Las palomas de la guerra . Fabio Silva Vallejo

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Las palomas de la guerra  - Fabio Silva Vallejo Antropología

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Historia de un héroe sin capa

       La justicia cojea, cojea y cojea y a veces ni llega

       Cuadro cotidiano en forma de cuento

       Pituca o el fútbol verdadero

       Aproximaciones a una filosofía de lo concreto

       Desaire

       El extraño

       Ensoñación

       Es cuestión de complejos

       La venganza

       Sostenibilidad con sabor a melancolía

       Brevísima historia trágica del pueblo Chimila

       La Sierra Nevada un gran gimnasio para hacer ejercicios de ontología básica

       Partida de guerra

       Réquiem para un loco

       Los ricos también lloran

      Prólogo

      Emanciparnos de la guerra

      Este libro podría considerársele una experiencia contemporánea de la literatura colindante, es decir, aquella en donde se pierden las fronteras entre los géneros. En su magia movediza, que va de la crónica a la minificción, del mito al ensayo, de la etnografía al cuadro costumbrista. En estos movimientos y escamoteos, el profesor Fabio Silva propone de fondo una profunda reflexión sobre el papel del intelectual, sus textualidades y formas, frente a los saberes y formas de ver el mundo de las personas y los colectivos.

      Con esta hipótesis de lectura, no podría haber otra forma de escribir estos relatos que transgrediendo la materialidad de los formatos de textos, tanto los literarios como los académicos, los orales como los escritos, se difuminan aquí estas fronteras, porque el libro quiere poner en esa grieta a los lectores. Un académico, de aquellos recalcitrantes y fundamentalistas, se verá interpelado porque no hay argumentación, porque fallan los esquemas y las citas, se verá interpelado por la función de la teoría para interpretar estos temas que proponen los relatos del libro, se verá cuestionado en su estructura y posición ante el ejercicio del intelectual.

      Por ello, encontramos algunos relatos abiertamente cuestionadores de estas estructuras y esquemas, también, de los aprendizajes de la academia frente a los de la vida, como es el caso de Rosita, la estudiante de Antropología que se plantea estos cuestionamientos:

      “En las ciencias sociales siempre estará presente el enigma de la objetividad. ¿Será más objetivo el que está dentro o el que está afuera?”.

      Ella se viste de un estereotipo, trata de apegarse a las normas académicas, pero es un personaje, una heroína que sucumbe ante sus propias pasiones.

      Por su parte, un literato se verá interpelado por las formas, porque no son homogéneas, porque algunos relatos tienen la estructura de la oralidad, porque hay crónica, hay puestas en escena de una comunidad, porque ya los cuadros de costumbre, las leyendas y fábulas con moraleja parecen cosas inventadas, dichas y fuera de tradición. Lo cierto es que, lo que nos muestran Las palomas de la guerra y otros relatos es precisamente el poder de narrar, la recreación de esas formas de lo popular vigentes y desapropiadas, documentadas, para que puedan ser irónicamente comprendidas al nivel donde tienen que comprenderse, discutirse e interpretarse; en la esfera aérea de una intelectualidad descontextualizada y desvinculada del alma de las personas y sus sentires allí.

      Por eso, una de las contantes es el aprender a mirar, pero ya no con la capacidad argumentativa del etnógrafo, no con el cúmulo de conocimientos que son insuficientes ante las pulsiones de vida y de la muerte, sino desde lo que muestra la forma natural de las personas, por ello, se vale de estas formas de manejo textual que descolocan todo el pensamiento, la mirada, de lo habitual, como en el cuento “El arte no está en el cuadro sino en la mirada”:

      “Don Nicanor también es el único que tiene un cuadro en la pared. Un marco viejo, medio cubierto por un vidrio roto, sostiene la foto de un hombre barbado y bien vestido. Don Nicanor no tiene ni idea de quién es, pero colgado en la pared hecha con cartones y latas viejas, dice que se ve bonito, muy bonito”.

      La noción de belleza, de arte y de género, se salen de toda norma, de alguna manera también alienta la reflexividad, la paradoja del que está mirando el relato. El personaje no tiene problemas con ver “lo bonito” allí, la tensión se muestra hacia quien lee, el cambio de ángulo en esa forma de mirar.

      Estos relatos también pueden interpretarse en el escenario de los problemas que analiza y plantea, desde lo que implica la memoria del conflicto en Colombia. Esto, más que desde la acumulación sistemática de violencias, lo que intenta hacer es una interpretación que mueva al lector. El manejo didáctico de estas textualidades puede ayudar en ese movilizar de la memoria, tan necesario para construir y reconstruir lo simbólico, en las comunidades a donde ha llegado la guerra con su máquina eterna en nuestro país.

      Pero no es el simple documento o reproducción de la violencia vivida lo que motivan estos relatos, sino que, también, se dirigen hacia este mundo académico, a mostrar desde ese punto reflexivo la dinámica que naturaliza la guerra en los territorios, en su cotidianidad, el cuento más directo de este rasgo característico, de esta “paloma de la guerra” es tal vez “En este pueblo no pasa nada”:

      “Suena un balazo. Asesinan a un líder. La hija del intelectual pregunta: ¿Qué pasó? El intelectual cierra la ventana y responde: <<Nada>>. Suena un balazo. Asesinan a un campesino. El hijo del comerciante pregunta: ¿Qué pasó? El comerciante cierra todas las puertas al tiempo que responde: <<Nada>>. Suena otro balazo. Asesinan a un niño. El hijo de un oficinista pregunta: ¿Qué pasó? Nervioso, el oficinista tranca la puerta de la calle y responde: <<Nada>>. Suena una ráfaga. Asesinan a un maestro. Un grupo de estudiantes que beben animadamente, le preguntan al tendero: ¿Qué pasó? Al tiempo que destapa otras cervezas, responde: <<Nada>>. Suena otra ráfaga, asesinan a una mujer. La hija del obrero pregunta: ¿Qué pasó? El obrero continúa viendo la televisión al tiempo que responde: <<Nada>>”.

      Ese retrato de la habitualidad construye el simbolismo de la bala que suena lejos y que no alcanza a tocar, de la pregunta por las víctimas que sigue sonando distante a quienes son interrogados por los acontecimientos, que en últimas somos todos los que escuchamos la resonancia de los balazos y en la construcción de la respuesta a la pregunta, del tono conversacional recreado como esquema narrativo, encontramos la potencia

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