Solo los Valientes. Морган Райс
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“Tío Alistair,” dijo Altfor. “Estábamos... no te esperábamos.”
Altfor se escuchaba preocupado por la presencia del nuevo miembro en la sala, y eso sorprendió a Genevieve. Siempre se veía tan perfectamente en control antes, pero la presencia de este hombre parecía ponerlo completamente nervioso.
“Claramente no,” dijo el hombre delgado. Poniendo su mano sobre la espada larga en la que se apoyaba. “La parte en la que no me invitaste a tu boda probablemente te hizo pensar que me quedaría en mis propiedades, evitaría el pueblo, y te dejaría hacer un desastre tras la muerte de mi hermano.” Miró alrededor de Genevieve, su mirada la eligió de entre la multitud con la misma agudeza que la de un halcón. “Felicidades por tu matrimonio, chica. Veo que mí sobrino tiene gustos… aburridos.,”
“Yo... no me hablarás así,” dijo Altfor. Pareció tomarle un momento recordar que debía ponerse de pie en nombre de Genevieve. “O a mí esposa. ¡Yo soy el duque!”
Alistair se acercó a Genevieve, y ahora su espada salió de su vaina, se veía ligera en sus manos, ancha y afilada como una navaja. Genevieve se quedó inmóvil, apenas atreviéndose a respirar mientras el tío de Altfor sostenía la hoja a unos centímetros de su garganta..
“Podría cortarle la garganta a esta chica, y ninguno de tus hombres levantaría un dedo para detenerme,” dijo Alistair. “Ciertamente tú no lo harías,”
Genevieve no tenía que mirar a Altfor para saber que era la verdad. No era el tipo de marido que se preocuparía lo suficiente como para intentar defenderla. Ninguno de los cortesanos la ayudaría, y Moira... Moira la miraba como si esperara que Alistair lo hiciera.
Genevieve tendría que salvarse a sí misma. “¿Por qué me apuñalaría, mi señor?” preguntó.
“¿Por qué no debería?” dijo él. “Quiero decir que sí, eres bonita, con cabello rubio, ojos verdes, delgada, ¿qué hombre no te querría? Pero las chicas campesinas no son difíciles de reemplazar.”
“Tenía la impresión de que mi matrimonio me hacía más que eso,” dijo Genevieve, tratando de mantener su voz firme a pesar de la presencia de la espada. “¿He hecho algo para ofenderle?”
“No lo sé, muchacha; ¿lo has hecho?,” exigió, y sus ojos parecían estar buscando algo dentro de Genevieve. “Se envió un mensaje, revelando la dirección en la que entró el muchacho que asesinó a mi hermano, pero no llegó a mí ni a nadie hasta que fue demasiado tarde. ¿Sabes algo sobre eso?”
Genevieve lo sabía todo, ya que había sido ella misma quien retrasó el mensaje. Había sido todo lo que había sido capaz de hacer, y aun así no parecía suficiente dado todo lo que sentía por Royce. Aun así, se las arregló para mostrar su rostro tranquilo, fingiendo inocencia porque esa era literalmente la única defensa que tenía en ese momento.
“Mi señor, no lo entiendo,” dijo. “Usted mismo ha dicho que solo soy una chica campesina; ¿cómo podría hacer algo para detener un mensaje como ese?”
Por instinto, cayó de rodillas, moviéndose lentamente para que no hubiese posibilidad de cortarse con la espada.
“Su familia me ha honrado,” dijo. “He sido elegida por su sobrino, el duque. Me he convertido en su esposa, y así me han elevado en estatus. Vivo como nunca podría haber esperado. ¿Por qué iba a poner eso en peligro? Si realmente piensa que soy una traidora, entonces hágalo, mi señor. Hágalo.”
Genevieve llevaba su inocencia como un escudo, y solo esperaba que fuera suficiente como para apartar el golpe de la espada que de otra forma llegaría. Lo esperaba, y no lo esperaba, porque en ese momento quizás un golpe en el corazón habría igualado todo lo que ella sentía, considerando lo mal que habían ido las cosas con Royce. Miró a los ojos del tío de Altfor, y se negó a mirar hacia otro lado, se negó a dar alguna pista de lo que había hecho. Levantó la espada como si fuera dar ese golpe mortal... y luego la bajó.
“Parece, Altfor, que tu esposa tiene más acero en ella que tú.”
Genevieve logró volver a respirar, y se puso de pie mientras su marido se adelantaba.
“Tío, basta de estos juegos. Yo soy el duque aquí, y mi padre...”
“Mi hermano fue tan tonto como para pasarte una finca, pero no finjamos que eso te convierte en un verdadero duque,” dijo Alistair. “Eso requiere liderazgo, disciplina y el respeto de tus hombres. No tienes nada de eso,”
“Podría ordenar a mis hombres que te arrastren a un calabozo,” dijo Altfor.
“Y yo podría ordenarles lo mismo,” le respondió Alistair. “Dime, ¿a cuál de nosotros crees que obedecerían? ¿El hijo menos favorito de mi hermano, o el hermano que ha comandado ejércitos? ¿El que perdió a su asesino, o el que sostuvo el muro de la muerte en Haldermark? ¿Un niño o un hombre?”
Genevieve podía adivinar la respuesta a esa pregunta, y no le gustaba la forma en que podría resultar. Le gustara o no, era la esposa de Altfor, y si su tío decidía deshacerse de él, no se hacía ilusiones sobre lo que podría pasarle. Rápidamente, se acercó a su marido, poniéndole una mano en el brazo en lo que probablemente pareció un gesto de apoyo, incluso mientras intentaba recordarle que se contuviera.
“Este ducado ha sido derribado,” dijo Alistair. “Mi hermano cometió errores y hasta que se corrijan, me encargaré de que las cosas funcionen correctamente. ¿Alguien aquí desea disputar mi derecho a hacerlo?”
Genevieve no pudo evitar notar que su espada aún estaba en su mano, obviamente esperando que el primer hombre dijera algo. Por supuesto, ese tenía que ser Altfor.
“¿Esperas que te jure lealtad?” Altfor dijo. “¿Esperas que me arrodille ante ti cuando mi padre me hizo duque?”
“Dos cosas pueden hacer un duque,” dijo Alistair. “Por orden del gobernante, o el poder para tomarlo. ¿Tienes alguna de las dos cosas, sobrino? ¿O te arrodillarás?”
Genevieve se arrodilló antes de que lo hiciera su marido, tirando de su brazo para bajarlo a su lado. No es que le importara la seguridad de Altfor, no después de todo lo que él había hecho, pero en ese momento supo que su seguridad dependía de la suya.
“Muy bien, tío,” dijo Altfor, entre dientes. “Obedeceré. Parece que no tengo otra opción,”
“No,” Lord Alistair estuvo de acuerdo. “No tienes,”
Sus ojos recorrieron la habitación, y una por una la gente se arrodilló. Genevieve vio a los cortesanos hacerlo y a los sirvientes. Incluso vio a Moira caer de rodillas, y una pequeña y enfadada parte de ella se preguntó si su supuesta amiga probaría su suerte seduciendo al tío de Altfor, así como a Altfor.
“Mejor,” dijo Lord Alistair. “Ahora, quiero que más hombres encuentren al chico que mató a mi hermano. Se dará un ejemplo. Nada de juegos esta vez, solo la muerte que se merece,”
Un mensajero entró corriendo, llevando la librea de la casa. Genevieve pudo verlo mirando de un lado a otro entre Altfor y Lord Alistair, obviamente tratando