La invisible luz. Robert H. Benson

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La invisible luz - Robert H. Benson Novela

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sentados junto a la puerta en dos sillas altas talladas, sus piernas cubiertas por una manta y su mirada triste y fija hacia el exterior, a través de la puerta de hierro labrado que franqueaba el muro. La hierba crecida en la franja de la pradera que había quedado sin podar se apoyaba en la reja o empujaba sus plumeros atravesándola. Observé que el anciano miraba fijamente el pórtico, dejando sus ojos vagar sobre cada detalle de las plantas trepadoras, el enrejado o los viejos ladrillos, y no, como había pensado al principio, rebuscando en las difusas distancias de los años dejados atrás.Súbitamente rompió su prolongado silencio.–¿Le he contado alguna vez –me preguntó– lo que vi allí en el jardín? Parece bastante normal ahora, aunque yo vi allí lo que supongo que nunca veré de nuevo antes de morir, o al menos hasta que no esté en la propia puerta de la muerte.Miré yo también hacia afuera. La atmósfera estaba llena de esa “limpieza brillante tras la lluvia” a la que cantó el Rey David, era aire hecho visible y radiante por la unión de la luz y del agua, esas dos gozosas criaturas de Dios. Un gran castaño tapaba la vista más allá del pórtico.–Cuéntemelo si quiere –le dije–, ya sabe cuánto me gusta oír esas historias.–Hace años, como quizá sepa, no mucho después de mi ordenación yo estaba trabajando en Londres. Mi padre vivía aquí entonces, como su padre antes que él. Ese escudo de armas en el centro de la puerta enrejada fue colocado por él poco después de acceder a la propiedad. Yo solía venir aquí, entonces como ahora, para respirar el aíre del campo. Difícilmente recuerdo ningún placer tan deseado como el venir a este glorioso ambiente campestre huyendo del humo y del ruido de Londres, o tumbarme despierto por la noche con el susurro de los pinos junto a mi ventana en lugar del incesante alboroto humano de la ciudad.«Bien, vine aquí una vez, de improviso, una noche de verano, trayendo una mala noticia. No necesito entrar en detalles, sería inútil hacerlo, pero baste decir que las noticias no me afectaban a mí o a mi familia. No fueron más que una curiosa serie de circunstancias las que me llevaron a ser portador de tal noticia, empezando por el simple hecho de que estaba destinada a una señora que casualmente estaba con mi familia. Yo apenas la conocía, de hecho solo la había visto una vez anteriormente. La noticia había llegado hasta mis oídos en Londres, con el comentario de que a quien más le concernía no la conocía, y que nadie se atrevía a escribirle o telegrafiarle. Por supuesto, me presté voluntario para llevar la noticia en persona.«Con un gran peso en mi corazón caminé desde la estación, el camino me pareció intolerablemente corto. Sabía que la noticia rompería el corazón de quien debía escucharla. Llegué por el pórtico del final de la avenida (señaló con la mano hacia la derecha) y rodeé la casa hacia la parte de atrás, a nuestra espalda. Esta puerta, donde estamos sentados ahora había sido la puerta principal, pero el camino acababa de ser levantado y usábamos en su lugar la puerta trasera, y este césped era mucho más que lo que puede ver ahora, solo el camino se mostraba claramente, como una larga tumba atravesando la hierba.«Cuando entré por la puerta de atrás ella salía con un libro y una silla de mano para sentarse en el jardín. Mi corazón dio un terrible pálpito de dolor, sabía que en cuanto cumpliera mi misión no habría lugar para un tranquilo atardecer en el jardín, y que la apariencia de serena felicidad sería barrida de su rostro, y todo eso por lo que yo tenía que decirle. En un primer instante no me reconoció en la oscuridad de la entrada y permaneció de espaldas hasta que me acerqué, entonces…–¿Cómo usted? –exclamó–. Ha venido a casa. ¿No sabía que le esperaban?Yo respiré un momento para recuperarme.–No me esperaban –le dije. Y un momento después– ¿Puedo hablar con usted?–¿Hablar conmigo? Por qué, por supuesto. ¿Aquí o en el jardín?–Aquí –contesté, y me adelanté para abrir la puerta de esta habitación.«Ella me siguió y se quedó aquí, de pie junto a la puerta, sujetando su libro, con un dedo metido entre las hojas.«Se estará usted preguntando, supongo, por qué no busqué a alguna otra mujer para darle la noticia. Bien, yo me había debatido desde que me había ofrecido voluntario para ser el portador de tal mensaje y, en parte porque tenía miedo de ser un cobarde, llámelo orgullo si quiere, y en parte por otras razones que no necesito mencionar, sentí que estaba capacitado para cumplir mi promesa literalmente. Podía ser, pensé también, que ella prefiriera que tal noticia fuera conocida por el menor número de personas posible. De manera, acertada o no, aquí estaba yo con mi tarea ante mí.«Ella estaba allí –el anciano continuó, apuntando a la jamba derecha de la puerta–, y yo aquí –indicando como a un metro detrás– y la puerta estaba bastante abierta, como ahora, y la aromática brisa del atardecer pasaba pura a la habitación. Su rostro quedaba parcialmente entre sombras, pero en sus ojos había solo un albor de sorpresa ante mi brusquedad, quizá con un leve matiz de ansiedad, pero nada más.–He venido– le dije lentamente, mirando hacia el jardín– a cumplir un duro encargo –No pude seguir. Me volví y la miré. ¡Ah!, la tristeza se había intensificado ligeramente–. Y le concierne a usted y a su felicidad –La miré de nuevo y recuerdo como su rostro había cambiado. Sus labios estaban entreabiertos y sus ojos brillaban muy abiertos, medio a la sombra, medio a la luz, y había nuevas y terribles finas líneas en su frente. Entonces se lo dije.«Todo estuvo dicho en una frase o dos y cuando la miré de nuevo sus labios se habían cerrado y su mano se había agarrado a la moldura de la jamba. Podía ver sus anillos brillando a la luz que se colaba sobre el castaño (ahora más tenue) hacia el interior de la habitación. Sus labios se movieron una vez o dos, su mano se desengachó vacilante y cruzó despacio la habitación. Había allí un gran sofá, ella se sentó y hundió su rostro entre el brazo y el respaldo.«Esperé junto a la entrada, mirando hacia la portada de hierro. En aquel momento, el sufrimiento era algo nuevo para mí. Aún no había aprendido a entenderlo, o a permanecer en paz bajo su peso. En aquel momento solo entendía que había una terrible lucha ocurriendo en la habitación que dejaba atrás. Allí, frente a mí, había un jardín lleno de paz y dulzura bajo la tenue luz del anochecer, y tras de mí había algo que se asemejaba al abismo, en medio estaba yo, entre la vida y la muerte.«Entonces recordé que era un sacerdote y estaba obligado a ser capaz de decir algo, al menos una palabra del mensaje Divino que nos trajo el Salvador, pero no pude. Me sentí perdido en aguas profundas. Incluso Dios parecía estar muy lejos, intolerablemente sereno y distante; entonces anhelé con toda mi energía humana poder rezar y cargar sobre mí algo de esa batalla, de la cual me sentía separado por algo tan enorme como un océano. Entonces Dios me concedió de nuevo una clara visión.–¿Ve la portada de hierro? –continuó el anciano mientras la señalaba– Bien, entre esos dos pilares, pero ligeramente sobre ellos, recortado claramente contra el castaño, más allá, vi la figura de un hombre.«No sé muy bien cómo explicarme, pero era consciente de que a través de todo este mundo material de luz y color se cruzaba un plano del mundo espiritual, y que allí donde se cruzaban ambos mundos yo podía mirar y ver lo que estaba más allá. Era como humo cruzando un rayo de sol, donde cada uno hace visible al otro.Bueno, esa figura humana, entonces, estaba arrodillada en el aire, esa es la única forma en que puedo describirlo, su cara se giró hacia mí, pero sobre mí. La cosa más curiosa que me impactó en ese instante fue que él estaba, todo estaba, inclinado con un ángulo agudo hacia un lado, pero no parecía nada grotesco; el castaño también estaba fuera de la perpendicular, el muro fuera de la horizontal. El único nivel auténtico era el de aquel hombre.«Sé que todo esto suena disparatado, pero me mostraba como el mundo de los espíritus era el mundo real y el mundo de los sentidos comparativamente irreal, justo como si el dolor de la mujer que estaba detrás de mí fuera más real que las vigas que estaban sobre nosotros.«Y de nuevo, comparados con la figura arrodillada, el castaño y el pórtico parecían insustanciales y ensombrecidos. Ya sé que aquellos que ven visiones nos dicen que es al revés. Todo lo que yo puedo decir es que no fue así conmigo. Esta figura estaba arrodillada, como he dicho; su capa ondeaba a su espalda, una enorme prenda, colgando firme de sus hombros, como si estuviera luchando contra un fuerte viento, el viento de la Gracia, supuse, que siempre sopla desde el Trono. Sus brazos estaban extendidos ante él, pero suficientemente abiertos para dejarme ver su rostro, y ese rostro estará conmigo hasta que muera, y gracias a Dios aún después. No llevaba barba y mostraba el inequívoco carácter de un rostro sacerdotal.«Ahora sabe usted lo próximos que el más intenso dolor y la más intensa alegría pueden mantenerse juntos. Sus líneas se encontraban tan cerca. En el rostro de ese hombre se cruzaron. Angustia y éxtasis fueron uno. Sus ojos estaban abiertos, sus labios entreabiertos. No podría decir si era viejo o joven. Su rostro no tenía edad, como los rostros de todos los que miran hacia él que habita en la eternidad.

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