Democracia envenenada. Bernhard Mohr
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Sin embargo, los vínculos europeos se vieron debilitados cuando en el siglo XIII Kiev fue atacada por los mongoles y los tártaros, dos pueblos orientales conformados por hordas de jinetes que hablaban turco. Los países eslavos orientales nunca fueron totalmente ocupados, sino que a lo largo de los doscientos cincuenta años del llamado yugo tártaro, los grandes príncipes locales tuvieron que jurar lealtad y pagar impuestos al jefe tártaro, el Kan. Cuando el Reino de Kiev se desintegró, Moscú se estableció como un nuevo centro de poder. Los príncipes de Moscú lograron tomar el control de muchos de los pueblos vecinos, y luego fueron contra los Kanes. En 1380 tuvieron una gran victoria en la batalla de Kulikovo, y en el transcurso de los siguientes cien años lograron liberarse completamente de la opresión tártara. En la época de Iván III el Grande (de 1462 a 1505) e Iván iv el Terrible (de 1533 a 1584), Moscú logró someter a los últimos vecinos reacios y prepararon las bases de la Rusia moderna. En 1547 Iván el Terrible se proclamó emperador —o zar, en ruso—. El nuevo Estado ruso tomó muchas ideas de los tártaros, en especial la manera como el soberano se veía a sí mismo. Al igual que los Kanes, Iván y sus sucesores se consideraban elegidos por Dios. El poder del zar era universal y todopoderoso, y todos tenían que estar bajo su mando, incluida la Iglesia.
El yugo de los tártaros y el hecho de que el puesto avanzado de Moscú se convirtiera en el centro de poder de Rusia, llevó a que Rusia tomara un camino diferente al de Europa Occidental en su desarrollo, escribe Bodin. En la historia de las ideas europeas, «en el siglo XIV se partió de una vez por todas en una Europa Oriental y otra Europa Occidental». El Renacimiento, que provocó la reactivación de la antigua imagen antropocéntrica del mundo y la filosofía racionalista, y que desde entonces ha caracterizado el desarrollo de todas las ideas en Occidente, no prosperó en Rusia. Por el contrario, la mentalidad medieval siguió dominando hasta las reformas de Pedro el Grande en el siglo XVIII. A pesar de que Pedro hizo un gran esfuerzo para que el país mirara a Occidente, Rusia siguió su propio camino.
Bodin concluye que en la actualidad «existen dos identidades europeas: una rusa o europea oriental y una europea occidental, que son diferentes y que se enriquecen la una a la otra».
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