Quantas o de los burócratas alegres. Germán Ulises Bula Caraballo

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Quantas o de los burócratas alegres - Germán Ulises Bula Caraballo

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Hay una respuesta sencilla, pero errada, a dos clics de distancia: consultar el organigrama. Los organigramas son constructos más bien imaginarios, que no capturan los verdaderos procesos de información y decisión en una organización. Siguiendo a Latour, proponemos que hace falta un trabajo cartográfico más arduo, que consiste en seguir las redes de afectos y efectos en una organización: ¿qué hace que algo haga otra cosa? Se puede comenzar desde cualquier lugar, no hay que discriminar entre cosas y personas: una orden de un superior puede desencadenar actividades o no; una mala cara de una secretaria también; o el cambio de la ubicación espacial de una oficina; o una ligera modificación en el funcionamiento de un formato. Una de las intuiciones poderosas de la teoría del actor en red de Latour es darse cuenta de que las cosas no son solo cosas inertes: todo profesor universitario sabe que un formato, por ejemplo, de evaluación de investigación, no es solo un formato.

      El organigrama es un mapa, no es el territorio. Y, sin embargo, los mapas pueden incidir sobre el territorio: los mecanismos de medición no son neutras herramientas de valoración, cargan consigo valoraciones y prescripciones. ¿Qué hacen nuestros mapas? Entre otras cosas, producen tensiones: la tensión, por ejemplo, entre las horas laborales asignadas en un plan de trabajo y el tiempo real que toman las tareas; o la tensión entre las aspiraciones grabadas en el syllabus y la realidad del salón de clase.

      A menudo, se invierte la relación de medios y fines: las mediciones dejan de ser una ayuda para el trabajo académico —una forma de diagnosticar problemas y rendir cuentas— y empiezan a convertirse en el fin del trabajo universitario. Es necesario comprender cómo funciona la dinámica entre las metas y los planes trascendentes de una institución y el trabajo inmanente que allí se realiza.

      No es que los sistemas de medición, los organigramas, etcétera, sean mentirosos: son modelos. Y un modelo implica, siempre, una simplificación selectiva de la realidad que está modelando. Los mapas son útiles; sin embargo, no hay que confundirlos con el territorio. El mapa es una abstracción que, por ejemplo, bajo el título de “misión y visión” se cuelga en la página web; el territorio es lo que se juega en lo inmanente de las infinitas transacciones cotidianas entre cosas y personas que constituyen la universidad. Es necesario rendir cuentas; es necesario que un sistema tenga un mapa de sí mismo y hojas de ruta respecto a donde quiere ir. Pero la atención a mapas trascendentes no puede llevar al olvido del terreno inmanente, en el que se juega la vida cotidiana, en el que nace lo nuevo.

      ¿Cómo nace lo nuevo? Las líneas de fuga son aquellos movimientos que producen nuevas conexiones, alterando así la red, produciendo nuevos ensamblajes. Si reconocemos que la nuestra es una sociedad necesitada de cambios profundos, tenemos que ver con cariño el brote de pasto que sale por entre los quiebres del asfalto —y que frustra nuestros planes de una acera limpia, uniforme—, tenemos que cultivar la biofilia, el amor por lo nuevo y lo naciente. No obstante, lo nuevo y naciente es, justamente, lo que no está en los formatos, lo que no aparece en los organigramas, lo que no se deja categorizar en sistemas de medición basados en la homogeneidad. El brote de pasto crece en los intersticios, en los espacios en blanco que se dejan para lo creativo.

      La Universidad de La Salle, en particular, no puede desconocer el entorno en que vive ni las exigencias económicas y gubernamentales que este le impone; pero, si ha de ser soberana, tiene que pensar en formas propias de abrigar lo vivo y lo nuevo que sean consistentes con su propio ethos y misión. Este libro se ofrece como un primer paso en esta dirección.

Primera parte

       Medición

      ¿Qué es la metrocosmética? En el 2017, el cereal Quaker de manzana y canela comenzó a aparecer con un anuncio: “35 % menos azúcar”. Quien examinaba la información nutricional en el lomo de la caja descubría que se redujo el azúcar manteniendo exactamente el mismo sabor, utilizando exactamente la misma receta: la empresa decidió disminuir el tamaño de las porciones sugeridas un 35 % (Doctorow, 2017).

      “Metrocosmética” es el nombre de un síntoma ubicuo de alguna grave enfermedad que afecta nuestros tiempos. Los académicos publican textos con un ritmo febril, atendiendo mucho más a la cantidad que a la cualidad, mucho más a los rankings que a la promoción del conocimiento. Las escuelas incurren en el teaching to the test, en entrenar a los alumnos para salir bien en las pruebas estandarizadas, a expensas de la calidad de su educación. Los gobiernos en todo el mundo hacen esfuerzos por incrementar el producto interno bruto (PIB) de sus países —supuestamente es una medida de bienestar—, a menudo en detrimento de la prosperidad de sus ciudadanos.

      En Colombia, el Gobierno y los medios han equiparado un aumento en el número de hectáreas de sembrados de coca fumigadas con herbicida con el éxito en la guerra contra las drogas, pero estas son cada vez más abundantes en las calles (Caracol Radio, 2016). Por otra parte, en los Estados Unidos, los jueces y policías castigan crímenes menores con excesiva severidad para que la opinión pública vea que “obtienen resultados” (American Civil Liberties Union, 2015).

      En resumen, las instituciones buscan sacar buenos resultados según los indicadores numéricos, a costa de un buen desempeño en las funciones sociales que dichos indicadores se supone que miden (Bula, 2012). En todos los casos reseñados, la acción institucional es metrocosmética: una reacción cosmética a la introducción de un indicador cuantitativo. En lo que sigue, exploraremos la curiosa relación de nuestro tiempo con lo cuantitativo, daremos la definición, sintomatología, etiología y patología de la metrocosmética y la discutiremos a la luz de algunos pasajes interesantes del Gorgias de Platón, para finalizar con una discusión sobre la metrocosmética en el caso concreto de la educación.

       Take thou thy pound of flesh

      Para el pensador esotérico y tradicionalista Guénon (2001), nuestros tiempos, profundamente atípicos, constituyen el final de un largo ciclo cósmico, que comienza con una Edad de Oro —conectada a la trascendencia, ordenada, jerárquica, cualitativa— y se va desordenando por sucesivas rebeliones: la espiritualidad lunar contra la solar, la casta guerrera contra la sacerdotal y contra esta los comerciantes y esclavos. Le siguen la Edad de Plata, la Edad de Bronce y, finalmente, la nuestra, la Edad de Hierro, Kali Yuga, la más burda, la que más se ha alejado del principio sagrado; en la que, por primar el desorden, se difuminan las distinciones cualitativas y tiende a quedar la mera materia nuda, la mera cantidad. El nuestro es el reino de la cantidad.

      Según Guénon (2001), el ascenso de la ciencia moderna —matemática en esencia— es consistente con la progresiva indiferenciación de los seres en el mundo moderno. En efecto, contar solo es posible si los elementos que se cuentan se tratan como homogéneos: a riesgo de sumar peras con manzanas, todo lo que se cuente debe pertenecer a la misma clase, bien porque ontológicamente lo es o porque se le trata así mediante la abstracción o la observación incompleta, que deja a un lado las diferencias individuales.

      Procusto, hijo de Poseidón, residía en las afueras de Eleusis —ciudad de la antigua Grecia— y ofrecía su casa a los viajeros solitarios. Cuando el viajero dormía sobre su cama de hierro, Procusto lo asesinaba de una entre varias maneras: si su víctima era más pequeña que la cama, tomaba un martillo y la descoyuntaba hasta que la ocupara en su totalidad; si era alta, serraba las partes que sobresalían —pies, cabeza, brazos—. Para Guénon (2001), de forma análoga, la abstracción cuantitativista hace violencia epistemológica a sus objetos, homologa lo que no se puede homologar. La queja del misterioso tradicionalista ha encontrado eco en lugares improbables: Nussbaum (2012) ha promovido el enfoque de capacidades para

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