Colección de Julio Verne. Julio Verne

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Colección de Julio Verne - Julio Verne

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no comestibles.

      -Ésa es una distinción gastronómica. Pero dígame si conoce la diferencia entre los peces óseos y los peces cartilaginosos.

      -Creo que sí, Conseil.

      -¿Y la subdivisión de esas dos grandes clases?

      -Me temo que no -respondió el canadiense.

      -Pues bien, amigo Ned, escúcheme bien y reténgalo. Los peces óseos se subdividen en seis órdenes: los acantopterigios, cuya mandíbula superior es completa y móvil y cuyas branquias tienen la forma de un peine; este orden comprende quince familias, es decir, las tres cuartas partes de los peces conocidos. Su prototipo podría ser la perca.

      -Que está bastante buena -dijo Ned Land.

      -Otro orden es el de los abdominales, que tienen las aletas ventrales suspendidas bajo el abdomen y más atrás de las pectorales, sin estar soldadas a las vértebras dorsales, orden que se divide en cinco familias que comprenden la mayor parte de los peces de agua dulce. Tipos: la carpa y el lucio.

      -¡Puaf! -exclamó, despectivamente, el canadiense-. ¡Peces de agua dulce!

      -Hay también los subbranquianos, con las ventrales colocadas bajo las pectorales e inmediatamente suspendidas de las vértebras dorsales. Este orden contiene cuatro familias, y sus tipos son las platijas, los gallos, los rodaballos, los lenguados, etcétera.

      -¡Excelentes! ¡Excelentes! -exclamó el arponero, que continuaba obstinándose en considerar los peces exclusivamente desde el punto de vista gastronómico.

      -Hay también -prosiguió Conseil, sin desanimarse -los ápodos, de cuerpo alargado, desprovistos de aletas ventrales y revestidos de una piel espesa y frecuentemente viscosa. Es éste un orden que se reduce a una sola familia. Tipos: la anguila y el gimnoto.

      -Mediocre, mediocre -respondió Ned Land.

      -En quinto lugar, los lofobranquios, que tienen las mandíbulas completas y libres y cuyas branquias están formadas por pequeños flecos dispuestos por parejas a lo largo de los arcos branquiales. Este orden no cuenta más que con una familia. Tipos: los hipocampos y los pegasos dragones.

      -¡Malo! ¡Malo! -replicó el arponero.

      -Y sexto y último, el de los plectognatos, cuyo hueso maxilar está fijado al lado del intermaxilar que forma la mandíbula, y cuyo arco palatino se engrana por sutura con el cráneo, lo que le hace inmóvil. Este orden carece de verdaderas aletas ventrales; se compone de dos familias y sus tipos son los tetrodones y los peces luna.

      -Que bastarían por sí solos para deshonrar a un caldero -dijo el canadiense.

      -¿Ha comprendido usted, amigo Ned? -preguntó el sabio Conseil.

      -Ni una palabra, amigo Conseil. Pero siga, siga, es muy interesante.

      -En cuanto a los peces cartilaginosos -prosiguió, imperturbable, Conseil -tienen tan sólo tres órdenes.

      -Tanto mejor -dijo Ned.

      -En primer lugar, los ciclóstomos, cuyas mandíbulas están soldadas en un anillo móvil y cuyas branquias se abren por numerosos agujeros. Una sola familia cuyo tipo más representativo es la lamprea.

      -Hay a quien le gusta -respondió Ned Land.

      -Segundo, los selacios, con branquias semejantes a las de los ciclóstomos, pero con la mandíbula inferior móvil. Este orden, que es el más importante de la clase, tiene dos familias, con las rayas y los escualos por tipos más representativos.

      -¿Cómo? ¿Las rayas y los tiburones en el mismo orden? Pues bien, amigo Conseil, por el bien de las rayas le aconsejo que no los ponga juntos en el mismo bocal.

      -Y por último, los esturionianos, cuyas branquias está abiertas por una sola hendidura con un opérculo. Hay cuatro géneros y el esturión es el tipo más representativo.

      -Amigo Conseil, se dejó usted lo mejor para el final, en mi opinión, al menos. ¿Y esto es todo?

      -Sí, mi buen Ned, pero observe usted que saber esto es no saber nada, pues las familias se subdividen en géneros, subgéneros, especies, variedades…

      -Pues mire, Conseil -dijo el arponero, inclinándose sobre el cristal-, mire esas variedades que pasan.

      -En efecto, son peces -exclamó Conseil-. Uno se creer en un acuario.

      -No respondí-, pues un acuario no es más que una jaula, y esos peces son libres como el pájaro en el aire.

       -Bueno, Conseil, nómbremelos, dígame cómo se llaman, ande -dijo Ned.

       -No soy capaz de hacerlo -dijo Conseil-. Eso concierne al señor.

      Efectivamente, el buen muchacho, empedernido clasificador, no era un naturalista. Yo creo que no era capaz de distinguir un atún de un bonito. Lo contrario que el canadiense, que nombraba todos los peces sin vacilar.

      -Un baliste -había dicho yo.

      -Y es un baliste chino -respondió Ned Land.

      -Género de los balistes, familia de los esclerodermos, orden de los plectognatos -murmuró Conseil.

      Decididamente, entre los dos, Ned y Conseil, hubieran constituido un brillante naturalista. No se había equivocado el canadiense. Un grupo de balistes, de cuerpo comprimido, de piel granulada, armados de un aguijón en el dorso, evolucionaban en torno al Nautilus, agitando las cuatro hileras de punzantes y erizadas espinas que llevan a ambos lados de la cola. Nada más admirable que la pigmentación de su piel, gris por arriba y blanca por debajo, con manchas doradas que centelleaban entre los oscuros remolinos del agua. Entre ellos, se movían ondulantemente las rayas, como banderas al viento. Con gran alegría por mi parte, vi entre ellas esa raya china, amarillenta por arriba y rosácea por abajo, provista de tres aguijones tras el ojo; una especie rara y de dudosa identificación en la época de Lacepède, quien únicamente pudo verla en un álbum de dibujos japonés.

      Durante un par de horas, todo un ejército acuático dio escolta al Nautilus. En medio de sus juegos, de sus movimientos en los que rivalizaban en belleza, brillo y velocidad, distinguí el labro verde; el salmonete barbatus, marcado con una doble raya negra; el gobio eleotris, de cola redondeada, de color blanco salpicado de manchas violetas en el dorso; el escombro japonés, admirable caballa de esos mares, con el cuerpo azulado y la cabeza plateada; brillantes azurores cuyo solo nombre dispensa de toda descripción; los esparos rayados, con las aletas matizadas de azul y de amarillo; los esparos ornados de fajas con una banda negra en la cola; los esparos zonéforos, elegantemente encorsetados en sus seis cinturas; los aulostomas, verdaderas bocas de flauta o becadas marinas, algunos de los cuales alcanzaban una longitud de un metro; las salamandras del Japón; las morenas equídneas, largas serpientes con ojos vivos y pequeños y una amplia boca erizada de dientes…

      Contemplábamos el espectáculo con una admiración infinita que expresábamos en incontenibles interjecciones. Ned nombraba los peces, Conseil los clasificaba, y yo me extasiaba ante la vivacidad de sus evoluciones y la belleza de sus formas. Nunca hasta entonces me había sido dado poder contemplarlos así, vivos y libres en su elemento natural.

      No citaré todas las variedades, toda esa colección de los mares del Japón y de la China, que pasaron así ante nuestros ojos deslumbrados. Más numerosos

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