Oscar Wilde y yo . Oscar Wilde
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La restricción fue concedida de inmediato, y aunque fui asesorado por un abogado para apelar contra la decisión, pensé que era mejor aceptarla, al menos por el momento.
En consecuencia, todos los fragmentos que quería publicar del De Profundis, que ya habían sido reproducidos en todos los diarios en la audiencia de Douglas vs. Ransomey en el Club de los Libros del Tiempo, fueron retirados. Ocurrió lo mismo con las cartas de Wilde que originalmente incluí en el manuscrito, pero su omisión no afectó demasiado al libro. En todo caso, no fueron esgrimidas como defensa sino para destacar alguna curiosidad. El veto de incluir fragmentos del De Profundis, en cambio, sí representó una tremenda desventaja.
Una parte considerable de este libro se dedica a refutar los violentos ataques perpetrados por Wilde —de los cuales fui víctima, junto con mi familia—, en la parte inédita del De Profundis, carta que fue aceptada, para su custodia, de manos del albacea del escritor por las autoridades del Museo Británico.
Obviamente me resultó difícil defenderme del ataque sin poder citar el texto, y lo único que pude hacer es sobrellevar esta situación del mejor modo posible.
Espero en un futuro poder tratar este asunto den un modo más completo y cabal.
En este sentido remito al lector al capítulo “Un reto para Robert Ross”.
A. B. D.
1. “‘El primer poeta de su tiempo’, llámale Frank Harris, el biógrafo que pudiéramos considerar oficial de Oscar Wilde y que, como escritor de lengua inglesa, es mejor juez en la materia que nosotros” (Lord Alfred Bruce Douglas, Oscar Wilde y yo, traducción directa del inglés por Rafael Cansinos Assens, Biblioteca Giralda, Madrid, 1925).
2. Al menos, según Trevor Fisher, a partir de los treinta años.
3. Los procesos de Oscar Wilde: traducción y presentación de Ulyses Petit de Murat. Editorial Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1967.
Prefacio de la traducción española
(Escrito especialmente por el autor)
Por el tiempo en que escribía este libro, en el año 1913 —no se publicó hasta agosto de 1914—, me vi seriamente cohibido por dos circunstancias: la primera, según explicaré aquí, fue la prohibición de reproducir en mi obra los fragmentos inéditos del De Profundis de Wilde, que se hallan en poder del Museo Británico4. La segunda, no poder decir la verdad sobre Robert Ross5 que, por aquella época, no se había hecho pública. Mis editores, asustados por la severa ley inglesa de Libelus, que puede ser invocada y lo es con frecuencia en defensa de los peores criminales, se negaron a publicar la verdad sobre Ross, sobre su vil carácter y el modo como me trató después de robar mis cartas de la capilla ardiente donde velaban a Oscar Wilde.
El primer paso en el camino de mi rehabilitación, después de la debacle que sufrí al perder en 1903 mi proceso por difamación contra Arthur Ransome6, fue mi denuncia pública contra Ross, que no tuvo lugar hasta diciembre de 1914, después de la publicación de aquel libro7. Luego de que Ross se vio públicamente convicto en la Sala Central de lo Criminal —en calidad de pederasta, estafador y autor del robo de mis cartas a Oscar Wilde—, el sostén principal del edificio de mentiras y falsedades que alzaron contra mí Oscar Wilde y sus amigos y discípulos se vino abajo. Así que, aunque protegido siempre Ross por la corrupta y degenerada coterie8 que en Inglaterra era dueña de la situación, pude de todas formas seguir mi camino.
La parte inédita del De Profundis, que tan injustamente me prohibieron reproducir en mi defensa, ya ha sido publicada en América y difundida por todo el mundo. De acuerdo con la lectura de la ley, hecha por míster Justice Astbury —amigo personal del difunto Robert Ross—, solamente a mí se me prohibió copiarla, cuando toda la prensa inglesa pudo hacerlo. Todo el mundo puede hacer uso de ella contra mí; pero como yo intenté emplearla en mi defensa corro peligro de ir a la cárcel “por desacato a la Justicia”. Así reza la disposición de este Juez de las costumbres. No necesito añadir a esto ni un solo comentario.
En la primera mitad del presente año me encontraba en Niza, pasando una temporada. Míster Frank Harris9, el biógrafo oficial de Oscar Wilde, vive en Niza con su esposa, y algunos amigos suyos se me acercaron para manifestar su deseo de entrevistarme. Yo les respondí que, después de las tremendas mentiras e injurias que incluyera en su libro Vida y confesiones de Oscar Wilde10, no quería saber nada de é1. Habiéndose publicado este libro en América, yo no podía obtener ninguna reparación de su parte. Todo cuanto podía hacer era notificarle que estaba dispuesto a iniciar un procedimiento criminal contra todo aquel que vendiese el libro en Inglaterra. Como consecuencia de mis amenazas, el libro no se ha puesto en venta en Inglaterra, aunque hayan circulado subrepticiamente algunos ejemplares y The Times y la revista Atheneum hayan hablado de él, calificándolo de “gran biografía”.
Pero, como iba diciendo, un amigo de Harris me explicó que este había podido comprobar que me había hecho víctima de una gran injusticia; pero que é1 a su vez lo había sido de los engaños de Ross, que le dictó todas las mentiras referentes a mí. Ahora míster Harris deseaba tener una entrevista conmigo con el objeto de reparar el agravio pues, por obra del acaso, había podido descubrir que míster Ross había falsificado deliberadamente todo lo concerniente a Wilde, no solo respecto a sus relaciones conmigo sino también en otros muchos aspectos, por todo lo cual deseaba verme a fin de que repasásemos juntos el libro y yo corrigiera los yerros e inexactitudes.
Accedí a la entrevista solicitada por Harris; y aunque al principio me conduje con él como es de imaginar, al final pude convencerme de que sus propósitos eran sinceros y que había sido verdaderamente víctima de las astutas mentiras de Robert Ross y de Wilde mismo.
Míster Harris y yo nos reconciliamos cordialmente. Me entregó una carta —que cuidadosamente conservo—, en la que confesaba que cuantas palabras relativas a mí había en el libro eran inexactas, y que “el De Profundis es una falsa y malévola caricatura de los hechos”. Al mismo tiempo, puso manos a la obra para escribir un nuevo prólogo para la edición revisada de su libro, que en breve ha de ver la luz, y me rogó que le escribiera una carta con objeto de incorporarla a dicho prólogo. Le escribí entonces una larga misiva y é1 redactó un prólogo en el que expresa su pesar por haber juzgado injustamente “al primer poeta de estos tiempos” —así me califica—, y a cuya continuación iría mi carta, cuya fiel reproducción me garantizaba.
Después de esto, Frank Harris decidió refundir su prólogo y retirar mi carta, alegando que la corrección y la retractación de sus falsedades deberían salir de él como algo espontáneo.
En consecuencia, me considero dueño de publicar mi carta, de la que reproduzco la parte referente a Robert Ross y al De Profundis exactamente como la escribiera hace unos meses, en Niza:
Niza, abril 30-1925.
Querido Frank:
Pasemos ahora al asunto de Robert Ross. Cuando yo enristré la pluma para hablar de él, hube de recordar una frase de san Pablo: “El misterio de iniquidad”.
No me explico en absoluto por qué se conduciría conmigo del modo que lo hizo, poniendo en juego un ingenio y una astucia diabólicos para destruirme. La perplejidad en