El Comendador Mendoza. Juan Valera
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Con estas insinuaciones, que bien sabían todos cuán capaz era de hacer efectivas D. Diego, los frailes se contuvieron en su malevolencia; pero como D. Fadrique (fuerza es confesarlo, si hemos de ser imparciales) seguía siendo peor que Pateta, los frailes, no atreviéndose ya á esgrimir contra él armas terrenas y temporales, acudieron al arsenal de las espirituales y eternas, y no cesaron de querer amedrentarle con el infierno y el demonio.
De este método de intimidación se ocasionó un mal gravísimo. D. Fadrique, á pesar de sus chachas, se hizo impío, antes de pensar y de reflexionar, por un sentimiento instintivo. La religión no se ofreció á su mente por el lado del amor y de la ternura infinita, sino por el lado del miedo, contra el cual su natural valeroso é independiente se rebelaba. D. Fadrique no vió el objeto del amor insaciable del alma, y el fin digno de su última aspiración, en los poderes sobrenaturales. D. Fadrique no vió en ellos sino tiranos, verdugos ó espantajos sin consistencia.
Cada siglo tiene su espíritu, que se esparce y como que se diluye en el aire que respiramos, infundiéndose tal vez en las almas de los hombres, sin necesidad de que las ideas y teorías pasen de unos entendimientos á otros por medio de la palabra escrita ó hablada. El siglo XVIII tal vez no fué crítico, burlón, sensualista y descreído porque tuvo á Voltaire, á Kant y á los enciclopedistas, sino porque fué crítico, burlón, sensualista y descreído tuvo á dichos pensadores, quienes formularon en términos precisos lo que estaba vago y difuso en el ambiente: el giro del pensamiento humano en aquel período de su civilización progresiva.
Sólo así se comprende que D. Fadrique viniese á ser impío sin leer ni oir nada que á ello le llevase.
Esta nueva calidad que apareció en él era bastante peligrosa en aquellos tiempos. D. Diego mismo se espantó de ciertas ideas de su hijo. Por dicha, el desenvolvimiento de tan mala inclinación coincidió casi con la ida de D. Fadrique al Colegio de Guardias marinas, y se evitó así todo escándalo y disgusto en Villabermeja.
Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D. Fadrique; el P. Jacinto la sintió; D. Diego, que le llevó á la Isla, se alegró de ver á su hijo puesto en carrera, casi más que se afligió al separarse de él; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un día de júbilo el día en que le perdieron de vista.
D. Fadrique volvió al lugar de allí adelante, pero siempre por brevísimo tiempo: una vez cuando salió del Colegio para ir á navegar; otra vez siendo ya alférez de navío. Luego pasaron años y años sin que viese á D. Fadrique ningún bermejino. Se sabía que estaba, ya en el Perú, ya en el Asia, en el extremo Oriente.
IV
De las cosas de D. Fadrique, durante tan larga ausencia, se tenía ó se forjaba en el lugar el concepto más fantástico y absurdo.
D. Diego y la chacha Victoria, que eran las personas de la familia más instruidas é inteligentes, murieron á poco de hallarse D. Fadrique en el Perú. Y lo que es á la cándida Ramoncica y al limitado D. José, no escribía D. Fadrique sino muy de tarde en tarde, y cada carta tan breve como una fe de vida.
Al P. Jacinto, aunque D. Fadrique le estimaba y quería de veras, también le escribía poco, por efecto de la repulsión y desconfianza que en general le inspiraban los frailes. Así es que nada se sabía nunca á ciencia cierta en el lugar de las andanzas y aventuras del ilustre marino.
Quien más supo de ello en su tiempo fué el cura Fernández, que, según queda dicho, trató á don Fadrique y tuvo alguna amistad con él. Por el cura Fernández se enteró D. Juan Fresco, en quien influyó mucho el relato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique para que se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas.
Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, las apuntaré aquí en resumen.
D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostró grande disposición para el estudio.
Pronto salió á navegar, y fué á la Habana en ocasión tristísima. España estaba en guerra con los ingleses, y la capital de Cuba fué atacada por el almirante Pocok. Echado á pique el navío en que se hallaba nuestro bermejino, la gente de la tripulación, que pudo salvarse, fué destinada á la defensa del castillo del Morro, bajo las órdenes del valeroso D. Luis Velasco.
Allí estuvo D. Fadrique haciendo estragos en la escuadra inglesa con sus certeros tiros de cañón. Luego, durante el asalto, peleó como un héroe en la brecha, y vió morir á su lado á D. Luis, su jefe. Por último, fué de los pocos que lograron salvarse cuando, pasando sobre un montón de cadáveres y haciendo prisioneros á los vivos, llegó el general inglés, Conde de Albemarle, á levantar el pabellón británico sobre la principal fortaleza de la Habana.
D. Fadrique tuvo el disgusto de asistir á la capitulación de aquella plaza importante, y, contado en el número de los que la guarnecían, fué conducido á España en cumplimiento de lo capitulado.
Entonces, ya de alférez de navío, vino á Villabermeja, y vió á su padre la última vez.
La reina de las Antillas, muchos millones de duros y lo mejor de nuestros barcos de guerra habían quedado en poder de los ingleses.
D. Fadrique no se descorazonó con tan trágico principio. Era hombre poco dado á melancolías. Era optimista y no quejumbroso. Además, todos los bienes de la casa los había de heredar el mayorazgo, y él ansiaba adquirir honra, dinero y posición.
Pocos días estuvo en Villabermeja. Se fué antes de que su licencia se cumpliese.
El rey Carlos III, después de la triste paz de París, á que le llevó el desastroso Pacto de familia, trató de mejorar por todas partes la administración de sus vastísimos Estados. En América era donde había más abusos, escándalos, inmoralidad, tiranías y dilapidaciones. Á fin de remediar tanto mal, envió el Rey á Gálvez de visitador á Méjico, y algo más tarde envió al Perú, con la misma misión, á D. Juan Antonio de Areche. En esta expedición fué á Lima D. Fadrique.
Allí se encontraba cuando tuvo lugar la rebelión de Tupac-Amaru. En la mente imparcial y filosófica del bermejino se presentaba como un contrasentido espantoso el que su Gobierno tratase de ahogar en sangre aquella rebelión, al mismo tiempo que estaba auxiliando la de Washington y sus parciales contra los ingleses; pero D. Fadrique, murmurando y censurando, sirvió con energía á su Gobierno, y contribuyó bastante á la pacificación del Perú.
Don Fadrique acompañó á Areche en su marcha al Cuzco, y desde allí, mandando una de las seis columnas en que dividió sus fuerzas el general Valle, siguió la campaña contra los indios, tomando gloriosa parte en muchas refriegas, sufriendo con firmeza las privaciones, las lluvias y los fríos en escabrosas alturas á la falda de los Andes, y no parando hasta que Tupac-Amaru quedó vencido y cayó prisionero.
Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fué testigo ocular de los tremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba él que las crueldades é infamias cometidas por los indios no justificaban las de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gente semisalvaje. Así es que casi se arrepintió de haber contribuído al triunfo cuando vió en la plaza del Cuzco morir á Tupac-Amaru, después de un brutal martirio, que parecía invención