Mujeres, cámara, acción. Rolando Gallego
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Hacia finales de los años setenta, se destacan figuras como Eva Fainsilberg Landeck (Horas extras, El empleo, Gente en Buenos Aires, Este loco amor loco), Nelly Kaplan (desarrollando su carrera en Francia, con películas como Charles et Lucie, Nea, La Fiancée du pirate); y ya en los años ochenta, varias mujeres pudieron comenzar su carrera en el cine, como Jeanine Meerapfel (Malou, La amiga), no solo dirigiendo, sino en rubros técnicos, pero siempre a la sombra de las decisiones masculinas que imposibilitaban una continuidad de trabajo y una igualdad en el medio.
En esa misma década, La Mujer y el Cine (1988), fundada por María Luisa Bemberg, Lita Stantic, Sara Facio, Beatriz Villalba Welsh, Susana López Merino, Gabriela Massuh y Marta Bianchi, propuso reunir en una entidad el trabajo de realizadoras, productoras y actrices para fomentar la producción cinematográfica femenina. Al poco tiempo de fundarse, Bemberg se alejó de aquella por considerar que terminaría siendo contraproducente, ya que creía que esto llevaba a “fomentar ghettos de cine de mujeres, cuando lo correcto es plantear y apoyar su integración a la industria del cine”12. Pese a la baja de Bemberg en la organización, el colectivo continuó con fuerza.
Hoy, con más de 30 años de camino, y presidida por Annamaría Muchnik, la organización avanza: “Hay mucho talento en juego para demostrar y para ser elegido y premiado en el exterior y mucha capacidad de trabajo que merece ser reconocida igual que el reconocimiento a los hombres”13.
A lo que Martha Bianchi agrega: “La Mujer y el Cine desarrolla una labor pequeña por lo modesta, pero muy grande por el contenido, por lo que significa la promoción de la mujer, la reflexión, el promover la reflexión entre los espectadores, entre la gente de la cultura”14.
Tímidamente, pero avaladas por una Ley de Cine que permitió la multiplicación de rodajes, las realizadoras comenzaron a trazar un mapa de realidades que hasta el momento no se había reflejado, con algunas experiencias previas a la sanción.
María Victoria Menis (Vecinas, A qué hora, Arregui, la noticia del día), Ana Poliak (Parapalos, ¡Que vivan los crotos!, La fe del volcán), María Teresa Costantini (El amor y la ciudad, Felicitas, Acrobacias del corazón), Gabriela David (Taxi un encuentro, La mosca en la ceniza), Carmen Guarini (Tinta Roja, Buenos Aires, crónicas villeras, La noche eterna), Paula de Luque (Cielo azul, Cielo Negro, codirigido con Sabrina Farji, Juan y Eva, Todas esas cosas), Paula Hernández (Herencia, Lluvia, Un amor), Inés de Oliveira Cézar (La entrega, Cómo pasan las horas, Extranjera, El recuento de los daños), aparecieron en el panorama cinematográfico con una impronta autoral única y precisa, nombres de un fenómeno que tal vez no tenga paralelismo en el mundo.
De esas camadas de nuevas directoras, Lucrecia Martel (La ciénaga, La niña santa, La mujer sin cabeza, Rey Muerto) se ha impuesto con su mirada lúcida sobre la realidad a partir de relatos sobre costumbres y usos, pero también con ambición de trascender su género adaptando, por ejemplo, la épica de Diego de Zama en Zama (2017), basada en la novela homónima de Antonio Di Benedetto, película por la cual ha vuelto a reafirmar su autoría y nombre.
“El gran conflicto y la gran pobreza que tiene el cine es que en estos cien años, en estos ciento y pico de años de existencia, ha sido un cine en manos de la clase media-alta blanca, en el mundo, al que han tenido muy poco acceso las mujeres y otras minorías; las mujeres no somos minoría, pero hemos tenido muy poco acceso, y ni hablar de grupos indígenas o directores indígenas, de la población negra”, afirma Martel.
“La incorporación de mujeres al cine es más rápida que la incorporación de otras clases sociales. El cine sigue siendo blanco y de clase media, como el turismo. Creo que el cine, sobre todo el que no tiene como única aspiración ser masivo, es una actividad riesgosa y muy agitada por las fluctuaciones del mercado y la tecnología. Eso significa una alta posibilidad de fracaso. En ese sentido me parece que las mujeres, por nuestra experiencia de estar lamentablemente en los márgenes del poder, estamos preparadas para fracasar. Y eso nos convierte en animales naturales para el cine. El riesgo no es algo que concebimos deportivamente. Es existencial. De modo que es inevitable que el cine más radical sea colonizado por nosotras. Ya verán. Como dijo Joslyn Barnes, sobrina de Djuna Barnes y coproductora de Zama, las mujeres fracasamos mejor”15.
Considerada en la actualidad como referente, su paso por festivales y premiaciones, y la profundidad de sus realizaciones, la han posicionado dentro y fuera del país como una directora única y una artista convocada por personalidades de otros campos, como, por ejemplo, la cantante y performer islandesa Björk.
“María Luisa Bemberg y Lucrecia Martel son dos personajes que, por distintos motivos, han sido muy importantes en mi carrera. Con María Luisa he tenido una vida más tranquila, más apacible, y con Lucrecia hemos tenido encuentros y desencuentros. Esos años en los que nos lanzamos con María Luisa con el descreimiento de todo el mundo a armar una productora y filmar cinco películas en una década, y algunas bastante complicadas de producción, fueron años en los que aprendí muchísimo, años que me llenan de mucha satisfacción”16, suma Stantic sobre dos directoras que han permanecido como estandartes en la realización cinematográfica local.
“Lucrecia Martel me parece que es de lo mejor del cine argentino que hemos tenido en muchísimas décadas. Mi sensación fue en Berlín y vi La ciénaga y me daba la impresión que fuera del cuadradito había un mundo, que estaba vivo, construía con tanto tejido. Además me encanta cómo trabaja el sonido y el lugar que le da en los rodajes y en la mezcla que muy pocos se lo dan. Eso te golpea en un lugar sensorial por este trabajo. Es alguien que logra películas muy vivas”, dice la realizadora Lucía Puenzo.
Una de las figuras relevantes, que ha logrado además desarrollar su carrera dentro y fuera del país, guionista, escritora de literatura y directora cinematográfica (Wakolda, XXY, El niño pez), heredera de una familia que ha mantenido el cine bien en alto.
“Yo escribía literatura y trabajaba como guionista en TV y cine; el cuento ‘Cinismo’17 lo leí desde que nació. Me enamoré y se lo pedí para escribir un guion pero para otro director. No estaba en mis planes dirigir. Cuando estaba buscando un director, apareció la beca de Cannes y la acepté. Ya había hecho un corto y estaba siempre en rodajes y lo dirigí con absoluta felicidad con el equipo de amigos que egresamos de ENERC y ninguno de los cabeza de equipo había hecho nada en largo y eso nos daba la sensación de estar haciendo un corto más”, reflexiona Puenzo sobre la experiencia de rodar XXY. Luego se sucederían El niño pez, Wakolda, la serie televisiva Cromo y La jauría, protagonizada por Daniela Vega (Una mujer fantástica), donde además ofició de showrunner.
En el último tiempo, y con la figura de estas directoras, otras han podido ejercer el rol con una mirada distinta del soporte, contando historias personales que a la vez pueden universalizar problemáticas.
Anahí Berneri, Sandra Gugliotta, Julia Solomonoff, Celina Murga, Natalia Smirnoff, Vera Fogwill, Ana Katz, Tamae Garateguy, Laura Citarella, Nele Wohlatz, Verónica Chen, Lucía Cedrón, Milagros Mumenthaler, Mónica Lairana, Florencia Percia, Majo Staffolani, etc., son solo algunos de los nombres que supieron forjar un camino en el universo de la realización.
Muchas de ellas lograron, tras estudiar y ponerse firmes en la concreción de su deseo, hacer carrera en el cine nacional, algo complicadísimo teniendo en cuenta costos, vaivenes económicos e intereses.
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