Estallido social y una nueva Constitución para Chile. Mario Fernando Garcés Durán

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Estallido social y una nueva Constitución para Chile - Mario Fernando Garcés Durán

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el punto de vista de los medios de comunicación, de gran protagonismo en estos días y haciendo de los periodistas una suerte de «intelectuales orgánicos» de la crisis, lo que se sostiene es que el diagnóstico ya es definitivo: la desigualdad y los abusos condujeron al «estallido social». El gobierno de Piñera, después de varios desvaríos, admite que ha tenido que escuchar «la voz de los ciudadanos». Desde la izquierda y de las redes sociales, se indica: «el pueblo se cansó».

      En las primeras horas de las movilizaciones, avezados analistas se preguntaban ¿cómo esto no se pudo prever? ¿Dónde estaba el director de Inteligencia? ¿Y los asesores del gobierno? Incluso más, sin ninguna consideración sobre las causas de la movilización, las primeras declaraciones oficiales del ministro del Interior y de la ministra de Transporte simplemente condenaban a los violentistas y criminalizaban a quienes protestaban, recurriendo a las fórmulas habituales de la derecha frente a la desobediencia o la alteración el orden público.

      La protesta y el estallido social sorprendieron a los grupos en el poder. No lo pudieron prever y tal vez, tampoco lo imaginaron. Esta situación es reveladora de la escisión y la distancia de la política para con la sociedad, del «desacoplamiento» de lo social y lo político, base sobre la cual se organizó la transición a la democracia, que excluyó y subordinó a los movimientos sociales que lucharon en contra de la dictadura8. Este fue, de algún modo, el resultado de la adaptación de la centro-izquierda (demócrata cristianos, socialistas y pepedés9) a la Constitución de 1980 (heredada de la dictadura) y al modelo neoliberal. La primera adaptación –a la Constitución del 80– condujo a la «elitización» u «oligarquización» de la política; la segunda adaptación –al modelo neoliberal– condujo a la «mercantilización» de la vida social (y de paso a la colonización del Estado por los grandes grupos económicos nacionales y trasnacionales, con sus reiterados episodios de corrupción). En este contexto, tanto la derecha, por razones obvias, como la centro-izquierda se asimilaron a las lógicas neoliberales, mejoraron sus ingresos (especialmente los parlamentarios y altos funcionarios públicos) y vaciaron progresivamente la política de contenidos ideológicos, reduciéndola a un asunto de gestión en el Estado. Se hicieron todos hombres y mujeres funcionales y pragmáticos (as). Es contra esta forma de ejercicio de la política, desprestigiada en el tiempo y con débil legitimidad, que estalló en estos días la protesta social, exigiendo cambios profundos que atiendan las demandas ciudadanas y populares.

      La situación en las fuerzas progresistas, de izquierda extraparlamentaria y de los sectores populares tampoco es tan sencilla. El pueblo chileno, en los últimos 50 años ha sido protagonista de dos grandes epopeyas: la Unidad Popular y las Protestas Nacionales en contra de la dictadura. Ambas terminaron en derrotas, con altos costos humanos, políticos y simbólicos. Su evaluación aún no termina de realizarse: se escabulle o se la niega, responsabilizando a los enemigos de la izquierda. Desde una perspectiva histórica, nos parece que el punto nodal no resuelto tiene que ver con problemas que aún nos acompañan y que el actual estallido social vuelve a poner sobre la mesa: las relaciones entre el Estado y la sociedad civil; el papel de los movimientos sociales y de los sujetos colectivos del cambio social.

      El resultado de las adaptaciones de la centro-izquierda y el de las negaciones para evaluar las derrotas históricas nos han conducido al desarrollo de una izquierda difusa, diluida, que participa del sistema político, y a una izquierda anarquista (especialmente juvenil) y otra que vive del pasado, rememorando glorias y todo aquello que no fue. En rigor, uno de los mayores costos de las derrotas es la crisis de la institución «partido político de izquierda».

      Probablemente, la mayor novedad en los últimos años ha sido la creación del Frente Amplio, que agrupó a diversos partidos, desde liberales hasta progresistas y de izquierda, algunos de reciente creación, y que alcanzaron una importante representación parlamentaria en las elecciones de 2017. Hasta ahora han tenido un desempeño mediocre en el parlamento y no han logrado constituirse en un referente político significativo. Su mayor debilidad, sugestivamente, radica en su débil relación con los sectores populares.

      El cuadro no sería completo si no tuviéramos en cuenta el desarrollo de los tradicionales y los nuevos movimientos sociales. En el caso de los primeros (sindicalistas, campesinos y pobladores), se han debilitado como sujetos colectivos, mientras que los segundos –mapuche, feminismo, estudiantes y ambientalistas– han incrementado su presencia pública10. El mayor desafío en la actual coyuntura tiene que ver con el fortalecimiento de estas dinámicas de la sociedad civil, que en lugar de archipiélago debieran ser capaces de constituir un «continente», reforzando los intercambios y generando instancias de unidad social y política.

       6. Las salidas políticas de corto y largo plazo

      Resulta muy difícil prever las salidas a la actual crisis social y política por la que atraviesa la sociedad chilena. En muy corto plazo, si el domingo se había decretado «estado de emergencia» en Santiago, Valparaíso y Concepción, con «toque de queda incluido», hoy martes 22 de octubre el estado de emergencia se ha extendido tanto por el norte como por el sur del país. Santiago funciona a medias, con una sola línea de Metro y un insuficiente servicio de buses; los supermercados abren parcialmente sus puertas (con apoyo militar y de carabineros); la mayor parte de las farmacias y los bancos están cerrados, y los servicentros registran largas filas de automóviles que buscan abastecerse de gasolina. La ciudadanía se desplaza como puede y el toque de queda nos acompaña desde hace cuatro días.

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