El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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de entrada sobre mis mercancías. Y una de estas cartas, ¡oh señores míos! además de esa virtud preciosa, me sirve también de consuelo en la soledad, pues está escrita en versos tan admirables, que preferiría perder el alma a separarme de ella".

      Entonces los dos reyes exclamaron: "¡Oh mercader! ¿quieres permitirnos ver esa carta o leernos siquiera su contenido?" Y el anciano mercader, muy tembloroso, alargó las dos cartas a los reyes, que se las entregaron a Nozhatú, diciéndole: "¡Tú que sabes leer las letras más complicadas y dar a los versos entonación más propia, apresúrate por favor a deleitarnos con esta lectura!"

      Pero apenas hubo Nozhatú desatado la cinta que sujetaba el rollo y echado una mirada a las dos cartas, exhaló un gran grito, se puso más amarilla que el azafrán, y cayó desmayada.

      Entonces se apresuraron a rociarla con agua de rosas, y cuando volvió en sí, se levantó inmediatamente, y arrasados sus ojos en lágrimas, corrió hacia el mercader, y cogiéndole la mano, se la besó. Entonces todos los presente! llegaron al límite de la estupefacción ante aquel acto tan contrario a las costumbres de los reyes y de los musulmanes.

      Y el anciano mercader, emocionadísimo, vaciló y estuvo a punto de caer de espaldas.

      La reina Nozhatú se apresuró a sostenerle, y llevándole de la mano, le hizo sentar en la misma alfombra en que ella estaba sentada, y le dijo: "¿Ya no me conoces, padre mío? ¿Tan vieja soy?"

      Al oír estas palabras el mercader creyó soñar, y exclamó: "¡Conozco la voz! Pero ¡oh mi señora! mis ojos tienen muchos años, y ya no pueden distinguir nada".

      Y la reina dijo: "¡Oh padre mío! soy la misma que te escribió la carta en verso, soy Nozhatú-zamán". Y el anciano mercader se desmayó entonces por completo. Y mientras el visir Dandán echaba agua de rosas en la cara del anciano mercader, Nozhatú, volviéndose hacia su hermano Rumzán y su sobrino Kanmakán, les dijo: "¡Este es el buen mercader que me arrancó de las manos de aquel bárbaro beduíno que me robó en las calles de la Ciudad Santa!"

      Y cuando el mercader volvió en sí, los dos reyes se levantaron en honor suyo, y lo abrazaron; y a su vez, él besó las manos de la reina Nozhatú y al visir Dandán; y todos se felicitaron mutuamente por aquel suceso, y dieron gracias a Alah que los había reunido. Y el mercader levantó los brazos, y exclamó:

      "¡Bendito y glorificado sea Aquel que modela los corazones que no olvidan, y los perfuma con el admirable incienso de la gratitud!"

      Después de lo cual los dos reyes nombraron al anciano mercader jeique de todos los khanes y zocos de Kaissaria y Bagdad, y le dieron entrada libre en palacio de noche y de día.

      Después le dijeron: "¿Pero quiénes te han atacado?" Y el mercader contestó: "Unos bandidos del desierto, de los que despojan a los mercaderes sin armas, me asaltaron súbitamente. ¡Eran más de ciento! Pero sus jefes son tres. ¡Uno es un negro horrible; otro un kurdo espantoso, y el tercero un beduído muy forzudo! Me habían atado a un camello y me arrastraban, cuando quiso Alah que les atacasen vuestros soldados y los capturaran, y a mí con ellos".

      Oídas estas palabras, los dos reyes dijeron a uno de los chambelanes: "¡Que entre primero el negro!" Y el negro entró. Era más feo que el trasero de un mono viejo, y sus ojos más feroces que los del tigre.

      Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Pero antes de que el negro tuviese tiempo de contestar, Grano de Coral, la antigua doncella de la reina Abriza, entró entonces para llamar a su ama Nozhatú, y sus ojos se encontraron con los del negro; y enseguida lanzó un grito horrible, y se precipitó como una leona sobre el negro, le hundió los dedos en los ojos, se los sacó de un tirón, y dijo: "¡Este es el bandido que mató a mi pobre señora Abriza!"

      Después, arrojando al suelo los dos ojos ensangrentados que acababa de hacer saltar de las órbitas del negro como si fuesen huesos de fruta, añadió: "¡Loado sea el Justo y el Altísimo, que me permiten por fin vengar a mi ama con mis manos!"

      Entonces el rey Rumzán dirigió una seña, y en seguida avanzó el verdugo, y de un solo tajo hizo dos negros de uno. Enseguida los eunucos arrastraron el cuerpo por los pies y lo fueron a arrojar a los perros, sobre los montones de basura fuera de la ciudad.

      Después los reyes dijeron: "¡Que entre el kurdo!" Y el kurdo entró. Era más amarillo que un limón, y estaba más sarnoso que un burro de molino, y seguramente más piojoso que un búfalo que se pasa un año sin sumergirse en el agua. Y el visir Dandán le preguntó: "¿Cómo te llamas? ¿Y por qué eres bandolero?" Y el otro respondió: "Yo era camellero de oficio en la Ciudad Santa. Y un día me encargaron que transportase al hospital de Damasco a un joven enfermo…"

      Al oír estas palabras, el rey Kanmakán, y Nozhatú, y el visir Dandán, sin darle tiempo para seguir, exclamaron: "¡Este el camellero traidor que abandonó al rey Daul'makán sobre el montón de estiércol a la puerta del hammam!" Y de pronto el rey Kanmakán se levantó, y dijo: "¡Se debe devolver mal por mal, y duplicado! ¡Si no, aumentaría el número de los impíos y de los malhechores que infringen las leyes! ¡Y para los malos, no debe haber piedad en la venganza, pues la piedad como la entienden los cristianos es virtud de eunucos, enfermos e impotentes!"

      Y el rey Kanmakán, con su propia mano, de un solo tajo hizo de un camellero dos.

      Pero luego mandó a los esclavos que enterraran el cuerpo según los ritos religiosos.

      Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!"

      En este momento de su narración Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.

       PERO CUANDO LLEGO LA 145ª NOCHE

      Ella dijo:

      Entonces los dos reyes dijeron al chambelán: "¡Que entre ahora el beduíno!" Y fué introducido el beduíno. Pero apenas apareció por la abertura de la puerta su cabeza de bandido, cuando la reina Nozhatú exclamó: "¡Ese es el beduíno que me vendió a este buen mercader!"

      Al oír estas palabras, el beduíno dijo:

      "¡Soy Hamad! ¡Y no te conozco!" Entonces Nozhatú se echó a reír, y exclamó:

      "¡Verdaderamente es él, pues nunca se verá un loco semejante a éste! Mírame, pues, ¡oh beduído Hamad! ¡Soy aquella a quien robaste en las calles de la Ciudad Santa, y a quien maltrataste tanto!"

      Cuando el beduíno oyó estas palabras, exclamó: "¡Por Alah! ¡Es la misma! ¡Mi cabeza va a desaparecer ahora mismo de encima de mi cuello!" Y Nozhatú se volvió hacia el mercader, que estaba sentado, y le preguntó: "¿Le conoces ahora, mi buen padre?

      El mercader dijo: "¡Es el mismo! ¡Y está más loco que todos los locos de la tierra!"

      Entonces dijo Nozhatú: "Pero este beduino, a pesar de todas sus brutalidades, tenía una buena cualidad: le gustaban los bellos versos y las hermosas historias". Enseguida el beduído exclamó: "¡Oh mi señora! Así es, ¡por Alah! Y sé una buena historia, sobremanera extraña, que me ha ocurrido a mí.

      Ahora bien; si la cuento y agrada a todos los circunstantes, me perdonarás, y me concederás el indulto de mi sangre". Y la dulce Nozhatú sonrió, y dijo:

      "¡Sea!

      Cuéntanos tu historia, ¡oh beduíno!"

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