Las mujeres y las sombras del amor. Georgina Sánchez Ramírez
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Con todo, el amor de pareja es fascinante y ha sido destinatario del mayor interés, reflejado en múltiples tratados, expresiones literarias y musicales, sin dejar de lado el teatro, la pintura y la escultura, entre otras posibles demostraciones documentadas en el devenir histórico, las cuales muestran a veces con realismo e idílicamente en gran parte de las ocasiones, lo que al afecto y la pasión entre parejas se refiere. No obstante, en tanto que varones y mujeres no somos educados de igual forma en las diferentes culturas y periodos, la constitución de lo que hacemos, sentimos y pensamos como amor de pareja también es diferencial y desigual, de allí su importancia como reflexión al ser un factor que suele definir a las mujeres; esto ocasiona que en varios contextos se asuma que somos amorosas por naturaleza.
Puede decirse que el amor es un sentimiento inherente a la humanidad, que es capaz de constituir una de sus mejores manifestaciones al asociarse con la empatía, solidaridad, compasión y valentía. Sin embargo, no es nuestro interés desarrollar un tratado filosófico al respecto; lo que pretendemos es analizar el amor de pareja en la época contemporánea, en particular el que se da entre un varón y una mujer, a partir de la experiencia de mujeres de alta escolaridad que accedieron a compartirnos sus historias. Estas narrativas se enmarcan en lo que denominamos Amor romántico, el cual se modeló en la incipiente sociedad industrial y ha devenido en un mecanismo a la medida del patriarcado para conformar las relaciones amorosas de las mujeres, convirtiéndose en parte sustantiva de su identidad (quién y qué soy) y de su subjetividad (cómo construyo y asumo el mundo que me rodea); paradójicamente se ha vuelto una trampa para la realización personal de las propias mujeres.
Quienes lean esto podrían cuestionar el por qué se pretende osadamente que el análisis de algunas historias de personas con estudios de posgrado y habitantes de una ciudad cosmopolita del sur del país,1 se generalice para numerosas mujeres que han estado, están o quieren estar enamoradas. La respuesta no es simple; dado que el amor derivado de relaciones sexoafectivas se ha naturalizado, vamos de la mano de filósofas y científicas feministas que han contribuido a develar el Amor romántico (Amorós, Fisher, Illouz, Lagarde, Pateman, Sainz, Valcárcel, Herrera, Amuchástegui y Esteban, entre otras). Este libro abre la posibilidad de apreciar mediante las experiencias relatadas, las similitudes con la realidad de quien lo lee (capítulos “Espejito, espejito”), permitiendo reconocer el problema como un asunto sistémico y no solo como un compendio de historias conmovedoras que les ocurren a “las otras” cuando se enamoran.
El análisis del amor como expresión de afecto y emociones ha sido tema de la psicología en décadas anteriores; posteriormente pasó a la competencia de la sociología y la antropología al vislumbrarse como un constructo social, es decir, al sacarlo de su nicho de sentimiento natural para dimensionarlo como concepción cultural, asegurado por la familia, la escuela y el Estado, entre otras instituciones, y sobre el que las personas integrantes de una sociedad actúan siguiendo reglas y normas que se consideran apropiadas.
En tal sentido, el Amor romántico ha sido construido socialmente y se siguen ciertas pautas para cumplir con sus requerimientos, las cuales provocan que se suela caer en la idealización. Ha sido gracias a las pensadoras feministas contemporáneas que se ha desmontado el mito de este tipo de afecto, ya que como hemos mencionado, no se asume con carácter igualitario para varones y mujeres. Varias autoras han revelado que desde la violencia más sutil hasta la más feroz en las relaciones de pareja (el feminicidio a manos de la pareja “sentimental”), las conductas nocivas se disimulan bajo un velo amoroso que obnubila los cimientos de relaciones abusivas.
Si bien el Amor romántico como constructo no es idéntico en todas las situaciones, ya que varía de acuerdo a la clase social, la edad, la escolaridad o la pertenencia étnica, entre otros factores, su vivencia es común a la mayoría de las mujeres, ya que compartimos posiciones de opresión en el patriarcado. Mujeres de diferentes matices aprendemos a forjar nuestra identidad y nuestra subjetividad asumiendo un estado dependiente y constitutivo en el amor hacia el otro. ¿Cómo desenmascarar a este bufón que goza de la simpatía de la cultura patriarcal y se burla de la idealización femenina de parejas perfectas con el sello de “vivieron felices para siempre”?
Lo primero que compete hacer es arrojar luz sobre las sombras, sobre ese modelo de Amor que como ya mencionamos, ha mantenido una función para normar y regular cierto tipo de comportamiento en las relaciones sexoafectivas entre varones y mujeres,2 con una clara intención de moldear las conductas emocionales y físicas de las personas en cuanto a expectativas para unirse en parejas, aun cuando aparezca diferencialmente según las edades de quienes estén en el juego.
En su tesis doctoral, Olivia Velázquez (2016) recorre diversos estudios actuales tocantes al amor de pareja en países iberoamericanos; la mayoría derivan del interés de la psicología y abarcan desde la concepción del amor como una adicción (perderse por la necesidad del otro) hasta los serios cuestionamientos de la vivencia del amor de pareja y su alcance en la salud mental. La mayoría de los estudios apuntan hacia que las mujeres —sobre todo las jóvenes— consideramos indisoluble el vínculo del sexo con el amor, en su modalidad de romántico, mientras que los varones pueden dimensionarlo y vivirlo como dos elementos independientes entre sí, usando el romanticismo para la consecución del acto sexual, pero no necesariamente como parte del deber ser de la relación.
Otras investigaciones señalan que esto puede afincarse en cómo se construye la masculinidad (deber ser de los varones) y la feminidad (deber ser de las mujeres), lo cual también se ha documentado entre personas jóvenes (incluso con alta escolaridad), y así se contribuye a crear vínculos desiguales, pues se espera que desde el noviazgo las mujeres “obedezcan” a sus compañeros varones. Dicha perspectiva se refleja en la población adolescente con fantasías como “la prueba de amor” para el inicio de relaciones sexuales sin compromiso ni cuidado sobre la integridad corporal de cada quien, lo que suele derivar en enfermedades de transmisión sexual y embarazos precoces que implican crianzas precarias, pues no son deseados ni planeados, sino efecto de una instrumentalización de la que la mayoría de las mujeres no son conscientes.
Además, en algunos de los trabajos analizados por Velázquez (2016), prevalece la idealización de la fidelidad y la eternidad (sobre todo por parte de las mujeres), misma que no ha variado como ilusión característica del modelo de Amor romántico a través del tiempo y en diferentes medios. No obstante, hay matices, ya que en estudios más recientes y desde el enfoque de género se vislumbran cambios al menos en el cuestionamiento por parte de las mujeres, de que las formas de experimentar una relación no son naturales ni inmutables, y si bien aún persisten anhelos del cómo ellas sueñan una relación amorosa, pueden contrastar con su realidad vivida como parejas.
Las características que se repetían en los estudios avalan el sentido utilitario del Amor romántico, mismo que ha sido registrado por distintas pensadoras. Antes hemos hablado de los cautiverios de las mujeres y los lugares físicos que existen para ellos, aunque también hay espacios simbólicos que habitamos mentalmente y se refieren a lo que pensamos, hacemos y en cómo nos sentimos hacia afuera, asumiendo limitaciones cuyos orígenes no siempre dimensionamos.
En este punto, conviene mencionar lo que en las teorías feministas se ha planteado como la división entre el espacio público y el privado. Retomando a Linda MacDowell (2000) y su amplio análisis sobre el espacio, este es construido en el terreno de las relaciones de poder, las cuales establecen las normas que regirán los espacios y sus márgenes, que no son solo de lugar, sino también sociales ya que establecen quiénes pertenecen a un ambiente y quiénes son excluidas o excluidos.
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