Las aventuras y misterios de Sherlock Holmes. Arthur Conan Doyle

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Las aventuras y misterios de Sherlock Holmes - Arthur Conan Doyle страница 4

Автор:
Серия:
Издательство:
Las aventuras y misterios de Sherlock Holmes - Arthur Conan Doyle

Скачать книгу

reconvención el rey.

      -Muchísimo, desde luego. Pero ¿qué se propone hacer ella con esa fotografía?

      -Arruinarme.

      -¿Cómo?

      -Estoy en vísperas de contraer matrimonio.

      -Eso tengo entendido.

      -Con Clotilde Lothman von Saxe Meningen. Hija segunda del rey de Escandinavia.

      Quizá sepa usted que es una familia de principios muy estrictos. Y ella misma es la esencia de la delicadeza. Bastaría una sombra de duda acerca de mi conducta para que todo se viniese abajo.

      -¿ Y qué dice Irene Adler?

      -Amenaza con enviarles la fotografía. Y lo hará. Estoy seguro de que lo hará. Usted no la conoce. Tiene un alma de acero. Posee el rostro de la más hermosa de las mujeres y el temperamento del más resuelto de los hombres. Es capaz de llegar a cualquier extremo antes de consentir que yo me case con otra mujer.

      -¿Esta seguro de que no la ha enviado ya?

      -Lo estoy.

      -¿ Por qué razón?

      -Porque ella aseguró que la enviará el día mismo en que se haga público el compromiso matrimonial. Y eso ocurrirá el lunes próximo.

      -Entonces tenemos por delante tres días aún -exclamó Holmes, bostezando-. Es una suerte, porque en este mismo instante traigo entre manos un par de asuntos de verdadera importancia, Supongo que su majestad permanecerá por ahora en Londres, ¿no es así?

      -Desde luego. Usted me encontrará en el Langham, bajo el nombre de conde von Kramm.

      -Le haré llegar unas líneas para informarle de cómo llevamos el asunto.

      -Hágalo así, se lo suplico, porque vivo en una pura ansiedad.

      -Otra cosa. ¿Y la cuestión dinero?

      -Tiene usted carte blanche.

      -¿Sin limitaciones?

      -Le aseguro que daría una provincia de mi reino por tener en mi poder la fotografía.

      -¿Y para gastos de momento?

      El rey sacó de debajo de su capa un grueso talego de gamuza, y lo puso encima de la mesa, diciendo: -Hay trescientas libras en oro y setecientas en billetes.

      Holmes garrapateó en su cuaderno un recibo, y se lo entregó.

      -¿Y la dirección de esa señorita? -preguntó.

      -Pabellón Briony. Serpentine Avenue, St. John’s Wood.

      Holmes tomó nota, y dijo:

      -Otra pregunta: ¿era la foto de tamaño exposición?

      -Sí que lo era.

      -Entonces, majestad, buenas noches, y espero que no tardaremos en tener alguna buena noticia para usted. Y a usted también, Watson, buenas noches -agregó así que rodaron en la calle las ruedas del brougham real-. Si tuviese la amabilidad de pasarse por aquí mañana por la tarde, a las tres, me gustaría charlar con usted de este asuntito.

      II

      A las tres en punto me encontraba yo en Barker Street, pero Holmes no había regresado todavía. La dueña me informó que había salido de casa poco después de las ocho de la mañana. Me senté, no obstante, junto al fuego, resuelto a esperarle por mucho que tardase. Esta investigación me había interesado profundamente; no estaba rodeada de ninguna de las características extraordinarias y horrendas que concurrían en los dos crímenes que he dejado ya relatados, pero la índole del caso y la alta posición del cliente de Holmes lo revestían de un carácter especial. La verdad es que, con independencia de la índole de las pesquisas que mi amigo emprendía, había en su magistral manera de abarcar las situaciones, y en su razonar agudo e incisivo, un algo que convertía para mí en un placer el estudio de su sistema de trabajo, y el seguirle en los métodos, rápidos y sutiles, con que desenredaba los misterios más inextricables. Me hallaba yo tan habituado a verle triunfar que ni siquiera me entraba en la cabeza la posibilidad de un fracaso suyo.

      Eran ya cerca de las cuatro cuando se abrió la puerta y entró en la habitación un mozo de caballos, con aspecto de borracho, desaseado, de puntillas largas, cara abotagada y ropas indecorosas. A pesar de hallarme acostumbrado a la asombrosa habilidad de mi amigo para el empleo de disfraces, tuve que examinarlo muy detenidamente antes de cerciorarme de que era él en persona Me saludó con una inclinación de cabeza y se metió en su dormitorio, del que volvió a salir antes de cinco minutos vestido con traje de mezclilla y con su aspecto respetable de siempre.

      -Pero ¡quien iba a decirlo! -exclamé yo, y él se rió hasta sofocarse; y rompió de nuevo a reír y tuvo que recostarse en su sillón, desmadejado e impotente.

      -¿De qué se ríe?

      -La cosa tiene demasiada gracia. Estoy seguro de que no es usted capaz de adivinar en qué invertí la mañana, ni lo que acabé por hacer.

      -No puedo imaginármelo, aunque supongo que habrá estado estudiando las costumbres, y hasta quizá la casa de la señorita Irene Adler.

      -Exactamente, pero las consecuencias que se me originaron han sido bastante fuera de lo corriente. Se lo voy a contar. Salí esta mañana de casa poco después de las ocho, caracterizado de mozo de caballos, en busca de colocación. Existe entre la gente de caballerizas una asombrosa simpatía y hermandad masónica. Sea usted uno de ellos, y sabrá todo lo que hay que saber. Pronto di con el Pabellón Briony. Es una joyita de chalet, con jardín en la parte posterior, pero con su fachada de dos pisos construida en línea con la calle. La puerta tiene cerradura sencilla. A la derecha hay un cuarto de estar, bien amueblado, con ventanas largas, que llegan casi hasta el suelo y que tienen anticuados cierres ingleses de ventana, que cualquier niño es capaz de abrir. En la fachada posterior no descubrí nada de particular, salvo que la ventana del pasillo puede alcanzarse desde el techo del edificio de la cochera. Caminé alrededor de la casa y lo examiné todo cuidadosamente y desde todo punto de vista, aunque sin descubrir ningún otro detalle de interés. Luego me fui paseando descansadamente calle adelante, y descubrí, tal como yo esperaba, unos establos en una travesía que corre a lo largo de una de las tapias del jardín. Eché una mano a los mozos de cuadra en la tarea de almohazar los caballos, y me lo pagaron con dos peniques, un vaso de mitad y mitad, dos rellenos de la cazoleta de mi pipa con mal tabaco, y todos los informes que yo podía apetecer acerca de la señorita Adler, sin contar con los que me dieron acerca de otra media docena de personas de la vecindad, en las cuales yo no tenía ningún interés, pero que no tuve más remedio que escuchar.

      -¿Y qué supo de Irene Adler? -le pregunté.

      -Pues verá usted, tiene locos a todos los hombres que viven por allí. Es la cosa más linda que haya bajo un sombrero en todo el planeta. Así aseguran, como un solo hombre, todos los de las caballerizas de Serpentine. Lleva una vida tranquila, canta en conciertos, sale todos los días en carruaje a las cinco, y regresa a las siete en punto para cenar. Salvo cuando tiene que cantar, es muy raro que haga otras salidas. Sólo es visitada por un visitante varón, pero lo es con mucha frecuencia. Es un hombre moreno, hermoso, impetuoso, no se pasa un día sin que la visite, y en ocasiones lo hace dos veces el mismo día. Es un tal señor Godfrey

Скачать книгу