Narrar el oficio. Mariana Sirimarco

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Narrar el oficio - Mariana Sirimarco

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        8. Con toda la muerte al aire, por María Eugenia Cerutti

        9. Las huellas de lo borrado: muerte, guerra y restos corporales en los museos de la subversión, por Mariana Sirimarco Rumores e incredulidades: una introducción La muerte y la guerra: el Museo de la Policía de Tucumán El espanto posible: el Museo Histórico de Campo de Mayo La memoria invisible. Posdata Bibliografía citada

        Autores y autoras

        Créditos

      PRESENTACIÓN

       Museos y fuerzas de seguridad en la Argentina

      Mariana Sirimarco

      Y esto por partida doble.

      En primer lugar, en el contexto de cierta franja de estudios museísticos, que ha llevado a la proliferación reciente de análisis sobre museos y/o lugares de la memoria y, consecuentemente, aunque en menor medida, a la consideración de acervos militares (Persino, 2008; Carnovale, 2007; Guglielmucci, 2009, 2011, 2015; Battiti, 2013; da Silva Catela, 2014). En este escenario, la invisibilidad de los museos de las fuerzas de seguridad resalta pero no asombra. En la revisión de lo sucedido durante la última dictadura cívico-militar, el manto de los estudios de memoria parece haberse posado, razonable pero privilegiadamente, sobre el accionar de las fuerzas armadas, desinteresándose mayormente del control y la represión ejercida por otras instituciones estatales. Aquí, la iluminación de algunos espacios museísticos y el eclipse de otros no deja de ser parte de un mismo movimiento.

      El presente volumen busca revertir este movimiento, y proponer a los museos de las fuerzas de seguridad como objeto específico de pesquisa académica: zonas no solo abordables sino potencialmente fructíferas para ampliar nuestro conocimiento de estas agencias estatales. Siempre se ha dicho que todo museo comercia con el pasado y la memoria. Es decir, con el ejercicio siempre complejo de su conmemoración, de su conservación y de su hechura. Se ha dicho también que museo y pasado guardan una relación de sinécdoque, en tanto el primero conserva artefactos que existían previamente y que son parte concreta y real del segundo. Y que en tanto preservador de ese fragmento históricamente real de pasado, el museo se erige como lugar por excelencia de memoria (Nora, 1989; Persino, 2008). En su mobiliario se conserva –pretendidamente– lo que fue real y verdadero.

      En esta conservación y reunión de objetos –se ha dicho además– descansa su ficción fundadora: uno al lado del otro y todos juntos, cada elemento cuenta de por sí una historia, pero asiste, a su vez, al significado colectivo de una historia mayor. El museo tiene así la capacidad de hacer que una reunión de elementos heterogéneos se vuelva una representación –al tiempo que una explicación– de una cierta porción del mundo. Porque el museo, sabemos, depende de una epistemología arqueológica: requiere que los artefactos que exhibe sean, por un lado, originales, pero que expliquen colectivamente, por otro, el significado de una historia más amplia (Donato, 1979; Sherman, 1995).

      Así, es a todas luces claro que todo museo brinda un relato: vuelve lo material en patrón cultural significativo. Esto es, recorta una porción de la historia y la erige en memoria. Pero en cuanto pone en escena tales discursos y valorizaciones, todo museo comercia también con el presente: condensa prácticas y sentidos cuyas significaciones y legitimidades se reactualizan. De este modo, a través de esta sumatoria de capas de objetos, fechas e intencionalidades, un museo tiene la capacidad de hacer que una reunión de elementos heterogéneos se vuelva una representación –y una explicación– de una cierta porción del mundo.

      Los museos de las fuerzas de seguridad no escapan a tales características. Las colecciones en ellos exhibidas ponen de manifiesto una intencionalidad por reunir, conservar y exhibir ciertos objetos. Banderas, cascos, medallas, bustos, uniformes, placas, armas. ¿Qué nos dicen estos objetos de la pretendida labor de estas fuerzas? ¿Qué narraciones habilitan acerca de las variadas facetas de su quehacer profesional? Entre réplicas de sables, cuadros de personajes ilustres y reglamentos añejos, deambular por los pasillos de estos museos es deambular por las vivencias del oficio, y recorrer sus salas y anaqueles resulta un modo inmejorable de leer los mojones de sentido con que estas instituciones de seguridad se sienten –o se han sentido– representadas. Tal es el objetivo central de este libro: hacer de los museos de las fuerzas de seguridad una mirilla para asomarse a los modos en que se configuran, se alientan y se reproducen determinados relatos institucionales acerca de la profesión y la identidad institucional.

      Abordarlos desde esta perspectiva implica asumir una premisa. Los museos de las fuerzas de seguridad resaltan, de sí mismos, su carácter de históricos. Sería sin embargo un error adscribir ciegamente a tal demanda. No porque técnicamente no lo sean, sino porque –como todo museo que se autoperciba como tal– ocultan otra cara bajo tal ropaje. Se ha señalado abundantemente que lo histórico es una de las formas clásicas que toma la ficción gobernadora de un museo, proponiendo una vinculación con la memoria que es estratégica y contingente antes que unidireccional. Un museo, antes que un espacio de exhibición del pasado, es un sitio de memoria disputada (Donato, 1979; Sherman, 1995; Buffington, 2012). Es decir, un dispositivo que elige, ordena y clasifica, pero no para representar el espectro histórico, sino para modelarlo. Lo histórico se vuelve así la pátina con que se recubre lo que en realidad es conmemorativo y celebratorio.

      Es desde esta perspectiva que el abordaje analítico de los museos de las fuerzas de seguridad adquiere peso. No como modo de reconstruir, linealmente, el contexto de uso o la historia de los insumos allí

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