Hierbas Mágicas. Janice Wicka

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Hierbas Mágicas - Janice Wicka Colección Nueva Era

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sino el bienestar de cuerpo, mente, alma y espíritu.

      ¿Por qué enfermamos?

      Por un desequilibrio entre bacterias y organismo.

      Por temores y frustraciones personales.

      Por accidentes.

      Por necesidad de atención y afecto.

      Por moda.

      Por contagio real.

      Por la acción de parásitos, venenos, tóxicos, malas prácticas y excesos en el comer y/o en el beber.

      Por influencia externa o manipulación, porque a menudo basta que alguien nos diga que nos ve mal, con poco o mucho peso, con mal color, mala cara o con síntomas extraños, para que creamos que estamos enfermos, e incluso para que enfermemos de verdad.

      Nos recomiendan que vayamos al médico, que nos hagamos análisis, que nos pongamos a dieta, que no comamos carne, que aumentemos las proteínas, que nos hartemos de frutas, que bebamos mucha agua —pero no fría—, que tal o cual remedio es milagroso, que tal o cual té adelgaza sin dejar los excesos y sin hacer ejercicio, y si insisten y se suman dos o tres personas más al veredicto, podemos fácilmente caer en la creencia de que no estamos bien, que algo anormal sucede con nosotros, y, en fin, que estamos enfermos.

      A menudo algunas madres, generalmente por temores infundados, ensayan con sus hijos métodos y consejos de salud nada recomendables, como atiborrarlos de vitaminas, alimentarlos de manera restringida o excesiva, medicarlos sin necesidad y ponerles lentes o zapatos correctores cuando no los necesitan.

      No hay duda de que los seres humanos no somos perfectos y que no podemos evitar los defectos, los accidentes ni los contagios, tampoco nuestros propios errores, por lo que es muy posible que a lo largo de nuestra vida necesitemos del servicio médico, y es de sentido común acudir a cualquier tipo de medicina cuando en verdad se necesita.

      En Occidente, a la medicina alopática normalmente, en Oriente a la ayurvédica o a la china, o a cualquier medicina alternativa que funcione en su ambiente o su cultura, incluso a varias de ellas en simultáneo con tal de recuperar la salud. Las hierbas mágicas son una buena y económica alternativa para prevenir antes de lamentar, o para curar cuando el mal o la enfermedad ya se ha manifestado, con sus lógicas limitaciones, como las tienen el resto de las técnicas de salud.

      Si necesita de verdad una cirugía, vaya con un cirujano, pero no se opere por capricho, necedad o hipocondría. En cualquier caso, evite las obsesiones.

      Todos nacemos y morimos, pero la enfermedad, aunque usted no lo crea, es opcional y puede pasar perfectamente toda su vida sin sufrir ni un leve resfriado, porque su organismo resistirá y, cuando mucho, sentirá una leve irritación sintomática nasal que no durará ni un día.

      En los primeros nueve meses de vida y en los últimos años de esta, nuestro cuerpo es más débil y nuestras defensas están más bajas, pero incluso en estos periodos se puede gozar de una vida sana gracias a la utilización de ciertas hierbas mágicas.

      La hipocondría o el enfermo imaginario

      Antes hemos apuntado que buena parte de las enfermedades y males que nos aquejan son psicosomáticos, es decir, que nacen primero en la mente y que pueden convertirse en una enfermedad real, como también hemos señalado que somos seres influenciables y que a veces creemos que estamos enfermos sólo porque no respondemos al patrón social que nos circunda, por moda o porque alguien nos dice que parecemos enfermos, lo estemos o no.

      La hipocondría se parece a estos casos pero, a diferencia de ellos, es la persona la que crea y recrea todo tipo de males sobre sí misma y, si no se enferma, se provoca los síntomas. Cuando la hipocondría o el sentirse eternamente enfermo por el puro gusto de estarlo llega a extremos de autolesionarse o intoxicarse para sufrir o remedar la enfermedad que se desea, se convierte en un trastorno obsesivo que las series televisivas de médicos y enfermeras llaman Síndrome de Münchhausen, y que es en sí mismo una enfermedad que, cuando el cuerpo no da para más o para enfermarse, se puede trasladar a los hijos, a los abuelos o a quien se tenga más cerca, envenenándolos, intoxicándolos o hiriéndolos para que parezcan realmente enfermos.

      “De médico, poeta y loco todos tenemos un poco”, dice mi abuela, y a todos nos gusta dar y recibir consejos de salud, medicar a quien tenemos a la mano, y automedicarnos porque nos han dicho que tal o cual medicina es mano de santo. Lo mismo hacemos con las hierbas mágicas: las recomendamos si nos han servido y las satanizamos si no nos han curado o no nos han hecho el efecto deseado, cuando debe ser una persona experta la que nos indique el uso y la dosis, porque no hay enfermedades, sino enfermos.

      La enfermedad como hecho cultural

      En Europa se esconde a la muerte y a los enfermos, mientras que en países como México la muerte es algo cotidiano que se celebra, y la enfermedad puede ser un mal de ojo o una envidia que hay que combatir, pero no esconder.

      Mucho se ha gastado en crear conciencia para que algunos males y algunas deficiencias del ser humano sean aceptadas y toleradas por la sociedad: el autismo y el síndrome de Down cada vez son menos rechazados, y se consideran más un estado o una diferencia que una enfermedad.

      Por una parte aparecen nuevos síndromes y males, y por el otro muchas conductas y estados han dejado de ser una enfermedad para ser una simple condición. La homosexualidad, considerada durante siglos como una enfermedad mental, un desorden hormonal, un pecado o una aberración biológica y social, continúa con su lucha de aceptación, y mientras en algunos países empieza a ser tolerada e igualada en derechos —aunque el matrimonio en muchos casos sea más un tormento que un derecho—, en otros países sigue siendo perseguida, atacada, discriminada y hasta condenada con penas de cárcel o muerte física y social. Unos la consideran simplemente un problema identitario social, porque al fin y al cabo el sexo no es más que una función fisiológica como el comer o como el defecar, y moralizarlo o implementarlo como diferenciación social es lo que lo convierte en un problema, porque quien no se acepta en realidad es la persona homosexual, independientemente del país tolerante o represivo donde viva.

      La enfermedad, en suma, es cultural, y muchas veces ha dependido más de las creencias, las religiones y de las leyes que de la ciencia, y ha convertido hechos completamente biológicos, como el sexo, en pecados, enfermedades, desviaciones o productos del mal.

      Las sociedades cambian y las culturas se sincretizan, y lo que ayer era un mal deja de serlo (al menos de cara a la galería y a lo políticamente correcto) para convertirse en una condición, lo que no impide que en el fondo la tolerancia sea falsa o impostada, y que la persona se siga sintiendo mal, enferma o fuera de lugar.

      En algunas culturas la enfermedad provoca empatía y solidaridad, pero en otras sigue provocando antipatía y rechazo, y la gente enferma de uno o de otro lado se ve obligada a comportarse como su ambiente social le exige.

      El embarazo y la menstruación suelen ser ambivalentes, y durante milenios se han considerado enfermedades serias, estados de gravedad infecciosos y con peligro de muerte, e incluso faltas sociales, donde la menstruación se esconde y se finge que no mancha ni duele, y el embarazo fuera del matrimonio o a edades muy tempranas es un error grave.

      Lo aparentemente moderno de aceptar ciertos males y conductas se mezcla con los terrores de la antigüedad que subyacen en todas las sociedades, porque durante milenios la enfermedad fue un pecado, un mal, un contagio, una pandemia capaz de aniquilar al enfermo y a su entorno, como en el caso del sida, que en sus inicios creó verdadero pánico en todo el mundo y se consideró contagioso y letal en la totalidad

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