Comentario a "Noche oscura del espíritu" y "Subida al monte Carmelo", de san Juan de la Cruz. Fernando Úrbina de la Quintana
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V. Algunas breves referencias a la forma de este trabajo. Tienen un límite interno: la obra sistemática de la Subida y de la Noche, la llamada «obra nocturna» del Santo. Al análisis de la Subida corresponde la primera parte, y al de la Noche, la segunda. Aunque en el cursillo que motivó el trabajo tratamos igualmente de la obra «diurna»: el Cántico y la Llama, no me ha sido posible afrontarlas en el mismo nivel de análisis.
Hay graves problemas pendientes de crítica textual que están aún sin resolver. Y sería necesario un previo estudio de la experiencia y expresión poética y simbólica para el que, sinceramente, me he encontrado sin tiempo y sin fuerzas. Subida y Noche ofrecen, sin embargo, una tal unidad de desarrollo que permite afrontarlas en un trabajo común que tenga cierta unidad y terminación propia.
El trabajo de análisis de textos se ha llevado a cabo primariamente sobre la edición francesa de Gregorio de San José6, aunque luego se han ido revisando los textos en la edición española de Lucinio Ruano7. A lo largo del trabajo, para no tener que estar repitiendo continuamente el nombre del Santo, se usa la sigla SJC. Las siglas usadas para los textos son: S = Subida y N = Noche, seguida de las partes, capítulos y párrafos (según la edición de Ruano). En cuanto a la bibliografía, el trabajo se ha realizado directamente en contacto con los textos: hay algunas citas a pie de página. Al final se aporta una bibliografía, consultada ya en la primera obra nuestra, a la que se han añadido algunos títulos más recientes. Las citas del Cántico están tomadas de la redacción «A» (manuscrito de Sanlúcar).
1 G. MOREL, Le sens de l’existence selon Saint Jean de la Croix. París, Aubier Montaigne, 1960.
2 Antonio Palenzuela fue obispo de Segovia entre 1969 y 1995. Falleció el 8 de enero de 2003 (N. del E.).
3 Se trataría sobre todo del Hegel maduro, el de la Fenomenología y la Lógica, pues en el Hegel joven hoy profundas intuiciones del amor cristiano.
4 F. URBINA, La persona humana en san Juan de la Cruz. Madrid, Instituto Social León XIII, 1956.
5 J. ORCIBAL, Saint Jean de la Croix et les mystiques rhéno-flamands. Brujas, Desclée de Brouwer, 1966.
6 Oeuvres spirituelles de Saint Jean de la Croix. Traducción del R. P. GRÉGOIRE DE ST. JOSEPH. París, Seuil, 1947.
7 Vida y obras completas de San Juan de la Cruz. Edición crítica de las obras del doctor místico. Notas y apéndices por el padre LUCINIO RUANO, OCD, y otros. BAC. Madrid, La Editorial Católica, 61973.
PRÓLOGO
ACTUALIDAD DE UNA OBRA MAESTRA
Al inicio del Año de la fe –una gran oportunidad, regalo y misión que el Señor y su Iglesia nos han entregado– se me invita a escribir el prólogo del libro de Fernando Urbina Comentario a «Noche oscura del espíritu» y «Subida al monte Carmelo», de san Juan de la Cruz, publicado por la editorial Marova en 1982 y agotado desde hace años. Gracias de todo corazón, a la vez que manifiesto mi pequeñez a la hora de prologar a un místico de nuestros días que escribe sobre el referente de la mística universal y doctor de la Iglesia, san Juan de la Cruz.
El buen cristiano, sacerdote y testigo de Jesucristo Fernando Urbina nos enseñaba en sus clases que un místico «es alguien que ha desarrollado a lo largo de su vida una forma especial de experiencia de la fe que se caracteriza por su intensidad, por abarcar el conjunto de la persona y de su vida, por estar reducida a una extrema sencillez, por ser vivida de forma intensamente fruitiva y por discurrir en el interior de una insuperable oscuridad, al mismo tiempo que dota al sujeto de la mayor certeza». Ser místico, por tanto, es hacer la experiencia de Dios, es escuchar, acoger su presencia, ya comenzada entre nosotros, y responder a Dios como creíbles hijos suyos.
Fernando nos mostraba que seguir a Jesucristo crucificado y resucitado requiere una actitud contemplativa, es dejar que la gracia de Dios se adentre, poco a poco, en todo nuestro ser, «como ese aceite que va calando la piedra». «La “contemplación evangélica” es radicalmente una actitud que embarga al hombre entero, con todo su tiempo, y lo dispone a una entrega total a la llamada de Dios en la densidad de la vida y en la entrega a los demás. Lleva a imitar a Jesús en su compromiso con la verdad y el amor que realiza la voluntad de Dios». Consideraba que había que repetir en todo momento: «Creo que Dios me ha salvado, creo que me ama, creo que Dios me comprende más de lo que yo me comprendo a mí mismo, creo que Dios me perdona. Estamos en sus manos». Nuestra vida es vigilancia serena: «Nuestro pequeño tiempo, humilde y cotidiano, es ya el gran tiempo de Dios… tenemos que convertirnos… Y más todavía: “Creed en el Evangelio” (Mc 1,15), en el poder de la fuerza del Evangelio, que es el poder de Dios. Como dice san Pablo en Romanos (1,16): “El Evangelio es potencia de Dios para la salvación del mundo”». La espiritualidad de la vigilancia y la espera requiere pobreza de corazón con el fin de estar abiertos a las sorpresas y promesas de Dios. Requiere conversión. Es vivir en unidad de vida, humildad, sencillez, simplicidad y disponibilidad para la misión, acogiendo el amor de Dios Padre manifestado en su Hijo Jesucristo, atentos a la brisa suave, cada día, del Espíritu Santo.
Para el sacerdote Fernando Urbina, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Jesús, santa Teresa del Niño Jesús… viven el saber «experimentando sobre Dios»; algunos de estos poemas resumen el «eje diamantino» del místico que nos ocupa:
¡Oh, cristalina fuente,
si en esos tus semblantes plateados
formases de repente
los ojos deseados
que tengo en mis entrañas dibujados!
En los «tiempos recios» y de dificultades que vivimos, donde son muchas las personas que carecen de lo necesario para vivir con dignidad, donde abunda la «antropología sin Dios», la crisis de fe en la que estamos sumidos, y le decimos al Señor: «Creo, pero aumenta mi fe» (Mc 9,24), se necesitan testigos, discípulos del Señor, que nos acerquemos a los lugares, los márgenes y las afueras donde abundan los «heridos por la vida», en palabras del beato Juan Pablo II, para que, como Iglesia samaritana y liberadora, personalmente y como miembros de comunidades cristianas, transparentemos el genuino rostro de Dios.
Un pastorcillo solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho de amor muy lastimado.
No llora por haberle el amor llagado,
que