Nine Coins/Nueve monedas. Carlos Pintado
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like an offering,
sadly drawn
by the very hand
that, hours later
—after the performance—
will rub away the lines
with all the fury
of silence?
EN UNA CALLE DE ALEJANDRÍA
Cómo ignorar que en este instante
un muchacho camina junto a mí en Alejandría,
que al mirarnos su hombro y mi hombro
chocan como esos barcos que la marea impulsa,
y que ese instante, apenas perceptible,
es más eterno que el tiempo que pasa
por las doradas arenas del desierto.
Cómo ignorar que ahora mismo
podemos ser aquellos que entraron, lascivos,
siglos atrás—lámparas del deseo—a la casa
de Constantine Cavafis,
cuando ya el poeta no estaba,
y muy tristes se quedaron mirando los objetos,
hojeando algún libro hasta encontrar
aquel poema que hablaba de dos muchachos
caminando en Alejandría, rozándose los hombros,
mirándose, levemente, reconociéndose,
como barcos que la marea impulsa.
A STREET IN ALEXANDRIA
How could I miss, in this moment,
a youth walking beside me in Alexandria,
how he sees his shoulder knock against
my shoulder like ships driven by the tide,
and how that moment, barely noticed,
is eternal, beyond time as it passes
through golden desert sands.
How could I miss, just now,
that we could have been the ones, ages ago,
who went into Constantine Cavafy’s house
—lewd, lit with desire—
while the poet was out,
and remained there sadly, looking at the objects,
leafing through a book until we found
that poem, the one that speaks of two young men
walking in Alexandria, shoulders grazing,
glancing, just slightly, recognizing each other,
like ships driven by the tide.
YO TAMBIÉN SOY ULRICH
a propósito de “El hombre sin atributos” de Robert Musil
Sin atributos
(tentado a decir sin cualidades)
soy el muerto
que mira la muerte
y no la reconoce;
la muerte ese círculo
pequeño, infame,
ese círculo ardiendo,
intermitente,
casi imperceptible,
revelándome
(en un instante)
todos los rostros
y todas las cosas
que he amado
con pasión,
con fugacidad aparente.
Sin atributos, iba a decir,
sin escasas salvaciones,
sin una historia de amor
que salve al final de los días,
sin una lámpara
para atravesar este cuarto en penumbras
donde el niño que yo fui
llora y se desangra y pide a gritos:
no me dejen solo,
no me dejen solo,
no me dejen solo,
y yo, sin saber qué hacer,
sin poder salvarlo,
entro riendo a la cámara de gas.
Sí. Me estoy riendo.
¿Quién va a prohibirme
que ría en una cámara de gas?
No. Tú nada puedes contra mí.
Nada puedes. Entiéndelo.
No tengo un cuello que cercenar;
mi vida ha quedado atrás,
lejos,
muy lejos,
como esas figuritas que avanzan,
lentísimas,
en un paisaje sin memoria.
Soy el incesto de mí mismo.
¿No sabías que todo acto de amor es suicida?
Ven. Pon tu dedo en mis labios.
Extraño gesto de silenciar las palabras.
Gesto mudo como si tomáramos un veneno dulce.
¿Por