Antes De Que Decaiga. Блейк Пирс
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Cuando levantó la camisa por encima de su cabeza, alcanzando ya los ganchos de su sujetador, le miró a los ojos.... y se quedó helada. Se había quedado parado, y el fuego en sus ojos ya no estaba presente. Ahora, había algo más. Algo nuevo... algo que la asustó.
Él ladeó la cabeza, como si la examinara por primera vez, y entonces se tiró encima de ella. Había sido duro con ella antes, pero esto era nuevo. Esto no era sexual, de ninguna manera. Presionó todo su peso contra ella y puso sus manos alrededor de su cuello. No había nada de juguetón en ello; su agarre era feroz, y pudo sentir de inmediato cómo estaba aplastando su tráquea.
Tardó menos de diez segundos en sentir cómo sus pulmones comenzaban a entrar en pánico. Cuando lo hicieron, ella lo abofeteó furiosamente mientras sentía que sus rodillas se doblaban.
Sintió que su pecho se tensaba cada vez más, como si hubiera algún tipo de fuerza dentro de ella que empujara el aire hacia afuera. Cuando cayó al suelo, la parte de atrás de su cabeza golpeó el mostrador de la cocina. Sus manos nunca dejaron su cuello, y parecía que se apretaban más y más cuanto más débil se sentía.
Le lanzó una última bofetada, pero fue tan débil que ni siquiera estaba segura de si le había tocado. Cuando ella cayó al suelo, él estaba encima de ella. Continuó asfixiándola, presionando su excitada hombría contra ella. Movió sus manos en busca de algo, de cualquier cosa, pero todo lo que encontró fue la camisa que ella acababa de quitarse para él.
Apenas tuvo tiempo de preguntarse por qué estaba haciendo esto antes de que la oscuridad se precipitara sobre ella, aliviándola de ese terrible dolor en su pecho.
CAPÍTULO UNO
Mackenzie estaba de pie en el baño, apoyada en el lavabo y mirando al inodoro. Había mirado mucho el inodoro últimamente, manejando su primer trimestre de una manera que era casi demasiado protocolaria. Sus náuseas matutinas habían sido especialmente serias entre la octava y la undécima semana. No obstante, incluso ahora, que ya estaba a mitad de la decimoquinta semana, todavía le resultaba difícil. Ahora ya no las tenía tan a menudo, pero cuando las tenía, eran desagradables.
Ya había vomitado dos veces esta mañana y su estómago estaba insinuando una tercera vez. Pero mientras sorbía un poco de agua y hacía todo lo que podía por contener su respiración mientras se apoyaba contra el lavabo, sintió cómo le sobrevenía la tercera oleada.
Mackenzie miró hacia abajo a su estómago y colocó su mano amorosamente sobre la zona que apenas había comenzado a sobresalir en la última semana más o menos. “Esos son mis intestinos, pequeño”, dijo ella. “No un reposapiés”.
Salió del baño y se paró en la puerta por un momento, asegurándose de que había terminado. Cuando sintió que había recuperado el control sobre sí misma, fue al armario y comenzó a vestirse. Podía oír a Ellington en la cocina, mientras los ruidos de un armario abriéndose le hicieron pensar que estaba preparando un café. A Mackenzie le habría encantado una taza de café, pero, casualmente, era uno de los alimentos con los que el bebé no se sentía cómodo cuando se producían estos episodios.
Al ponerse los pantalones, se dio cuenta de que le quedaban un poco más ajustados. Mackenzie pensó que tenía un mes más o menos antes de tener que buscar ropa nueva de premamá. Y suponía que sería en ese momento cuando iba a tener que decirle al director McGrath que estaba embarazada. Aún no se lo había dicho por miedo a su reacción. No estaba lista para no hacer nada más que sentarse a un escritorio o hacer investigaciones de fondo para algún otro agente.
Ellington llegó a la puerta frunciendo el ceño. De hecho, llevaba en la mano una taza de café. “¿Te sientes mejor?”, preguntó.
“Saca ese café de aquí”, dijo ella. Hizo lo posible por sonar juguetona, pero le salió un tono de cierta amargura.
“Mi madre sigue llamando para saber por qué no hemos decidido todavía el lugar de la boda”.
“¿Entiende que no es su boda?”, preguntó Mackenzie.
“No. No creo que lo entienda”.
Salió de la habitación por un momento para dejar el café y luego se acercó a Mackenzie. Se arrodilló y besó su tripita mientras ella buscaba una camisa que ponerse.
“¿Todavía no quieres saber el sexo?”, preguntó.
“No lo sé. Ahora no, pero probablemente cambie de opinión”.
Ellington la miró. Desde su posición en el suelo, parecía un niño pequeño, que estuviera mirando a sus padres en busca de su aprobación. “¿Cuándo piensas decírselo a McGrath?”.
“No lo sé”, dijo ella. Se sintió como una tonta de pie medio vestida mientras él presionaba su cara contra el estómago de ella. Aun así, también le hizo darse cuenta de que él estaba aquí para ella. Le había pedido que se casara con él antes del bebé y ahora, ante un embarazo inesperado, seguía aquí, con ella. Pensar que él era el hombre con el que probablemente pasaría el resto de su vida la hizo sentir en paz y contenta.
“¿Tienes miedo de que te eche a un lado?”, preguntó Ellington.
“Sí, pero una o dos semanas más y no creo que pueda ocultar el bulto del bebé”.
Ellington se rió y la besó en la tripa de nuevo. “Ese es un bulto de bebé muy sexy”.
Siguió besándola, languideciendo un poco a cada beso. Ella se rió y juguetonamente se separó de él. “No hay tiempo para todo eso. Tenemos trabajo. Y, si tu madre no se calla, una boda que planear de una vez por todas”.
Habían mirado varios lugares e incluso habían empezado a buscar en las empresas de catering para lo que planeaban que fuera una pequeña recepción, pero ninguno de ellos podía realmente entrar en el flujo de todo el asunto. Con todo esto, se dieron cuenta de que tenían mucho en común: una aversión por todas las cosas llamativas, un miedo a tratar con la organización, y una afinidad por poner el trabajo por encima de todo lo demás.
Mientras se vestía, se preguntó si a lo mejor estaba haciendo que Ellington se perdiera la oportunidad de tener esa experiencia. ¿Acaso su falta de entusiasmo para planear la boda le hacía pensar que a ella no le importaba? Esperaba que no, porque no era así en absoluto.
“Oye, ¿Mac?”.
Ella se volvió hacia él cuando empezó a abotonarse la camisa. Las náuseas ya habían pasado en su mayor parte, lo que le hacía pensar que podría afrontar el día sin más pruebas.
“¿Sí?”.
“No lo planeemos. Ninguno de nosotros quiere hacerlo. Y realmente, ninguno de los dos quiere una gran boda. La única persona molesta sería mi madre y, francamente, creo que me gustaría ver eso”.
Una sonrisa le cruzó el rostro, pero