Vida De Azafata. Marina Iuvara
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En mi interior sentía que ella sabía claramente cómo controlar las emociones, cómo mantenerlas a raya y adaptarlas a las circunstancias.
Sabía que, recientemente, había afrontado un problema muy grave: su pareja, al que tanto quería, fue atropellado por un coche que conducía a toda leche, indiferente de los pasos de peatones, y recibió el impacto de lleno.
Coma profundo: según los médicos, irreversible.
Zaira había transformado su dolor en silencio, un sonido mudo. Y había seguido amándolo, y lo amaría eternamente, aunque supiera que no volvería a vivirlo como antes.
Hablaba poco, pero aun así lograba desenfundar una sonrisa radiante delante de los pasajeros, desempeñando un perfecto servicio al mostrar empatía y afecto con todos. Su madurez infundía seguridad.
Nunca realizaba juicios apresurados sobre una persona, era una perfecta «anfitriona», siempre estaba disponible; llevaba el uniforme de manera impecable, con los zapatos brillantes y el pelo arreglado; la única excepción a la regla era un pequeña pulsera de oro blanco de Tiffany & Co., que le regalaron un cumpleaños.
La observaba tratando de sacar su fortaleza, con un estilo muy elegante en el modo de mostrarse ante los demás, tan femenino, muy profesional.
Lograba ponerse en la piel de los demás y evitaba los enfrentamientos prudentemente, siempre ofrecía atención y solidaridad.
Según las reglas, sin duda: ese manual de existencia que cada uno de nosotros lee y al mismo tiempo escribe en su interior.
Siempre la tomaba como ejemplo y fue, sin ella saberlo, mi punto de referencia en el plano laboral. A día de hoy aún lo es.
Ella era especial, distinta.
Sobre todo en comparación con otros compañeros más «veteranos», no demasiados, por suerte, y de hecho, a través de los cuales me di cuenta rápidamente de que las novatadas no son un fenómeno exclusivamente militar.
Las azafatas llamadas «novatas» o «temporales», en otras palabras, las que hacían sus primeros vuelos, en mis tiempos estaban sometidas a sutiles formas de hostigamiento mal disimulado, una especie de mentoría inicial.
En los vuelos intercontinentales de largo radio del Boeing 747 eran las encargadas de cortar los limones y, principalmente, se dedicaban a comprobar y calentar la comida en el galley, por este motivo en italiano se las llamaba ghelliste.
Toleraban, de buen grado, alguna broma por parte de compañeros más veteranos y burlones: a menudo perdían tiempo con agotadoras búsquedas de material inexistente a bordo, por ejemplo, sillas, o una escoba que colocaban en el compartimento eléctrico, un lugar casi inalcanzable y de difícil acceso que se encuentra bajo una pesada trampilla del pasillo; en otras ocasiones, las peticiones respondían a servicios sobre presuntas tareas imprevistas, y de las cuales no estaban al tanto; todo ello aderezado con alegría, espíritu de equipo, estima y respeto mutuos.
Las más jóvenes, las de contrato de duración determinada, siempre estaban en el punto de mira, y una sola valoración negativa podría evitar su contratación para la próxima temporada, de modo que sufrían por la precariedad e inseguridad que generaba estaba situación, que se agravaba aún más por las continuas crisis económicas y políticas que azotaban a nuestro país, Italia.
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