Antes de Que Vea . Блейк Пирс

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Antes de Que Vea  - Блейк Пирс Un Misterio con Mackenzie White

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un mechón de su pelo castaño detrás de la oreja. “En fin, hay rumores. Escuché que algún agente intervino para que te metieran a bordo. Y… claro, estamos en un entorno dirigido por hombres. Ya te puedes hacer una idea de por dónde van los rumores.”

      Mackenzie volteó la mirada, sintiéndose avergonzada. Nunca se había parado a preguntarse qué tipo de rumores secretos podían estar circulando sobre ella y Ellington, el agente que sin duda había jugado un papel crucial para que le dieran una oportunidad en el Bureau.

      “Lo siento,” dijo Colby. “¿Debería haber mantenido la boca cerrada?”

      Mackenzie se encogió de hombros. “Está bien. Supongo que todos tenemos nuestras historias.”

      Con aspecto de sentir que había dicho demasiado, Colby miró a la mesa y tomó un sorbito de su tónica con nerviosismo. “Lo siento,” dijo suavemente. “Pensé que deberías saberlo. Eres la primera amiga de verdad que he hecho aquí y quería ser tan directa como fuera posible.”

      “Igualmente,” dijo Mackenzie.

      “¿Estamos bien entonces?” preguntó Colby.

      “Claro. Y ahora, ¿qué tal si se te ocurre algún otro tema del que hablar?”

      “Oh, eso es fácil,” dijo Colby. “Cuéntame de Harry y de ti.”

      “¿Harry Dougan?” preguntó Mackenzie.

      “Sí. El agente en potencia que parece desnudarte con la mirada cada vez que os encontráis juntos en la misma sala.”

      “No hay nada que contar,” dijo Mackenzie.

      Colby sonrió y volteó la mirada. “Si tú lo dices.”

      “No, de verdad. No es mi tipo.”

      “Quizá tú no seas su tipo,” señaló Colby. “Quizá solo quiera verte desnuda. Me pregunto… ¿cuál es tu tipo? Apuesto a que intenso y psicológico.”

      “¿Por qué dices eso?” preguntó Mackenzie.

      “Por tus intereses y tu tendencia a sobresalir en cursos y situaciones en que hay que trazar perfiles.”

      “Creo que ese es un error común sobre los que están interesados en trazar perfiles,” dijo Mackenzie. “Si necesitas pruebas, te puedo dirigir hacia al menos tres hombres maduros de la Policía del Estado de Nebraska.”

      Después de esto, la conversación pasó a temas triviales—sus clases, sus instructores, y temas relacionados. Durante todo ese tiempo, Mackenzie estaba hirviendo por dentro. Los rumores que había mencionado Colby eran la razón de que hubiera decidido mantenerse fuera de la vista de todo el mundo. No se había esforzado por hacer muchos amigos—una decisión que debería haberle concedido suficiente tiempo como para preparar su apartamento.

      Y por debajo de todo ello estaba Ellington… el hombre que había llegado a Nebraska y le había dado la vuelta a su mundo. Parecía cliché pensar en tal cosa, pero eso era básicamente lo que había sucedido. Y la idea de que todavía no se lo había podido sacar de su mente le resultaba ligeramente repugnante.

      Hasta cuando Colby estaba hablando con ella de cosas agradables al terminar de comer, Mackenzie se preguntó qué estaría haciendo Ellington. Se preguntó qué estaría haciendo ella si él no hubiera llegado paseando a Nebraska durante su intento de detener al Asesino del Espantapájaros. No era una imagen agradable: seguramente seguiría conduciendo por aquellas carreteras imposiblemente rectas, bordeadas de cielo, campos de cultivo, o maíz. Y seguramente estaría emparejada con algún imbécil machista que sería una versión más joven y más cabezota de Porter, su antiguo compañero.

      No echaba en falta Nebraska. No echaba en falta las rutinas del trabajo que había desempeñado allí; y sin duda alguna, no echaba en falta la mentalidad. Lo que sí que echaba en falta, no obstante, era la certeza de que encajaba. Es más, ella formaba parte del nivel superior de personal de su departamento. Aquí en Quantico, eso no era cierto. Aquí había una competición enorme y tenía que luchar para mantener su posición de liderazgo.

      Afortunadamente, estaba más que dispuesta a asumir el reto y contenta de dejar en el pasado al Asesino del Espantapájaros y a la vida que tenía antes de su arresto.

      Solo le faltaba conseguir dejar de tener pesadillas.

      CAPÍTULO DOS

      A la mañana siguiente comenzó temprano y sin rodeos con entrenamiento de armas, algo que Mackenzie estaba descubriendo que se le daba muy bien. Lo cierto es que siempre había tenido buena puntería, pero con la instrucción adecuada y una clase con otros veintidós aspirantes que competían con ella, se había hecho escalofriantemente buena. Todavía prefería la Sig Sauer que había utilizado en Nebraska y le había complacido comprobar que el arma reglamentaria del Bureau era un Glock, que no era muy diferente.

      Echó una buena ojeada al objetivo de papel al final del corredor de tiro. Una larga lámina de papel colgaba estacionaria de un raíl mecanizado a veinte metros de distancia. Apuntó, disparó tres veces en rápida sucesión, y entonces bajó el arma. El tronar de los disparos retumbó en sus manos, una sensación que le había acabado gustando.

      Cuando la luz verde al final del pasillo le dio la señal para continuar, pulsó el botón en el pequeño panel que tenía delante y levantó el objetivo. Se acercó hacia adelante y a medida que se acercaba más, pudo ver dónde habían aparecido tres agujeros en el objetivo de papel. Era la representación de la silueta de un hombre de cintura para arriba. Dos de los disparos habían aterrizado en la parte superior del pecho mientras que el tercero le había pasado rozando el hombro izquierdo. Eran tiros decentes (pero no extraordinarios) y aunque se sentía algo decepcionada con las balas perdidas en el tórax, sabía que lo estaba haciendo mucho mejor de lo que lo había hecho durante su primera sesión de tiro.

      Once semanas. Había estado aquí durante once semanas y todavía estaba aprendiendo. Estaba molesta con las balas perdidas en el tórax porque esos disparos podían ser mortales. Le habían entrenado para disparar con la única intención de derribar al sospechoso—y guardar el disparo letal al tórax o la cabeza para las circunstancias más extremas.

      Su instinto estaba mejorando. Sonrió al objetivo de papel y después miró a la pequeña caja de control delante de ella en la que aguardaba una caja de munición. Volvió a cargar el Glock y después apretó el botón para sacar un nuevo objetivo. Dejó que este retrocediera veinticinco metros.

      Esperó a que la luz roja cambiara a verde en el panel y entonces se dio la vuelta. Tomó aliento, se movió un poco, y disparó tres tiros más.

      Una fila limpia de agujeros de bala se formó justo debajo del hombro de la figura.

      Mucho mejor, pensó Mackenzie.

      Satisfecha, retiró las protecciones de sus ojos y sus orejas. Entonces ordenó su estación de tiro y apretó otro botón en el panel de control que acercó el objetivo mediante el sistema de empuje motorizado que los transportaba. Descolgó el objetivo, lo dobló, y lo colocó en la pequeña bolsa de libretos que llevaba consigo prácticamente a todas partes.

      Había estado viniendo a la sala de tiro en su tiempo libre para afinar las habilidades en que se sentía algo rezagada en comparación con otros en su clase. Era una de las más mayores en ella y ya habían circulado

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