Llegada . Морган Райс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Llegada - Морган Райс страница 4

Llegada  - Морган Райс Las Crónicas de la Invasión

Скачать книгу

los demás que podrían haber estado bajo las naves de los extraterrestres cuando llegaron.

      Continuaron mirando por el búnker y no tardaron mucho en encontrar lo que parecía una salida trasera. Las palabras « Espacio sin cerrar. ¡Solo para salidas de emergencia!» estaban estarcidas por encima de una trampilla que parecía el tubo de torpedo de un submarino, que se completaba con una gran manivela circular para cerrarlo. Apenas parecía lo suficientemente grande para que la mayor parte de las personas pudieran atravesarlo reptando. Evidentemente, para Kevin y Luna eso significaría espacio de sobra.

      —¿Espacio sin cerrar? —dijo Luna—. ¿Qué crees que significa eso?

      —Supongo que significa que en esta salida no hay un compartimento estanco, ¿no? —dijo Kevin, inseguro. Las palabras estarcidas a su alrededor lo hacían parecer algo enormemente peligroso si se abría. Tal vez lo fuera.

      —¿Sin compartimento estanco?

      —La gente no lo querría si tuvieran que salir rápido.

      Vio que Luna se llevaba la mano a la máscara antigás que había tenido que llevar durante todo el viaje hacia allí, y que ahora colgaba del cinturón de sus pantalones vaqueros. Kevin podía imaginar lo que estaba pensando.

      —No hay manera de que el vapor de los extraterrestres pueda entrar aquí —dijo, intentando tranquilizarla. No quería que Luna se asustara—. No si no abrimos esa puerta.

      —Sé que es una estupidez —dijo Luna—. Sé que probablemente el vapor ya no está allí; que solo es la gente de la que se han apoderado…

      —¿Pero aun así no parece seguro? —adivinó Kevin. Ahora mismo, nada parecía seguro, ni tan solo dentro de un búnker.

      Luna asintió.

      —Tengo que alejarme de esa puerta.

      Kevin fue con ella, de vuelta al búnker, lejos de la salida de emergencia. Realmente le hizo sentir un poco más seguro, al saber que los dos podrían escapar si era necesario, pero esperaba de verdad no tener que hacerlo. Ahora mismo, necesitaban un lugar seguro. Algún lugar en el que pudieran esconderse de los extraterrestres hasta que fuera seguro salir de nuevo.

      O hasta que su enfermedad lo matara. Ese era un pensamiento particularmente horrible. Ahora mismo no había ningún temblor de la leucodistrofia, pero Kevin no tenía ninguna duda de que volverían, y peor. Solo el hecho de que tenían cosas mayores de las que preocuparse le obligaba a apartar esos pensamientos, y ¿qué indicaba que hiciera falta una invasión alienígena para hacer que su enfermedad pareciera insignificante?

      —Creo que allá abajo hay habitaciones —dijo Luna, bajando por uno de los pasillos. Las había. Allí había dormitorios completos, con una hilera tras otra de literas que en su mayoría no eran más que estructuras de metal, pero algunas tenían algunas posesiones al lado, junto con colchones y ropa de cama.

      —Podría pensarse que algunos de ellos se quedaron dentro —dijo Kevin—. No tiene sentido que no haya nadie aquí.

      Luna negó con la cabeza.

      —Saldrían fuera a ayudar. Y entonces… bueno, para cuando dedujeron que era una mala idea, los extraterrestres ya los habían controlado.

      Eso tenía algo de sentido, pero aun así era un pensamiento horrible.

      —Echo de menos a mis padres —dijo Luna inesperadamente, aunque tal vez lo había estado pensando todo este tiempo. El dolor que provocó que se llevaran a la madre de Kevin no había desaparecido; solo se había empujado al fondo por la necesidad de continuar haciendo cosas, por la necesidad de llegar a un lugar seguro y para asegurarse de que los dos estaban a salvo.

      —Yo también echo de menos a mi madre —dijo Kevin, sentado en el borde de la estructura de una cama. Pensó que entonces era imposible imaginarla como era antes de que llegaran los extraterrestres. En su lugar, la imagen que aparecía en su mente era la de cuando estaba en el umbral de su casa, controlada por los extraterrestres e intentando cogerlo.

      Luna se sentó en la estructura de otra cama. Ninguno de ellos había escogido una de las que tenían sábanas. De algún modo, no parecía correcto. Daba la sensación de que pertenecían a alguien, y que sus propietarios podrían volver en cualquier momento.

      —No solo son mis padres —dijo Luna—. Son todos los otros chicos de la escuela, toda la gente que he conocido. Se los han llevado a todos. A todos ellos.

      Puso la cabeza sobre sus manos y Kevin estiró el brazo para cogerle la mano, sin decir nada. En ese momento, era igual de tremendo para él pensar que los alienígenas podrían haberse llevado a todas las personas del mundo. La gente común, los famosos, los amigos…

      —No queda gente —dijo Luna.

      —Pensaba que no te gustaba la gente de todos modos —replicó Kevin—. Pensaba que habías decidido que la mayoría de personas eran estúpidas.

      Luna sonrió un poco al oírlo, pero parecía que tenía que esforzarse.

      —Cualquier día me encargaré de los estúpidos en lugar de los controlados por los extraterrestres. —Se paró por un instante—. ¿Piensas… piensas que la gente volverá a estar bien alguna vez?

      Kevin no podía mirarla.

      —No lo sé. —No podía imaginar cómo lo harían—. Pero nosotros estamos a salvo. Es lo único que importa.

      Pero no lo era. Ni de lejos.

      ***

      Empezaron a buscar por el búnker hasta encontrar más sábanas, pues no querían coger nada de las literas que ya estaban hechas. Esas continuaban tan impolutas como si sus dueños pudieran regresar en cualquier momento, aunque Kevin debía esperar que no lo hicieran, pues imaginaba que ahora los controlaban los alienígenas.

      Regresaron a la cocina el tiempo suficiente para comer algo. En el paquete ponía pollo, pero Kevin apenas pudo probarlo. Tal vez hizo bien, a juzgar por la mirada en la cara de Luna.

      —Nunca volveré a quejarme por tener que comer verdura —dijo, aunque Kevin sospechaba que posiblemente lo haría. No sería Luna si no lo hiciera.

      Cuando hubieron acabado, se lavaron por turnos en uno de los baños del búnker. Posiblemente podrían haber cogido un baño cada uno pero, por lo menos Kevin, no quería estar tan lejos de Luna por ahora. Incluso cuando llegó el momento de escoger litera, escogieron unas que estaban casi una al lado de la otra, cuando tenían todo el espacio del dormitorio para escoger. Era como escoger una pequeña isla allá en medio y, si lo intentaba con todas sus fuerzas, Kevin casi podía fingir que era una especie de fiesta de pijamas. Bueno, no podía, pero estaba bien por lo menos intentarlo.

      Apagaron las luces y usaron linternas de estilo militar para que los guiaran hasta la cama. Luna saltó sobre la cama de arriba de la litera que había escogido, mientras que Kevin cogió la parte de debajo de la suya.

      —¿Te dan miedo las alturas? —preguntó Luna.

      —Sencillamente no quiero tener una visión desde allá arriba y caerme al suelo —dijo Kevin. No porque hubiera tenido alguna visión desde la que lo avisó de la invasión. No porque si lo hiciera haría algún bien. Se puso a pensar qué sentido tenían

Скачать книгу