Dramas de Guillermo Shakespeare: El Mercader de Venecia, Macbeth, Romeo y Julieta, Otelo. William Shakespeare
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PÓRCIA.
Ahora á la iglesia, y luego al festin. Despues entrareis en la dudosa cueva. Vamos.
EL PRÍNCIPE.
¿Qué me dará la fortuna: eterna felicidad ó triste muerte?
ESCENA II.
Una calle de Venecia.
Sale LANZAROTE GOBBO.
LANZAROTE.
¿Por qué ha de remorderme la conciencia cuando escapo de casa de mi amo el judío? Viene detras de mí el diablo gritándome: «Gobbo, Lanzarote Gobbo, buen Lanzarote, ó buen Lanzarote Gobbo, huye, corre á toda prisa.» Pero la conciencia me responde: «No, buen Lanzarote, Lanzarote Gobbo, ó buen Lanzarote Gobbo, no huyas, no corras, no te escapes;» y prosigue el demonio con más fuerza: «Huye, corre, aguija, ten ánimo, no te detengas.» Y mi conciencia echa un nudo á mi corazon, y con prudencia me replica: «Buen Lanzarote, amigo mio, eres hijo de un hombre de bien...» ó más bien, de una mujer de bien, porque mi padre fué algo inclinado á lo ajeno. É insiste la conciencia: «Detente, Lanzarote.» Y el demonio me repite: «Escapa.» La conciencia: «No lo hagas.» Y yo respondo: «Conciencia, ¡son buenos tus consejos!... Diablo, tambien los tuyos lo son.» Si yo hiciera caso de la conciencia, me quedaria con mi amo el judío, que es, despues de todo, un demonio. ¿Qué gano en tomar por señor á un diablo en vez de otro? Mala debe de ser mi conciencia, pues me dice que guarde fidelidad al judío. Mejor me parece el consejo del demonio. Ya te obedezco y echo á correr.
(Sale el viejo Gobbo.)
GOBBO.
Decidme, caballero: ¿por dónde voy bien á casa del judío?
LANZAROTE.
Es mi padre en persona; pero como es corto de vista más que un topo, no me distingue. Voy á darle una broma.
GOBBO.
Decidme, jóven, ¿dónde es la casa del judío?
LANZAROTE.
Torced primero á la derecha: luego á la izquierda: tomad la callejuela siguiente, dad la vuelta, y luego torciendo el camino, topareis la casa del judío.
GOBBO.
Á fe mia, que son buenas señas. Difícil ha de ser atinar con el camino. ¿Y sabeis si vive todavía con él un tal Lanzarote?
LANZAROTE.
Ah sí, Lanzarote, ¿un caballero jóven? ¿Hablais de ese?
GOBBO.
Aquel de quien yo hablo no es caballero, sino hijo de humilde padre, pobre aunque muy honrado, y con buena salud á Dios gracias.
LANZAROTE.
Su padre será lo que quiera, pero ahora tratamos del caballero Lanzarote.
GOBBO.
No es caballero, sino muy servidor vuestro, y yo tambien.
LANZAROTE.
Ergo, oidme por Dios, venerable anciano.... ergo hablais del jóven Lanzarote.
GOBBO.
De Lanzarote sin caballero, por más que os empeñeis, señor.
LANZAROTE.
Pues sí, del caballero Lanzarote. Ahora bien, no pregunteis por ese jóven caballero, porque en realidad de verdad, el hado, la fortuna ó las tres inexorables Parcas le han quitado de en medio, ó dicho en términos más vulgares, ha muerto.
GOBBO.
¡Dios mio! ¡Qué horror! Ese niño que era la esperanza y el consuelo de mi vejez.
LANZAROTE.
¿Acaso tendré yo cara de báculo, arrimo ó cayado? ¿No me conoces, padre?
GOBBO.
¡Ay de mí! ¿qué he de conoceros, señor mio? Pero decidme con verdad qué es de mi hijo, si vive ó ha muerto.
LANZAROTE.
Padre, ¿pero no me conoces?
GOBBO.
No, caballero; soy corto de vista: perdonad.
LANZAROTE.
Y aunque tuvieras buena vista, trabajo te habia de costar conocerme, que nada hay más difícil para un padre que conocer á su verdadero hijo. Pero en fin, yo os daré noticias del pobre viejo. (Se pone de rodillas.) Dame tu bendicion: siempre acaba por descubrirse la verdad.
GOBBO.
Levantaos, caballero. ¿Qué teneis que ver con mi hijo Lanzarote?
LANZAROTE.
No más simplezas: dame tu bendicion. Soy Lanzarote, tu hijo, un pedazo de tus entrañas.
GOBBO.
No creo que seas mi hijo.
LANZAROTE.
Eso vos lo sabeis, aunque no sé qué pensar; pero en fin, conste que soy Lanzarote, criado del judío, y que mi madre se llama Margarita, y es tu mujer.
GOBBO.
Tienes razon: Margarita se llama. Luego, si eres Lanzarote, estoy seguro de que eres mi hijo. ¡Pero qué barbas, más crecidas que las cerdas de la cola de mi rocin! ¡Y qué semblante tan diferente tienes! ¿Qué tal lo pasas con tu amo? Llevo por él un regalo.
LANZAROTE.
No está mal. Pero yo no pararé de correr hasta verme en salvo. No hay judío más judío que mi amo. Una cuerda para ahorcarle, y ni un regalo merece. Me mata de hambre. Dame ese regalo, y se lo llevaré al señor Basanio. ¡Ese sí que da flamantes y lucidas libreas! Si no me admite de criado suyo, seguiré corriendo hasta el fin de la tierra. Pero ¡felicidad nunca soñada! aquí está el mismísimo Basanio. Con él me voy, que antes de volver á servir al judío, me haria judío yo mismo.
(Salen Basanio, Leonardo y otros.)
BASANIO.
Haced lo que tengais que hacer, pero apresuraos: la cena para las cinco. Llevad á su destino estas cartas, apercibid las libreas. A Graciano, que vaya luego á verme á mi casa.
(Se va un criado.)
LANZAROTE.
Padre,