El libro de las mil noches y una noche. Anonimo
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"Sabe, ¡óh Príncipe de los Creyentes! que esa joven era mi esposa, hija de este jeique, que es mi suegro. Me casé siendo ella todavía virgen, y Alah me ha concedido tres hijos varones. Y mi mujer me amó y me sirvió siempre, sin que tuviese yo que motejarle nada reprensible.
Pero a principios de este mes cayó gravemente enferma, y llamé en seguida a los médicos más sabios, que no tardaron en curarla ¡con ayuda de Alah! Y como desde el comienzo de su enfermedad no me había acostado con ella, y lo deseaba en aquel instante, quise que primero se diera un baño.
Pero ella dijo: "Antes de entrar en el hammam, desearíasatisfacer un antojo". Y le pregunté: "¿Qué antojo es ese?" Y me contestó: "Tengo ganas de una manzana para olerla y darle un bocado".
Inmediatamente me fui a la calle a comprar la manzana, aunque me costara un dinar de oro. Y recorrí todas las fruterías, pero en ninguna había manzanas. Y regresé a casa muy triste, sin atreverme a ver a mi mujer y pasé toda la noche pensando en la manera de lograr una manzana. Al amanecer salí de nuevo de mi casa y recorrí todos los huertos, uno por uno, y árbol por árbol, sin hallar nada. Y he aquí que en el camino me encontré con un jardinero, hombre de edad, al que le consulté sobre lo de las manzanas. Y me dijo: "¡Oh hijo mío! Es una cosa difícil de encontrar, porque ahora no las hay en ninguna parte como no sea en Bassra, en el huerto del Comendador de los Creyentes. Y aun allí no te será fácil conseguirlas, pues el jardinero las reserva cuidadosamente para uso del califa".
Entonces volví junto a mi esposa contándoselo todo; pero el amor que le profesaba me movió a preparar el viaje. Y salí, y emplée quince días completos, noche y día, para ir a Bassra y regresar, favorecido por la suerte, pues volví al lado de mi esposa con tres manzanas compradas al jardinero del huerto de Bassra por tres dinares. Entré, pues, muy contento, y se las ofrecí a mi esposa, pero al verlas ni dió muestras de alegría ni las probó, dejándolas, indiferente, a un lado. Observé entonces que durante mi ausencia la calentura se había vuelto a cebar en mi mujer muy violentamente, y seguía atormentándola; y estuvo enferma diez días más, durante los cuales no me separé de ella un momento. Pero gracias a Alah, recobró la salud, y entonces pude salir y marchar a mi tienda para comprar y vender. Pero he aquí que una tarde estaba yo sentado a la puerta de mi tienda, cuando pasó por allí un negro, que llevaba en la mano una manzana.
Y le dije:, "¡Eh, buen amigo! ¿de dónde has sacado esa manzana, para que yo pueda comprar otras iguales?" Y el negro se echó a reír, y me contestó: "Me la ha regalado mi amante. He ido a su casa, después de algún tiempo que no la había visto, y la he encontrado enferma, y tenía al lado tres manzanas, y al interrogarla, me ha dicho:
"Figúrate, ¡oh querido mío! que el pobre cornudo de mi esposo ha ido a Bassra expresamente a comprármelas, y le han costado tres dinares de oro". Y en seguida me dió esta que llevo en la mano".
Al oír tales palabras del negro, ¡oh Príncipe de los Creyentes! mis ojos vieron que el mundo se oscurecía; cerré la tienda a toda prisa y entré en mi casa, después de haber perdido en el camino toda la razón, por la fuerza explosiva de mi furia. Dirigí una mirada al lecho, y, efectivamente, la tercera manzana no estaba ya allí. Y pregunté a mi esposa: "¿En dónde está la otra manzana?" Y me contestó: "No sé qué ha sido de ella".
Esto era una comprobación de las palabras del negro. Entonces me abalancé sobre ella, cuchillo en mano, y apoyando en su vientre mis rodillas, la cosí a cuchilladas. Después le corté la cabeza y los miembros, lo metí todo apresuradamente en la banasta, cubriéndolocon el velo y el tapiz, y guardándolo en el cajón, que clavé yo mismo.
Y cargué el cajón en mi mula, y en seguida lo arrojé en el Tigris con mis propias manos. ¡Por eso, ¡oh Emir de los Creyentes! te suplico que apresures mi muerte, en castigo a mi crimen, pues me aterra tener que dar cuenta de él el día de la Resurrección!
La arrojé al Tigris, como he dicho, y como nadie me vió, pude volver a casa. Y encontré a mi hijo mayor llorando, y aunque estaba seguro de que ignoraba la muerte de su madre, le pregunté: "¿Por qué lloras?" Y él me contestó: "Porque he cogido una de las manzanas que tenía mi madre, y al bajar a jugar con mis hermanos, en la calle, ha pasado un negro muy grande y me la quitó, diciendo: "¿De dónde has sacado esta manzana?"
Y le contesté: "Es de mi padre, que se fué y se la trajo a mi madre con otras dos, compradas por tres dinares en Bassra.
Porque mi madre está enferma". Y a pesar de ello, no me la devolvió, sino que me dió un golpe y se fué con ella. ¡Y ahora tengo miedo de que mi madre me pegue por lo de la manzana!
Al oír estas palabras del niño, comprendí que el negro había mentido respecto a la hija de mi suegro, y por lo tanto, ¡que yo había matado a mi esposa injustamente!
Entonces empecé a derramar abundantes lágrimas, y entró mi suegro, el venerable jeique que está aquí conmigo. Y le conté la triste historia. Entonces se sentó a mi lado, y se puso a llorar. Y no cesamos de llorar juntos hasta medianoche. E hicimos que duraran cinco días las ceremonias fúnebres. Y aun hoy seguimos lamentando esa muerte.
Así, pues, te conjuro, ¡oh Emir de los Creyentes!, por la memoria sagrada de tus antepasados, a que apresures mi suplicio y vengues en mi persona aquella muerte.
Entonces el califa, profundamente maravillado, exclamó: "¡Por Alah que no he de matar más que a ese negro pérfido…!
En este momento de su narración,
Schehrazada vió aparecer la mañana, y se calló discretamente.
PERO CUANDO LLEGO LA 19ª NOCHE
Ella dijo:
He llegado a saber ¡oh rey afortunado! que el califa juró que no mataría más que al negro, puesto que el joven tenía una disculpa. Después, volviéndose hacia Giafar, le dijo: "¡Trae a mi presencia al pérfido negro que ha sido la causa de esta muerte! Y si no puedes dar con él, perecerás en su lugar".
Y Giafar salió llorando, y diciéndose:
"¿Dónde lo podré hallar para traerlo a su presencia? Si es extraordinario que no se rompa un cántaro al caer, no lo ha sido menos el que yo haya podido escapar de la muerte. Pero ¿y ahora…? ¡Indudablemente El, que me ha salvado la primera vez, me salvará, si quiere, la segunda! Así, pues, me encerraré en mi casa los tres días de plazo.
Porque ¿para qué voy a emprender pesquisas inútiles? ¡Confío en la voluntad del Altísimo!"
Y en efecto, Giafar no se movió de su casa en los tres días del plazo. Y al cuarto día mandó llamar al kadí, e hizo testamento ante él, y se despidió de sus hijos llorando.
Después llegó el enviado del califa, para decirle que el sultán seguía dispuesto a matarle si no aparecía el negro. Y Giafar lloró más todavía, y sus hijos con él. Después quiso besar por última vez a la más pequeña de sus hijas, que era la preferida entre todas, y la apretó contra su pecho, derramando muchas lágrimas por tener que separarse de ella. Pero al estrecharla contra él, notó algo redondo en el bolsillo de la niña, y le preguntó:
"¿Qué llevas ahí?"
Y la niña contestó: "¡Oh, padre! una manzana. Me la ha dado nuestro negro Rihán(1). Hace cuatro días que la tengo. Pero para que me la diese tuve que pagar a Rihán dos dinares".