E-Pack Escándalos - abril 2020. Varias Autoras

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leyéndolo.

      Cortó un pedazo de jamón.

      —Entonces, ¿no vais a ser vosotros quienes sembréis mis campos?

      Dory volvió a reírse a carcajadas.

      —¡No!

      Le gustaba verla reír.

      —¿Y ya os ha leído la señorita Hill sobre cómo se limpian los establos? ¿Creéis que algún día os veré extendiendo paja y limpiando el cuero de las sillas de montar?

      Calmount parecía sentirse muy confuso y Dory se volvió a su institutriz.

      —¿Podemos leer algo sobre establos? A mí me gustan mucho los caballos.

      Entonces fue la señorita Hill quien se rio.

      —Podremos leer sobre caballos y visitar los establos con el permiso de vuestro padre, pero no tengo intención de enseñaros a limpiarlos.

      —¿Podemos visitar los establos y ver a los caballos, papá? —le rogó Dory, y la expresión de sus ojillos le recordó de nuevo a la de su madre.

      —Hoy no —respondió con más aspereza de la que pretendía.

      Calmount clavó de inmediato la mirada en su plato, abatido.

      —A lo mejor mañana —añadió Brent.

      A lo mejor mañana tendría más controladas sus emociones. Se levantó.

      —Tengo que irme. Tengo un… asunto de las fincas que atender.

      —¡No te olvides de lo de mañana! —insistió su hija.

      Brent asintió y, dirigiéndose a la señorita Hill, añadió—:

      —¿Puede acompañarme un instante al vestíbulo?

      —Desde luego.

      Dejó la servilleta junto al plato y lo siguió fuera de la habitación cerrando la puerta a su espalda.

      —¿Lo ve? Es tal y como yo se lo había descrito —le dijo sin esperar a nada más.

      Él cerró los ojos un instante y asintió.

      —Parece tan… tan asustado y triste.

      —¡Exacto!

      Olvidó lo que quería decirle. Le dolía horriblemente la cabeza.

      —Yo… tengo mucho que hacer hoy —era mentira. Lo que quería hacer era recuperarse de tanto coñac, tantas emociones y tantos recuerdos—. Mañana pasaré más tiempo con Calmount. Organizaré… una visita a los establos.

      —Dory se volverá loca de contento —contestó, pero su encantadora sonrisa se desvaneció—. ¿Y qué pasa con el doctor Store? ¿Hablará con él?

      Mejor que no. Podía llegar a estrangularlo si se lo echaba a la cara.

      —Con una carta bastará.

      Anna no tenía ni idea de cuándo dispondría lord Brentmore que fueran a los establos, pero se aseguró de que los niños estuvieran listos pronto, vestidos adecuadamente para estar al aire libre.

      —¿Nos llevará papá a los establos como nos prometió? —preguntó Dory en cuanto Anna entró en sus habitaciones.

      —Si ha dicho que lo haría, estoy segura de que así será —respondió, apartándole un mechón de la frente.

      La rapidez con que había acudido a su llamada había sido tan sorprendente como su explosión de mal genio al llegar. Lo cierto era que no sabía qué esperar de él, pero al menos su preocupación por lord Cal parecía auténtica. Además, la había creído a ella por encima del doctor Store, y eso ya le parecía un milagro.

      Por el momento su trabajo parecía no correr peligro, lo cual era un alivio. Estaba empezando a encariñarse con los niños y a confiar en su capacidad de enseñarlos, pero se sentía sola. Echaba de menos el hogar que tenía en Lawton House y en particular a Charlotte. No esperaba recibir correspondencia alguna de sus padres, ya que no sabían escribir, pero ¿por qué Charlotte no respondía a sus cartas? ¿Tan pronto la había olvidado?

      Se quitó aquellos pensamientos de la cabeza y miró a los niños.

      —Empezaremos con nuestras lecciones como es habitual. Vuestro padre llegará cuando le sea conveniente —dijo al tiempo que le entregaba una pizarra a cada uno—. Dory, tú tienes que practicar el alfabeto. Lord Cal, quiero que escribas una frase sobre plantas y rabanitos.

      Dory se removió inquieta en la silla y lanzó varias miradas a la puerta mientras avanzaba con el abecedario.

      Lord Cal terminó rápidamente su frase y dejó la pizarra.

      Anna leyó en voz alta:

      —Los rábanos se siembran poniendo tres semillas en un agujero de veinte centímetros de profundidad —era lo que les había dicho el señor Willis—. Una buena frase, Cal —le devolvió la pizarra—. Ahora escribe otra sobre sembrar guisantes.

      Borró lo escrito con su trapo y se inclinó sobre la pizarra con su tiza.

      Anna miró a Dory. La niña había llegado solo hasta la letra D. estaba demasiado ocupada vigilando la puerta.

      Alguien llamó y abrió la puerta. Era lord Brentmore.

      —Buenos días.

      La estancia pareció llenarse con su presencia y los sentidos de Anna se pusieron inmediatamente en alerta. No podía desprenderse de la imagen de una pantera enjaulada cuando lo veía moverse. El aire mismo que le rodeaba parecía cargarse de turbulencias.

      Cal había vuelto rápidamente a su pizarra. ¿Tendría el chiquillo la misma impresión que ella?

      Lady Dory, desde luego no.

      —¡Papá! —exclamó la chiquilla, corriendo hasta él—. ¿Vamos a irnos ya a los establos?

      El corazón de Anna latió con fuerza. ¿Volvería a enfadarse?

      Su expresión no le dejó deducir nada.

      —Cuando la señorita Hill lo diga —y la miró—. No quiero interrumpir sus lecciones.

      Anna respiró hondo.

      —Me parece que no tiene sentido intentar seguir escribiendo con esta señorita —respondió, pellizcando la barbilla de la niña—. No creo que sea capaz de pensar en otra cosa que no sean los caballos —lord Cal seguía centrado en su pizarra—. Veamos y si a su hijo le queda poco de su frase.

      Cal acabó rápidamente y le entregó la pizarra sin mirar a nadie. Anna se la entregó a su vez a lord Brentmore, que la leyó en voz alta.

      —Sembrar guisantes cada dos cuartas en una línea de dos cuartas de hondo.

      Anna

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