Una Corte para Los Ladrones . Морган Райс
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Читать онлайн книгу Una Corte para Los Ladrones - Морган Райс страница 6
Catalina siempre había deseado ser fuerte, pero aun así, todo esto la asustaba un poco. Siobhan ya le había dicho que habría un precio por todo esto, y cuanto más maravilloso parecía, mayor sospechaba que iba a ser el precio. Pensó de nuevo en lo que había soñado y esperaba que no fuera una advertencia.
—Vi algo —dijo Catalina—. Lo soñé, pero no parecía un sueño.
—¿Qué parecía? —preguntó Siobhan.
Catalina estaba a punto de decir que no lo sabía, pero captó la expresión de Siobhan y se lo pensó mejor.
—Parecía la verdad. Aunque espero que no. En mi sueño, Ashton estaba a medio ser arrasada. Estaba en llamas y estaban masacrando a la gente.
Medio esperaba que Siobhan se riera de ella tan solo por mencionarlo, o tal vez lo esperaba. En cambio, Siobhan parecía meditabundo, asintiendo para sí misma.
—Debería haberlo esperado —dijo la mujer—. Las cosas se mueven más rápido de lo que yo pensaba que lo harían, pero el tiempo es una cosa que ni tan solo yo puedo hacer nada al respecto. Bueno, no para siempre.
—¿Sabes lo que está sucediendo? —preguntó Catalina.
Aquello le valió una sonrisa que no pudo descifrar.
—Digamos que estaba esperando acontecimientos —respondió Siobhan—. Hay cosas que yo había previsto y cosas que deben hacerse en poco tiempo.
—Y no vas a contarme lo que está sucediendo, ¿verdad? —dijo Catalina. Intentaba que no se notara la frustración en su voz, centrándose en todo lo que había ganado. Ahora era más fuerte, y más rápida, así que ¿debería importar que no lo supiera todo? Sin embargo, así era.
—Ya estás aprendiendo —respondió Siobhan—. Sabía que no me equivocaba al escogerte como aprendiz.
¿Al escogerla? Había sido Catalina la que había buscado la fuente, no una vez, sino dos. Había sido la que había pedido poder y la que había decidido aceptar las condiciones de Siobhan. No iba a permitir que la mujer la convenciera de que había sido al revés.
—Yo vine aquí —dijo Catalina—. Yo escogí esto.
Siobhan encogió los hombros.
—Sí, lo hiciste. Y ahora es el momento de que empieces a aprender.
Catalina miró a su alrededor. Esto no era una biblioteca como la de la ciudad. Era un campo de entrenamiento con maestros de espada como en el que había sido humillada por el regimiento de Will. ¿Qué podía aprender aquí, en este lugar salvaje?
Aun así, se preparó, quedándose frente a Siobhan y esperando.
—Estoy preparada. ¿Qué tengo que hacer?
Siobhan inclinó la cabeza hacia un lado.
—Esperar.
Se dirigió hacia un lugar donde se había preparado un pequeño fuego para encenderlo dentro de un círculo. Siobhan lanzó un titileo de llama sin problema con sílex y acero y, a continuación, susurró unas palabras que Catalina no pudo pillar mientras salía humo del mismo.
El humo empezó a dar vueltas y a retorcerse, adoptando formas mientras Siobhan lo dirigía como un director de orquesta podría haber dirigido a los músicos. El humo se fusionó en una forma que era ligeramente humana, para finalmente consumirse y acabar en algo que parecía un guerrero de un tiempo muy lejano. Allí estaba, sujetando una espada que parecía extremadamente afilada.
Tan afilada, de hecho, que Catalina no tuvo tiempo para reaccionar cuando se la clavó en el corazón.
CAPÍTULO TRES
Dejaron a Sofía colgando allí toda la noche, sujeta solo por las cuerdas que habían usado para atarla al poste de castigo. La misma inmovilidad era casi tanta tortura como su castigada espalda, mientras sus extremidades ardían por la falta de movimiento. No podía hacer nada para aliviar el dolor de su paliza, o la pena de que la hubieran dejado allí fuera bajo la lluvia como una especie de aviso para los demás.
Entonces Sofía las odiaba, con el tipo de odio por el que siempre reprendía a Catalina por tener demasiado cerca. Quería verlas morir y el desearlo era una especie de dolor también, pues no existía un modo en el que Sofía pudiera estar en posición de hacer que eso sucediera. Ni tan solo podía liberarse a sí misma ahora.
Tampoco podía dormir. El dolor y la postura incómoda se encargaban de ello. A lo que más se podía acercar Sofía era a una especie de delirio medio en sueños, en el que el pasado se mezclaba con el presente mientras la lluvia continuaba pegándole el pelo a la cabeza.
Soñaba con la crueldad que había visto en Ashton, y no solo en el infierno viviente del orfanato. Las calles habían sido casi igual de malas con sus depredadores y su cruel falta de preocupación por aquellos que acababan en ellas. Incluso en el palacio, por cada alma bondadosa, había otra como Milady d’Angelica que parecía gozar del poder que su posición le daba para ser cruel con los demás. Pensaba en un mundo que estaba lleno de guerras y crueldad provocada por los humanos, preguntándose cómo podía haberse convertido en un lugar tan desalmado.
Sofía intentaba llevar sus pensamientos a cosas más agradables, pero no era fácil. Empezó a pensar en Sebastián, pero lo cierto era que eso le dolía demasiado. Las cosas parecían perfectas entre ellos y después de descubrir quién era ella… se había hecho pedazos tan rápidamente que ahora su corazón parecía ceniza. Ni tan solo había intentado hacer frente a su madre y quedarse con Sofía. Simplemente la había despachado.
En su lugar, pensó en Catalina y, pensando en ella, vino la necesidad de gritar para pedir ayuda una vez más. Mandó otra llamada en los primeros destellos de la luz del amanecer, pero aun así, no hubo nada. Peor aún, pensar en su hermana sobre todo traía consigo recuerdos de los tiempos difíciles en el orfanato, o de otras cosas anteriores.
Sofía pensó en el fuego. En el ataque. Era tan pequeña cuando esto había sucedido que apenas recordaba nada de ello. Podía recordar las caras de su madre y de su padre, pero no sus voces gritando las pocas instrucciones para que corrieran. Recordaba tener que huir, pero tan solo podía juntar los más débiles destellos del tiempo anterior a esto. Había un caballito mecedor de madera, una casa grande donde era fácil jugar a perderse, una niñera:
Sofía no podía sacar nada más que eso de su memoria. La Casa de los Abandonados la había cubierto casi por completo con un miasma hecho de dolor, de manera que era difícil pensar más allá de los azotes y de las ruedas de moler, la sumisión forzosa y el temor que venía de saber hacia donde llevaba todo esto.
Lo mismo que ahora aguardaba a Sofía: ser vendida como un animal.
¿Cuánto tiempo estuvo allí colgada, sin poderse mover por mucho que intentara escapar? Por lo menos, el tiempo suficiente para que el sol estuviera en el horizonte. El tiempo suficiente para que cuando vinieran las monjas enmascaradas para cortar las cuerdas, las extremidades de Sofía cedieran, haciendo que se desplomara sobre las piedras del patio. Las monjas no hicieron