El caso contra William. Mark Gimenez
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Él sí creía.
Había nacido para jugar al fútbol. Más concretamente, para ser quarterback. Tenía altura para ver a través de la línea defensiva, unas manos que encajaban a la perfección en el cuero, dando la sensación de que se trataba de un balón para niños. Gozaba también de unos brazos perfectos para atravesar todo el campo de juego con el balón en su poder, un requisito indispensable para hacer las mismas jugadas con muchos pases que usaban los profesionales. Estos estaban ansiosos por fichar a William Tucker. Era el quarterback prototipo de la NFL: lo suficientemente grande para resistir el desgaste físico que sufren los quarterbacks profesionales a manos de los linieros defensivos de ciento treinta kilos, lo bastante fuerte como para quedarse en el pocket y lo bastante rápido en sus lanzamientos como para esquivar la avalancha de jugadores cuando rompía su defensa y pasaban de jugar defensivo a ofensivo. Era grande; era fuerte y era rápido. En definitiva, era el mejor que podía haber. De hecho, había salido en la portada del momento de la revista Sports Illustrated.
En cinco meses podría llegar a ser número uno en el draft profesional y firmar un contrato de cinco años por cien millones de dólares base garantizados con el equipo de Dallas. Se decía que los Cowboys estaban negociando para ficharlo. William Tucker sería su quarterback franquicia. Haría que el Big D —el equipo de Dallas— se olvidara de Meredith, Staubach y Aikman. Los seguidores ya se habían olvidado de Romo. Tenía veintidós años y ya llevaba diez soñando con la idea: «Algún día seré el quarterback de los Cowboys», como cualquier otro niño de doce años. Ahora, ese sueño se podía llegar a cumplir. Él quería acabar su carrera universitaria ganando un campeonato nacional, pero Oklahoma se interponía en su camino. Tendría que motivar a sus compañeros de equipo para que jugaran otro gran partido. Aparte de ser deportistas, los quarterback eran también oradores motivacionales y líderes religiosos; tenía que hacerles creer que podían conseguirlo. A menudo se sentía como Moisés, si este hubiera sido quarterback en la Universidad de Texas en Austin. Avanzó hacia el centro del huddle e impuso su voz entre los gritos de los jugadores.
—Mirad a vuestro alrededor, chicos. Es por esto por lo que jugamos. Es por esto por lo que somos jugadores de los Texas Longhorns. Noventa mil seguidores han venido a vernos. Millones nos están viendo por la televisión nacional. Vamos a ganar este partido e iremos directos al campeonato nacional. Todo se acabará si perdemos. No sé vosotros, pero yo no he venido hasta Dallas para perder ante semejante panda de gilipollas de Oklahoma. Pero no vamos a perder. Una jugada. Un touchdown. Y ganamos. Ahora aguantad el tirón y ¡dadles una buena a esos de Oklahoma!
Extendió el puño. Luego, los diez jugadores restantes pusieron la mano sobre él.
—¡Uno, dos, hard! ¿Preparados? ¡A por ellos!
Rompieron el huddle y corrieron a la línea de scrimmage. Los linieros ofensivos se pusieron en formación para bloquear el pase. Comenzó la jugada cuando pusieron el balón en juego. William permaneció detrás de la formación shotgun, flanqueado por Ernie, a su izquierda. Miró a los pies del linebacker del lado débil, tenía el pie izquierdo adelantado, por lo que supo que se disponía a realizar un blitz. William hizo señas a Ernie para que se colocara a su derecha. Después se concentró en el jugador medio de la defensa; se acercó lo más que pudo al center de su equipo y le dio una torta en el trasero.
—¡El Mike está en la de cincuenta y cinco!
Los linieros ofensivos tenían que encargarse del middle linebacker —que en la jerga del fútbol americano se llamaba Mike—. Si no, los ciento veinte kilos del Mike se estrellarían contra ellos y todo se acabaría para William antes de que pudiera siquiera jugar. Fin del partido.
—¡El Mike está en la de cincuenta y cinco!
El center les gritó la jugada defensiva a cada uno de los linieros.
—¡Fuera! ¡Fuera!
William retrocedió su posición cinco yardas, detrás del center. Cuz se abrió hacia la izquierda. D-Quan se dirigió hacia el hueco que se creó al lado de Cowboy y Outlaw se abrió mucho a la derecha. Estudió la línea de defensa secundaria. ¿Quién cubriría a D-Quan? Gritó una señal:
—¡Omaha!
Eso significaba que iban a poner en juego la estrategia que hablaron mientras estaban en el huddle.
—¡Preparados!
Cuz dio un paso atrás y se puso en movimiento a través de la formación ofensiva. El strong safety corrió en paralelo por la formación defensiva, lo que significaba que el linebacker del lado fuerte seguiría a Cowboy en su escuadra. El cornerback se acercó a D-Quan, dejando libre toda la línea lateral. La defensa cubriría hombre a hombre y el free safety ayudaría arriba. El free safety avanzó hacia el lateral para cubrir profundo, pero cuando Cowboy cruzara su escuadra por delante de él, lo distraería. Con el partido transcurriendo de una manera tan frenética, un único segundo de distracción era todo lo que William necesitaba.
—¡Verde dieciocho, verde dieciocho! ¡Cuarenta y tres! ¡Hut, hut!
El centro le pasó el balón directamente. Los receptores rompieron la línea de scrimmage como corredores olímpicos. Los linieros ofensivos hincaron sus botas en el césped, gruñendo como jabalíes salvajes y mantuvieron a raya la línea defensiva, paralizándola. El Mike se distanció hacia atrás, haciendo cobertura. El linebacker del lado débil hizo un blitz, pero Ernie le bloqueó por debajo de las piernas, provocando que diera una voltereta por los aires. William se acercó como un rayo y dribló a la defensa sin saber lo que estaba haciendo y sin saber siquiera lo que haría después. Su intención era que la segunda línea de defensa mordiera el anzuelo y los atrajera hasta el lateral, donde él se encontraba, dándole tiempo de este modo a D-Quan a hacer su jugada en la otra parte del campo.
Aunque su receptor favorito no se fuera a graduar en la fraternidad Phi Beta Kappa (de hecho, ni siquiera terminaría la universidad), era un jugador de fútbol americano buenísimo.
William no quería ni mirar donde estaba D-Quan por si el free safety le seguía la mirada para ver dónde iba a mandar el balón. Sin embargo, sabía que D-Quan acababa de llegar a la línea de cuarenta yardas, el lugar donde todos los pases en la zona baja de juego eran interceptados. Lo imaginaba preparado para recibir el pase: corriendo en el sitio y girando el tronco hacia el quarterback, esperando el balón (y rezando) para que el cornerback saltara mientras corría por su trayectoria y después lo acompañara, girándose y abriéndose por el lateral, golpeándole a máxima velocidad en la línea de veinticuatro yardas y alzándose por encima del campo como un cohete que sale de la órbita terrestre hacia el espacio. William sabía que D-Quan había dejado al corner solo en el momento en el que el free safety se detuvo como una roca, encogiendo la cabeza intentando interceptar el sprint de D-Quan en la línea de cincuenta y cuatro yardas: la línea de gol. Pero se equivocaba. William no iba a lanzar hacia la línea de cincuenta y cuatro, iba a lanzar a la línea de sesenta y cuatro yardas: al poste del corner de atrás de la zona de anotación.
Un campo de fútbol americano mide ciento veinte yardas de largo, incluidas las dos zonas finales, de cincuenta y tres yardas y un tercio de ancho. La línea de scrimmage estaba en ese momento en la línea de cuarenta y seis yardas en la parte del campo de Texas.