¿Por qué los hombres gritan y las mujeres lloran?. Ángel Alcalá

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¿Por qué los hombres gritan y las mujeres lloran? - Ángel Alcalá Colección Nueva Era

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debe romperse en un momento dado para lograr un sentido de sí mismo; se exige al niño que sea menos dependiente de la madre.

      Con los años el proceso de ruptura diferencia a los niños de las niñas, las niñas siguen más apegadas a la madre (pueden seguir besándola, abrazándola e imitando sus gestos y conductas) la niña permanece más tiempo apegada a la madre que el niño, ya que no se produce una ruptura radical madre/hija y más tarde mujer adulta/madre. Así, la niña tiene un sentido de sí misma que tiene mayor continuidad con los demás, es por tanto más probable que su identidad se mezcle más con la de otros y sea más dependiente de otras personas, primero de su madre y después de su pareja.

      Los niños, sin embargo, obtienen un sentido de sí mismos a través del rechazo radical de su apego a la madre, forjando el conocimiento de su masculinidad a partir de lo que no es.

      Femenino, tienen que aprender a no ser niños “enmadrados”. Como resultado de esto la mayoría de los niños varones tienen algún grado, respecto de las niñas, de menor capacidad de relacionarse íntimamente con los demás, desarrollando formas más analíticas de ver el mundo; tienen una idea más activa de su vida y ponen más énfasis en el logro, pero han reprimido, en parte, su capacidad de comprender sus propios sentimientos y los de los demás.

      Chodorow dio un giro de ciento ochenta grados a Freud y en su teoría es la masculinidad y no la feminidad la que es vivida como pérdida. La personalidad masculina, para la autora, se forma a partir de la separación.

      Esta teoría también está superada en la actualidad, principalmente, a partir de la crítica que hizo de ella Janet Sayers, que apunta que Chodorow no explica la lucha de las mujeres actuales por su autonomía e independencia, la cual no necesariamente merma su capacidad empática y relacional, especialmente con otras mujeres.

      Así, encontramos que los roles masculinos y femeninos se encuentran difusos y diluidos en la actualidad, quizás —probablemente— superados, en franca crisis y combate y es que, como decía Ortega y Gasset “No sabemos lo que nos pasa, eso es lo que nos pasa”.

      Capítulo 2

      Conflictos entre géneros: una perspectiva antropológica

      Vamos una vez más a recurrir a la ciencia para analizar lo que vivimos todos los días respecto a la relación entre géneros, sin duda, la mayor fuente de sinsabores, alegrías, esperanzas y frustraciones para todos nosotros.

      Definición cultural de lo masculino y lo femenino

      Dentro de una determinada sociedad, el ejemplo más obvio y permanente de personalidad está en la diferencia que existe entre hombres y mujeres. En los últimos años se ha originado un intenso debate sobre hasta qué punto ciertos rasgos recurrentes de personalidad, que se asocian, respectivamente, a varones y mujeres, expresan la naturaleza humana o los efectos de un condicionamiento cultural.

      Los seguidores de Freud mantienen que las características anatómicas y los roles reproductivos masculinos y femeninos predestinan a hombres y mujeres a tener personalidades fundamentalmente diferentes: los hombres a ser más “masculinos” (activos, emprendedores, agresivos) y a las mujeres a ser más “femeninas” (pasivas, conservadoras y pacíficas).

      Independientemente de que uno acepte este complejo de Edipo como universal, la investigación etnográfica indica que las definiciones de Freud sobre los temperamentos de varones y hembras no son, en modo alguno, universales.

      La antropóloga Margaret Mead realizó un estudio sobre tres tribus de Nueva Guinea: los Arapesh, los Mundugumos y los Tchambuli. Este trabajo es clásico en el mundo de la antropología cultural acerca del espectro de definiciones culturales de las personalidades ideales masculinas y femeninas. Mead descubrió que entre los Arapesh tanto hombres como mujeres debían comportarse de una forma suave, solidaria y cooperante que recuerda lo que nosotros esperamos de una madre ideal; entre los Mundugumos, tanto hombres como mujeres se comportan de una forma agresiva, fiera y ambos sexos se ajustaron a los criterios de lo que Mead considera como masculino. Entre los Tchambuli las mujeres se afeitan la cabeza, son proclives a reír abiertamente, muestran una solidaridad de camaradas y son agresivamente eficaces como suministradoras de alimento. Por otro lado, los hombres Tchambuli se preocupan por el arte, el cuidado doméstico, emplean mucho tiempo en sus peinados y están siempre criticando al sexo opuesto.

      Aunque las interpretaciones de Mead han sido discutidas como demasiado subjetivas, no cabe duda de que existen marcados contrastes entre los roles sexuales en las diferentes culturas.

      En pocos lugares del mundo, aparte de la Viena del siglo XIX se puede encontrar la configuración que Freud consideraba el ideal universal.

      Este es un sesgo perceptivo que falsea la realidad etnográfica, si bien hay una línea cultural en occidente hija de este planteamiento histórico que, sin duda, tiene algún peso, aún, en las relaciones entre sexos.

      La trampa del patriarcado

      Aunque existen notables diferencias interculturales, no existe una sola sociedad conocida en que las mujeres sean más poderosas que los hombres en el ámbito social y productivo. ¿Discriminación e injusticia social? Muchas veces sin duda, otras veces, sin embargo, simplemente el género femenino ejerce el poder, porque así le interesa o porque puede hacerlo, de forma distinta, en ámbitos que (no se claramente el porqué) se consideran por parte del sector radical feminista denigrantes y menos importantes o útiles (cuando de hecho no lo son).

      El ejemplo de Suecia y Noruega —las sociedades más igualitarias hoy día— lo pone de manifiesto.

      En Escandinavia, donde la igualdad es más neta que en ningún otro lugar, las mujeres sin presión social eligen espontáneamente y de forma vocacional profesiones tradicionalmente consideradas como femeninas (sanidad, enseñanza, medicina geriátrica y pediátrica...) conforme las mujeres han tenido más capacidad de elección, la demanda de estudios en estos campos y la elección de profesiones vinculadas a los mismos se ha incrementado, también se ha incrementado en las mujeres el deseo mayor que los varones de compaginar jornadas de trabajo reducidas con un mayor tiempo dedicado a la crianza y cuidado de los hijos.

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