Causa para Matar . Блейк Пирс
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Pero no dijo nada.
* * *
Avery siguió a Ramírez mientras éste caminaba tranquilamente a través del estacionamiento. No usaba corbata y sus dos botones de arriba estaban abiertos.
"Estoy por aquí", señaló.
Pasaron por delante de unos oficiales uniformados que parecían conocerlo; uno lo saludó con la mano y le dio una mirada de extrañeza que parecía preguntar: ¿Qué estás haciendo tú con ella?
La llevó hacia un viejo Cadillac carmesí, polvoriento, con asientos rasgados color marrón claro en el interior.
"Lindo auto", bromeó Avery.
"Este bebé me ha salvado muchas veces", relató con orgullo mientras le daba cariñosas palmadas al capó. "No tengo más que vestirme de proxeneta o de español hambriento y nadie me presta atención."
Salieron del estacionamiento.
El Parque Lederman estaba a tan sólo unos pocos kilómetros de la estación de policía. Condujeron hacia el oeste por la Calle Cambridge y giraron a la derecha en Blossom.
"Entonces", dijo Ramírez, "Oí que antes eras abogada."
"¿Sí?" Unos ojos azules vigilantes le echaron una mirada de reojo. "¿Qué otra cosa oíste?"
"Abogada defensora criminal", agregó, "lo mejor de lo mejor. Trabajaste en Goldfinch & Seymour. Nada mal. ¿Por qué renunciaste?"
"¿No lo sabes?"
"Sé que defendiste a un montón de canallas. Récord perfecto, ¿cierto? Hasta metiste a algunos policías sucios tras las rejas. Seguro estabas viviendo la gran vida. Gran salario, una cadena sin fin de éxitos. ¿Qué clase de persona deja todo eso atrás para unirse a la policía?"
Avery recordó la casa donde había crecido, en una pequeña granja rodeada de kilómetros de terreno llano. Jamás se ajustó a esa soledad. Ni a los animales o el olor del lugar: heces y pelo y plumas. Desde el principio quería irse de allí. Lo había hecho: Boston. Primero la universidad y luego la escuela de leyes y su carrera.
Y ahora esto.
Un suspiró escapó de sus labios.
"Creo que a veces las cosas no funcionan como las planeamos."
"¿Qué se supone que signifique eso?"
En su mente, volvió a ver esa sonrisa, esa vieja y siniestra sonrisa de aquel anciano arrugado con anteojos gruesos. Parecía tan sincero al comienzo, tan humilde, inteligente y honesto. Todos lo habían parecido, se dio cuenta.
Hasta que sus juicios terminaban y volvían a sus vidas cotidianas y ella se veía forzada a admitir que no era ninguna salvadora de los desamparados, ni defensora de la gente, sino un peón, un simple peón en un juego demasiado complejo y arraigado para cambiarlo.
"La vida es dura", reflexionó. "Crees que sabes algo un día y luego al día siguiente, se levanta el velo y todo cambia."
Él asintió.
"Howard Randall", dijo, claramente dándose cuenta de algo.
El nombre la hizo más consciente de todo: el aire fresco en el auto, su posición en el asiento, su ubicación en la ciudad. Nadie había dicho su nombre en voz alta en mucho tiempo, especialmente a ella. Se sintió expuesta y vulnerable, y en respuesta tensó todo su cuerpo y se sentó más erguida.
"Perdón", dijo él, "no fue mi intención..."
"Está bien", dijo ella.
Sólo que no estaba bien. Todo había terminado luego de él. Su vida. Su trabajo. Su cordura. Ser abogada defensora había sido un desafío, por decir algo, pero él era el que supuestamente iba a arreglar todo. Un genial profesor de Harvard, respetado por todos, sencillo y amable, había sido acusado se asesinato. La salvación de Avery iba a llegar en la forma de su defensa. Por una vez, se suponía que hiciera lo que había soñado desde niña: defender a los inocentes y asegurar que la justicia prevaleciera.
Pero nada sucedió de esa forma.
CAPÍTULO TRES
El parque ya había cerrado el público.
Dos oficiales vestidos de civiles le bajaron la bandera al auto de Ramírez y rápidamente le hicieron señas para que se alejase del estacionamiento y girase a la izquierda. Entre los oficiales que eran evidentemente de su departamento, Avery detectó una cantidad de policías estatales.
"¿Por qué está la policía estatal aquí?", preguntó.
"Su sede central está al final de la calle."
Ramírez cruzó y estacionó junto a una fila de patrullas de policía. Un área amplia del lugar había sido separada con cinta amarilla. Camionetas de las noticias, reporteros, cámaras, y un montón de otros corredores y otras personas asiduas al parque estaban de pie junto a la cinta intentando ver lo que sucedía.
"Nadie cruza de esta línea", dijo un oficial.
Avery mostró una placa.
"Homicidios", dijo. Era la primera vez que hacía uso de su nuevo puesto, y la llenó de orgullo.
"¿Dónde está Connelly?" preguntó Ramírez.
Un oficial señaló hacia los árboles.
Se abrieron camino por el césped, un diamante de béisbol a su izquierda. Se encontraron con más cinta amarilla antes de una fila de árboles. Debajo del denso follaje había un camino que iba a lo largo del Río Charles. Un sólo oficial, acompañado de un especialista forense y un fotógrafo, se encontraba de pie tras un banco.
Avery evitó el contacto inicial con los que ya se encontraban en la escena. En el transcurso de los años, había descubierto que la interacción social le quitaba enfoque, y demasiadas preguntas y formalidades con los demás contaminaban su punto de vista. Tristemente, esta era otra de las características que le habían ganado el desprecio de todo su departamento.
La víctima era una chica joven colocada de lado en el banco. Estaba evidentemente muerta, pero exceptuando su tono de piel azulado, su posición y expresión facial podrían haber hecho que el transeúnte promedio se lo pensara dos veces antes de preguntarse si pasaba algo malo.
Como una novia esperando a su amado, las manos de la muchacha estaban colocadas en el respaldo del banco. Su mentón descansaba sobre sus manos. Una sonrisa traviesa rizaba sus labios. Su cuerpo estaba volteado, como su hubiese estado sentada en una posición y se hubiese movido para buscar a alguien o dejar salir un gran suspiro. Estaba ataviada con un vestido de verano amarillo y sandalias blancas, su precioso cabello caoba caía sobre su hombro izquierdo. Sus piernas estaban cruzadas y sus dedos descansaban suavemente sobre el camino.
Sólo los ojos de la víctima delataban su tormento. Emanaban dolor e incredulidad.
Avery