Confina-dos. Anna Garcia
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—Sí.
—¿Seguro? —Enarca una ceja dándome a entender que no piensa contestarme—. ¿Y has hablado con tu padre?
Sé la respuesta nada más verle la cara, y también puedo adivinar cómo ha ido la conversación a tenor de su comportamiento esquivo.
—Sí…
—¿Y va a venir a rescatarte? —insisto, cada vez más convencida de la respuesta de su padre, mascando esta pequeña victoria con deleite.
—No. Me ha dicho que tengo que quedarme aquí por mi bien —contesta de forma esquiva, sin mirarme a los ojos—. Y además tiene mucho trabajo…
—Ya. Bueno. Lo siento por ti, entonces —digo mientras me doy la vuelta para intentar que no vea la sonrisa de satisfacción que se ha dibujado en mi cara.
Cuando acabo de guardar todos los deliciosos manjares que he comprado, abro la caja de los helados y le tiendo uno a Alex. Ella lo coge y me sonríe de medio lado. Al ir a guardar el resto en el congelador, veo una luz de esperanza en el horizonte materializada en una pizza sabor barbacoa. La saco con orgullo, consciente de que será el golpe definitivo para meterme a mi hija en el bolsillo.
Parte 2:
Héctor. 4º 1º
Me quito el casco de la moto y me peino el pelo con los dedos de la mano, de forma perezosa. Luego me froto la cara y bostezo de forma prolongada. Al principio fui reacio a marcharme el hospital, desoyendo a todos los compañeros que insistían para convencerme. Me negaba a irme porque sentía como si, al hacerlo, les estuviera abandonando en la estacada.
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