía y continuó volando, disminuyendo su elevación mientras perdía fuerza. Goteaba sangre que caía como gotas de lluvia. Estaba débil por el hambre, por las heridas y por los miles de golpes por lanzas que había recibido. Quería seguir volando y encontrar un objetivo para destruir, pero sintió que sus ojos se le cerraban estando ya muy pesados. Sintió cómo perdía por momentos el conocimiento.
El dragón supo que estaba muriendo. De cierta manera esto era un alivio; pronto se uniría con su padre.
Se despertó con el sonido de hojas y ramas rompiéndose y, al sentir que caía por la cima de los árboles, finalmente abrió los ojos. Su visión estaba oscurecida en un mundo de verde. Ya sin poder controlarse, sintió cómo se desplomaba rompiendo las ramas y lastimándose con cada una.
Finalmente se detuvo abruptamente entre dos ramas en la cima de un árbol, demasiado débil para moverse. Se quedó colgando, inmóvil y con tanto dolor que cada respiración le dolía más que la anterior. Estaba seguro de que moriría ahí arriba atrapado entre los árboles.
Una de las ramas finalmente se quebró con un fuerte chasquido y el dragón cayó en picada. Cayó dando vueltas y rompiendo más ramas por unos cincuenta pies hasta que finalmente llegó al suelo.
Se quedó ahí sintiendo sus costillas fracturadas y escupiendo sangre. Movió una de sus alas lentamente, pero no pudo hacer nada más.
Al sentir que la fuerza de vida lo dejaba, sintió que era injusto y prematuro. Sabía que tenía un destino, pero no podía entender qué era. Parecía ser corto y cruel, nacido en este mundo sólo para presenciar la muerte de su padre y después morir él mismo. Tal vez así era la vida: cruel e injusta.
Al sentir sus ojos cerrarse por última vez, la mente del dragón se llenó con un solo pensamiento: Padre, espérame. Te veré pronto.
CAPÍTULO SEIS
Alec estaba en la cubierta a bordo del elegante barco negro y observaba el mar así como lo había hecho por días. Observaba las gigantescas olas que levantaban al pequeño barco de vela y observaba la espuma romperse debajo del compartimiento de carga mientras cortaban por el agua con una velocidad que él nunca había experimentado. El barco se inclinaba por las velas rígidas con el viento fuerte y constante. Alec lo estudiaba con ojos de artesano, preguntándose de qué estaba hecho el barco; claramente estaba elaborado de un material elegante e inusual, uno que no había visto antes y que les había permitido mantener la velocidad todo el día y toda la noche y maniobrar en la oscuridad pasando la flota Pandesiana, salir del Mar de los Lamentos, y hacia el Mar de las Lágrimas.
Mientras Alec reflexionaba, recordaba lo angustioso que había sido el viaje, un viaje de días y noches sin bajar las velas, las largas noches en el mar negro llenas de sonidos hostiles, del crujir del barco, y de criaturas exóticas saltando y aleteando. Más de una vez se había despertado para ver una serpiente resplandeciente tratando de abordar el barco, y después al hombre con el que viajaba patearla con su bota.
Pero lo más misterioso, más misterioso que todas las criaturas exóticas del mar, era Sovos, el hombre en el timón del barco. Este hombre que había buscado a Alec en la forja, que lo había traído en su barco, que lo llevaba a un lugar remoto, un hombre en el que Alec no sabía si era sensato confiar. Por lo pronto al menos Sovos ya había salvado la vida de Alec. Alec recordó mirar hacia atrás hacia la ciudad de Ur mientras se alejaban por el mar, sintiendo agonía e impotencia al ver a la flota Pandesiana acercándose. Desde el horizonte había visto las bolas de cañón atravesar el aire, había escuchado el estruendo lejano, había visto la caída de los grandes edificios, edificios en los que él mismo había estado hace apenas unas horas. Había tratado de bajarse del barco e ir a ayudarles, pero ya estaban demasiado lejos. Había insistido en que Sovos se diera la vuelta, pero sus ruegos fueron ignorados.
Alec lloró al pensar en sus amigos que había dejado atrás, especialmente Marco y Dierdre. Cerró los ojos y trató sin lograrlo de sacudirse la memoria. Su pecho se tensó al sentir que los había abandonado a todos.
Lo único que le permitía a Alec continuar, lo que lo sacaba de su desaliento, era la sensación de que era necesitado en otra parte tal y como Sovos le había dicho; que tenía cierto destino y que este le ayudaría a destruir a los Pandesianos en otra parte. Después de todo, como Sovos había dicho, el que hubiera muerto junto con los demás no habría ayudado a nadie. Aun así, esperaba y rogaba por que Marco y Dierdre hubieran sobrevivido, y que pudiera regresar a tiempo para reunirse con ellos.
Lleno de curiosidad por saber a dónde iban, Alec había bombardeado a Sovos con preguntas, pero este había mantenido un obstinado silencio día y noche siempre pegado al timón y dándole la espalda a Alec. Alec no podía recordar haberlo visto dormir o comer. Simplemente estaba de pie mirando hacia el mar en sus botas altas de cuero y abrigo de cuero negro, con sus sedas rojas por encima de los hombros y portando una capa con una curiosa insignia. Su pequeña barba castaña y resplandecientes ojos verdes que miraban a las olas como si fueran parte de él hacían que el misterio a su alrededor se profundizara.
Alec observaba al extraño Mar de las Lágrimas de color azul claro y sintió que lo envolvía una urgencia por saber hacia dónde era llevado. Sin poder seguir guardando silencio, se volteó hacia Sovos desesperado por obtener respuestas.
“¿Por qué yo?” preguntó Alec otra vez rompiendo el silencio, esta vez con la determinación de escuchar una respuesta. “¿Por qué fui elegido de entre toda la ciudad? ¿Por qué tuve que sobrevivir yo? Podrías haber salvado a cien personas más importantes que yo.”
Alec esperó pero Sovos guardó silencio, dándole la espalda y examinando el mar.
Alec decidió tratar de otra manera.
“¿Hacia dónde vamos?” preguntó Alec otra vez. “¿Y cómo es que este barco puede navegar tan rápido? ¿De qué está hecho?”
Alec observó la espalda del hombre. Pasaron minutos.
Finalmente el hombre negó con la cabeza sin darse la vuelta.
“Vas a donde estás destinado a ir, a donde estás destinado a estar. Te elegí porque te necesitamos a ti y no a otro.”
Alec estaba confundido.
“¿Necesitado para qué?” Alec presionó.
“Para destruir a Pandesia.”
“¿Por qué yo?” preguntó Alec. “¿Cómo es que yo puedo ayudar?”
“Todo será claro una vez que lleguemos,” respondió Sovos.
“¿Lleguemos a dónde?” presionó Alec frustrado. “Mis amigos están en Escalon. Personas a las que amo. Una chica.”
“Lo siento,” suspiró Sovos, “pero atrás ya no queda nadie. Todo lo que una vez conociste y amaste se ha ido.”
Entonces hubo un largo silencio y, en medio del silbar del viento, Alec oró por que estuviera equivocado; aunque en su interior sentía que era verdad. ¿Cómo podía la vida cambiar tan rápido? se preguntaba.
“Pero tú estás vivo,”