La Tercera Parca. Federico Betti
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II
Stefano Zamagni y Marco Finocchi legaron al escritorio del inspector con el material concerniente a Daniele Santopietro, así que comenzaron a pensar en cómo enfrentarse a aquello que podría definirse como una pura y simple recogida de datos.
El primer impacto que tuvieron ambos fue la ingente cantidad de trabajo que les esperaba, considerando la abundancia de objetos, tanto pequeños como grandes, que contenían aquellas cajas.
Cuando se sintieron preparados para comenzar decidieron comprobar juntos cada una de las cajas examinando una de cada vez.
Una labor de ese tipo habría hecho desistir a muchas personas, sabiendo, además, que recibirían del capitán más material durante la investigación, pero la determinación de los dos hombres para descubrir al verdadero culpable de todo tuvo un papel fundamental.
Habían comenzado a pensar que el origen de la mayor parte de sus problemas fuese sólo una persona después de haber escuchado la llamada recibida por el señor Bottazzi de la Asociación Atropos y esto quizás simplificaría notablemente la investigación.
Lo que no sería sinónimo de simplicidad, también porque por el momento la única referencia que tenía a su disposición estaba constituida por objetos de un criminal muerto.
A esto se añadía el hecho de que no tuviesen ni la más remota idea de qué les reservase la prolongación de la misma investigación.
Varios interrogantes le rondaban a Zamagni en la cabeza que no dudaría en compartir con el agente Finocchi y el capitán.
¿Qué había conectado a un criminal como Santopietro con la persona que había efectuado la llamada a Antonio Bottazzi?
¿Qué tipo de personalidad tenía Daniele Santopietro y qué le había hecho cometer los delitos por los que había sido incriminado antes de tener nada que ver con Zamagni y sus hombres? ¿Quién podía ser la persona a la que les llevaría todo?
Y, sobre todo, ¿cómo pensaban obtener resultados en la investigación partiendo de algo que había pertenecido a una persona que no podía ya jamás ser interrogada?
Con todas estas preguntas sin respuesta el inspector Zamagni tomó una de las primeras cajas por examinar, la abrió y comenzó a sacar de uno en uno los distintos objetos.
En cada una de las cajas habían escrito con un rotulador negro DANIELE SANTOPIETRO y 3347820A, el nombre y el número de detención, respectivamente, de la persona a la que se le había retenido el material.
–Una navaja... –nombró el agente Finocchi. –Quizás la usaba durante los atracos.
–Es probable –admitió Zamagni volviendo a poner la navaja y extrayendo de la caja otro objeto.
–Un encendedor –continuó el agente –¿Sabemos si era fumador?
–No –contestó el inspector –o al menos yo no lo sé.
Marco Finocchi asintió.
–Si consideramos que Daniele Santopietro estaba loco, podríamos pensar también que el encendedor le sirviese para provocar incendios –continuó el inspector con ironía.
–Cierto, no debemos excluir nada –admitió el agente. –No será fácil comprender qué buscar entre todas estas cosas y lo que todavía no nos ha sido entregado.
–Cualquier pista puede ser útil –dijo Zamagni –Deberemos seleccionar los objetos útiles y aquellos que en cambio no lo son o que nos podrían hacer equivocar el camino. Recordemos que ahora ya no podemos interrogar a Santopietro y que la persona que estamos buscando es otra distinta. Esos objetos personales y cualquier otro material que tengamos a nuestra disposición en lo sucesivo nos podrá ser útil para entender qué tipo de persona fuese realmente este criminal y quizás también como indicio para sacar a la luz al propietario de la Voz.
–Será como buscar una aguja en un pajar –admitió Finocchi.
–Tienes razón –asintió el inspector –pero ya nos ha ocurrido encontrarnos en una situación similar, y sin embargo nos las hemos apañado perfectamente, ¿no?
Se refería a cuando, poco antes, habían pasado días enteros leyendo el diario de Marco Mezzogori con la esperanza de encontrar algunos datos útiles para comprender el motivo de su muerte y posiblemente el nombre del culpable.
–Sí. Esto significa que deberemos intentarlo de nuevo, con la consciencia de nuestra potencialidad.
–Exacto –dijo Zamagni –con la diferencia de que esta vez no tengamos ninguna certeza de que examinar todo esto nos servirá efectivamente para algo.
–Debemos intentarlo –dijo Finocchi como exhortación para los dos –En el fondo, por el momento, no tenemos mucho más, ¿verdad?
–Por desgracia, así es.
–Bueno, pues entonces continuamos. Quizás lleguemos a algo útil y, si no fuese así, intentaremos coger otro camino.
El inspector asintió con la mirada, luego sacó de la caja algunos paquetes de jeringuillas.
–¿Y esto? –preguntó Finocchi.
–No sabría decir –admitió Zamagni –pero recordemos que no todos los objetos que encontremos aquí dentro nos servirán para nuestra investigación.
–Lo sé –dijo el agente. –Y nosotros deberemos ser listos incluso para entender cuáles serán útiles y cuáles no.
–Exacto.
–Por el momento no se me ocurre nada –constató el inspector –pero, mientras tanto sabemos lo que pertenecía a Santopietro. A lo mejor, más tarde, sabremos lo que nos servirá y qué será un simple objeto... de relleno.
Zamagni y Finocchi continuaron hasta vaciar la primera caja, sin que, por otra parte, encontrasen nada aparentemente útil, así que hicieron una pausa para beber algo en los distribuidores automáticos que se encontraban en el pasillo.
Después de un cuarto de hora volvieron al escritorio del inspector para retomar el trabajo.
Al hombre le gustaba Sevilla porque, de alguna manera, le parecía distinta de las otras ciudades en las que había estado en los últimos años.
La capital de la Comunidad Autónoma de Andalucía, además de capital de provincia, le daba una sensación de serenidad y de libertad.
Le encantaba pasar el tiempo paseando entre la calle Sierpes, Cuna, Tetúan, tres calles paralelas que representaban el núcleo viejo de la ciudad, y las otras callejuelas, para después, a lo mejor, pararse de vez en cuando en una confitería para degustar un dulce andaluz.
Ahora ya conocía la ciudad bastante bien por lo que cada vez que volvía sentía como si Sevilla fuese su segunda casa. Y además adoraba la gastronomía local, con tantas exquisiteces que generalmente prefería saborear como tapas, porque las porciones pequeñas siempre le daban la oportunidad de degustar un mayor número de comida.
Ahora ya sólo faltaban dos días para su vuelta a Italia y le fastidiaba un poco dejar España