Obras Completas de Platón. Plato

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Obras Completas de Platón - Plato

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Carta VI. Platón a Hermias, Erasto y Coriseo, Sabiduría.

       Carta VII. Platón a los parientes y amigos de Dión, Sabiduría.

       Carta VIII. Platón a los parientes y amigos de Dión, Sabiduría.

       Carta IX. Platón a Arquitas de Tarento, Sabiduría.

       Carta X. Platón a Atistodoro, Sabiduría.

       Carta XI. Platón a Laodamas, Sabiduría.

       Carta XII. Platón a Arquitas de Tarento, Sabiduría.

       Carta XIII. Platón a Dionisio de Siracusa, Sabiduría.

       TESTAMENTO

       Argumento del Testamento[1] por Patricio de Azcárate

       Testamento

       Criterios de la presente edición

       Autor

       Notas

       Notas

       Notas

       Notas

      Para Alfred North Whitehead, «toda la tradición filosófica occidental consiste en una serie de notas al pie a Platón». Asimismo, en palabras de Virginia Woolf, «es Platón, sin duda, quien revela la vida en los interiores y describe cómo, cuando una partida de amigos se reunía y había comido sin el menor lujo y habían bebido un poco de vino, un muchacho hermoso se aventuraba a hacer una pregunta o refería una opinión, y Sócrates la recogía, la palpaba, le daba vueltas, la miraba por aquí y por allá, la desnudaba rápidamente de sus incongruencias y falsedades, y llevaba a toda la compañía, gradualmente, a contemplar con él la verdad… ¿Son lo mismo el placer y lo bueno? ¿Puede enseñarse la virtud? ¿Es la virtud un conocimiento?».

      En esta edición de las Obras Completas de PLATÓN, se ha respetado en todo lo posible la valiosa traducción original de Patricio de Azcárate, apegada al griego, pese a la influencia de la traducción latina de Cristóforo Landino y la francesa de Victor Cousin, corrigiendo solo las imprecisiones y arcaísmos del original. Se ha modernizado también la transcripción de nombres propios, y se han añadido nuevas notas aclaratorias.

      Platón

      Obras completas

      Facsimil Portada Libro 1º

      Prefacio

      ¿Qué podríamos decir, con la sola ayuda de nuestra mente, de nuestra meditación, de nuestro espíritu, de nuestra inspiración, del soliloquio interior, del diálogo con nuestros amigos, acerca de la bondad en sí, de la belleza en sí (espiritual), acerca de lo sublime, de los dioses, de los hombres, de la honradez, del honor, del valor, de la justicia en sí, de la virtud, de la amistad, del amor en sí, del arte, del conocimiento, de la sabiduría en sí, de la vida, del alma, de la muerte, de la inmortalidad, de la libertad, de la verdad en sí; acerca de esos grandes temas y esas grandes palabras que ha intentado definir la humanidad y por cuya búsqueda, a su vez ella misma ha quedado definida, dignificada, perfeccionada, ennoblecida?

      Si nos hemos quedado casi mudos, vayamos luego, por curiosidad, al Diccionario. Allí encontraremos que todos los grandes temas y las grandes palabras de la humanidad, tienen su base en la sabiduría de Sócrates y Platón, a veces levemente matizados (para mejor o para peor) por la huella que dejaron en ellos las filosofías o las religiones posteriores.

      No conozco una definición más exacta, al mismo tiempo que breve, de la obra de Platón que la de Virginia Woolf. Así pues, ella tiene ahora la palabra.

      ANA PÉREZ VEGA 2012

      * * *

      Es Platón, sin duda, quien revela la vida en los interiores y describe cómo, cuando una partida de amigos se reunía y había comido sin el menor lujo y habían bebido un poco de vino, un muchacho hermoso se aventuraba a hacer una pregunta o refería una opinión, y Sócrates la recogía, la palpaba, le daba vueltas, la miraba por aquí y por allá, la desnudaba rápidamente de sus incongruencias y falsedades, y llevaba a toda la compañía, gradualmente, a contemplar con él la verdad. Es un proceso agotador; concentrarse arduamente en el significado exacto de las palabras; juzgar lo que implica cada admisión; seguir concentrada pero críticamente la mengua y el cambio de la opinión a medida que se endurece y se intensifica hacia la verdad. ¿Son lo mismo el placer y lo bueno? ¿Puede enseñarse la virtud? ¿Es la virtud un conocimiento? Una mente cansada o débil puede equivocarse fácilmente mientras avanza, despiadadamente, el interrogatorio; pero nadie, aun débil, puede dejar, incluso si no aprende más de Platón, de amar más el conocimiento. Pues a medida que el argumento asciende peldaño a peldaño, Protágoras cediendo, Sócrates avanzando, lo que importa no es tanto el fin que alcanzamos como la manera de alcanzarlo. Eso todos pueden percibirlo: la indomable honestidad, el valor, el amor de la verdad que atrae a Sócrates, y a nosotros a su huella, a la cumbre donde, si también nosotros podemos apostarnos un momento, está, para disfrutarla, la mayor felicidad que somos capaces de alcanzar.

      Con todo, tal expresión parece inadecuada para describir el estado de la mente de un estudiante a quien, después de una ardua argumentación, le ha sido revelada la verdad. Pero la verdad es variada; la verdad viene a nosotros en diferentes disfraces; no es sólo con el intelecto con lo que la percibimos. Es una noche de invierno; las mesas están puestas en casa de Agatón; una muchacha está tocando la flauta; Sócrates se ha lavado y se ha puesto unas sandalias; se ha parado en la entrada; rehúsa moverse cuando mandan a buscarlo. Ahora Sócrates ha acabado; se está burlando de Alcibíades; Alcibíades coge una cinta y la ata alrededor de «la cabeza de este admirable camarada…[2] Pues él no se preocupa por la mera hermosura, sino que desprecia más de lo que nadie se puede imaginar todas las posesiones externas, ya sea la hermosura o la riqueza o la gloria, o cualquier otra cosa por la que la multitud felicita a su poseedor. Considera que estas cosas, y nosotros que las honramos, no somos

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