Semblanzas literarias. Armando Palacio Valdes
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Esto significa que nuestro orador no siente la imperiosa necesidad de dar á la vida soluciones concretas, que es á la postre de todo lo que hace brotar los sistemas. La vida le parece demasiado rica, demasiado varia para someterla al imperio de una fórmula inflexible y abstracta. Sin embargo, busca con ansia la generalización, la síntesis que son leyes del espíritu, huyendo de un particularismo estrecho y falto de perspectiva con el que no podría acomodarse jamás su elevado pensamiento.
Esta filosofía individual no puede menos de engendrar una religión excesivamente flexible y humana. La inmortalidad se ofrece á su inteligencia como una trasformación incesante, como un progreso sin fin, en el cual el espíritu llega á agotar todas las formas de la vida infinita. Esta religión tiene su catecismo en el gozoso panorama de la Naturaleza. En todas las páginas de este catecismo se encuentra grabado el excelso nombre de Dios. Mas el Dios de Castelar no es el Dios crucificado, no es el Dios transido de dolor, sino el Dios en quien se expresa todo lo que vive y siente, que incesantemente se trasforma, que incesantemente se modifica, que muere en la naturaleza para renacer en el espíritu, y se ofrece, total y absoluto, en una evolución infinita.
El arte es una de las formas que ese Dios afecta al bajar sobre la tierra, y nuestro orador le rinde un culto apasionado. Si he dicho que Castelar era realista, entiéndase que no es el realismo efímero de los tiempos presentes el que le cautiva, sino el realismo que parte de la célebre fórmula de la lógica hegeliana, toda idea es realidad, toda realidad es idea. La idea realizándose bajo forma sensible, ése es el arte, y artista el que siente palpitar la idea bajo la forma.
No obstante, aunque Castelar representa en la esfera del arte la apoteosis de la forma, no se le puede acusar de haber alentado con su ejemplo ese cúmulo de producciones frívolas, donde la miseria del fondo aspira á velarse por los artificios de la forma. El fondo y la forma en el arte no se distinguen perfectamente como á primera vista parece, sino que mantienen tan estrecho enlace que es imposible separarlos en la obra bella. ¿Quién sería capaz de distinguir el fondo y la forma en un cuadro de Velázquez ó en una melodía de Haydn? Castelar expresa bellamente lo que acude bello á su pensamiento. ¿Será por ventura responsable de que algunos se empeñen en expresar de un modo bello lo que acude feo y desgraciado á su imaginación? Lo que es preciso buscar en el arte, y lo que nuestro orador alcanza en grado superlativo, es la espontaneidad individual disciplinada y corregida por la regla, que debe presidir á toda concepción artística para comunicarle las proporciones convenientes.
Pero se le censura, á mi juicio, con señalada injusticia por el empleo, según se dice, abusivo de las formas artísticas. Es opinión demasiado extendida que Castelar sacrifica la precisión y el rigor, que son los atributos de la exposición científica, en aras de la fantasía, la cual quebranta y destruye con sus imágenes el encadenamiento lógico y necesario con que el entendimiento enlaza, los juicios á los juicios, y las consecuencias á las consecuencias. Veamos lo que hay de fundado en esta censura. Indudablemente el empleo de las formas artísticas en el discurso tiene un límite, y no hay estético que no se apresure á señalárselo. Pero este límite todos convienen que está determinado, de un lado por la naturaleza del discurso, y de otro por la naturaleza de lo bello. La belleza de la expresión contribuye poderosamente á llevar el convencimiento al ánimo del auditorio; mas según que el discurso se proponga demostrar lógica y razonadamente una idea ó sólo infundir el amor á esta idea ó hacerla triunfar en el ánimo del auditorio, así se habrá de restringir ó extender el uso de la forma artística. Á este propósito, dice Schiller: «Existen dos clases de conocimientos: un conocimiento científico que está basado sobre nociones precisas, sobre principios reconocidos; y un conocimiento popular que no se funda más que en sentimientos más ó menos desenvueltos. Lo que es ventajoso para el segundo es con frecuencia contrario al primero». Ahora bien: no debemos echar en olvido que Castelar es el tribuno, no es el disertante, es el apóstol de la libertad y la libertad es una verdad popular. No hay duda que fué necesario demostrarla científicamente, pero ésta es la obra de la filosofía moderna, á partir de Kant. Castelar concibió la titánica empresa de hacerla amable en este país, cuyo sentido político hubieran pervertido largos siglos de tiranía y fanatismo. Es el fundador de la democracia en España, es el propagador de una idea esencialmente popular y nunca se vió que las ideas populares fuesen difundidas por maestros y pedagogos, sino por poetas y oradores. El profesor busca en su discurso un resultado futuro, el desarrollo intelectual de su discípulo mediante la adquisición de ideas perfectamente deducidas y probadas. El orador popular aspira á un resultado inmediato y para esto es indispensable que trabaje sobre la imaginación de sus oyentes, individualizando, haciendo sensibles las ideas. De aquí nace ese estilo animado, lleno de vida y colorido con que los escritores y oradores populares como Castelar difunden sus conceptos, el cual representa una transacción feliz y armónica entre el entendimiento que busca sobre todo el encadenamiento, la continuidad, y la imaginación que aspira á tocar y sentir la realidad y el calor de las ideas. Castelar, por el esfuerzo de su naturaleza armoniosa y comprensiva, junta y agrega lo que la abstracción había separado, y en vista de las facultades espirituales y de las facultades sensibles del hombre, se dirige á él todo entero y lo atrae por ese encanto irresistible que producen cuando se encuentran reunidos lo verdadero y lo bello.
En la vida Castelar tampoco representa un fragmento, sino toda la humanidad. La moderación y la actividad que se observa en su conducta es un signo de fuerza. Sólo los débiles son obstinados é impacientes. Contempla la vida con mirada serena y recoge en conjunto todos sus elementos sin predominio ni monstruosidades, porque es un espíritu equilibrado. Se ajusta fácilmente al medio y á las condiciones de su existencia, pero las modifica mediante la influencia de su genio. Castelar entiende que la vida es un arte y no una fiebre, que la continuidad moderada de la acción vale mucho más que una agitación estéril y morbosa. Por eso no opone diques inútiles á la corriente de las ideas, sino que busca el medio de encauzarla para que le conduzca al resultado que se propone.
Hay muchos hombres que, aun cuando fabricados de barro como todos los demás, aspiran á tener la consistencia de los peñascos ó creen cumplir con su conciencia ofreciéndose inermes al torrente devastador de las preocupaciones, como aquellos indios que se arrojan voluntariamente entre las ruedas del carro triunfal de sus ídolos para ser aplastados. Estos hombres merecen respeto por la pureza de los motivos que los impulsan. Pero es necesario convenir en que no deben ser hombres de acción en ninguna causa, porque, lejos de contribuir á su triunfo, lo retardan considerablemente. Tienen un puesto señalado en las esferas de la pura teoría, porque son impotentes para discurrir por los laberintos de la realidad. La vida es una continua transacción entre lo ideal y lo real, y aquel que no sabe transigir no debe acudir á ella.
Castelar tiene un fin que llenar en nuestra patria y lo persigue con un celo y al propio tiempo con un sosiego que me traen á la memoria aquellos hermosos y profundos versos de Goethe: «Como la estrella, sin prisa, pero sin tregua, que cada uno se mueva dentro de su propia naturaleza». No puede petrificarse en la defensa obstinada de uno sola verdad porque pertenece á su obra y su obra es grande y comprende muchas verdades. No puede retraerse de la lucha porque el retraimiento enerva y enmohece la inteligencia. Todavía en estos tiempos en que la vida política arrastra una existencia precaria, cuando se ha hecho un silencio