El Mar De Tranquilidad 2.0. Charley Brindley

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El Mar De Tranquilidad 2.0 - Charley Brindley

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por qué son refugiados?

      –Tengo una solución para el problema de los refugiados, —dijo Faccini.

      –¿Qué es eso? La Srta. Valencia preguntó.

      –Envíenles equipaje para que puedan salir de allí.

      Eso me hizo reír un poco.

      Adora se dio una bofetada en la frente y luego se fue a la ventana. Trató de abrirla, pero estaba atascada. La golpeó con el talón de su mano, pero aún así no se movió.

      Waboose se puso de pie y se dirigió a la ventana. Miró a la Srta. Valencia, levantó el pestillo y abrió la ventana con un dedo.

      Adora se aclaró la garganta. —“Gracias”. Respiró hondo y tosió mientras Waboose volvía a su escritorio para recibir un aplauso. Miró hacia fuera para ver si estaban lo suficientemente altos como para suicidarse.

      No con una caída de un metro sobre las begonias.

      Vio a una bandada de petirrojos aterrizar en la hierba para arrasar con el mundo de los insectos.

      Ah, para la vida simple. Sólo volar todo el día y comer insectos.

      Ella dio un paso atrás hacia el otro lado. —Bien, ¿quién dijo “calentamiento global”?

      Los estudiantes se miraron unos a otros. Algunos sacudieron sus cabezas. Otros parecían confundidos por la pregunta.

      Mónica señaló a Betty Contradiaz. —Ella lo hizo.

      –No, no lo hice.

      –Sí, Betty, lo hiciste, —dijo el profesor. —¿Qué hay del calentamiento global?

      Betty hizo clic febrilmente en su teléfono.

      –No es bueno, —dijo Mónica en un fuerte susurro dirigido a Betty.

      –No es bueno, —dijo Betty.

      –¿Y por qué es eso? Adora miró alrededor de la habitación. —¿Alguien?

      –Creo que podría ser algo bueno, —dijo Waboose.

      –¿Por qué?

      –No más invierno.

      –Sí, —dijo Faccini. —Iré por eso.

      –Bien, —dijo el profesor. —Si hace tanto calor aquí que tenemos un verano perpetuo, ¿qué pasará con la gente en el ecuador?

      –Va a hacer mucho calor, —dijo Mónica.

      –¿No podrán vivir allí? Waboose preguntó.

      –Exactamente, —dijo el profesor.

      –Mejor que esos refugiados envíen su equipaje a los ecuatorianos.

      –Lindo, Sr. Faccini, —dijo Adora. —Pero ahora tenemos otros cincuenta millones de refugiados.

      –¿Por qué no detenemos el calentamiento global? Betty preguntó.

      –Buena pregunta, Srta. Contradiaz. ¿Alguien tiene una solución para eso?

      Nadie dio una respuesta, pero unos pocos sacudieron sus cabezas.

      –Aquí hay otro monumento, —dijo Mónica.

      –¿Qué? —preguntó el profesor.

      –El nivel del mar va a subir de siete a docecentímetros para el 2050, leyó desde su teléfono.

      –Eso es más o menos para cuando te asciendan a gerente de McDonalds, —dijo Waboose.

      –Uff, si ella puede subir en McDonalds, —dijo Faccini. —Tienen estándares, ya sabes.

      –Vuelvan a su curso, gente, —dijo Adora. —Tenemos el calentamiento global, el aumento del nivel del mar, y decenas de millones de refugiados.

      –Sí, —dijo Waboose, —y eso es sólo en nuestra frontera sur.

      –¿Qué pasa con esos apestosos canadienses? Betty dijo. —Podrían invadirnos en cualquier momento.

      –Canadá nos va a invadir, ¿eh? Faccini preguntó. —En serio, Contradiaz, ya veo por qué vas a estar en el instituto hasta que el agua de mar llegue a tus tobillos.

      –Cada vez que la Srta. Valencia arrojaba su teléfono al escritorio, empezábamos a discutir un problema real, alguien tenía que empezar con los chistes. ¿Alguno de ustedes alguna vez se pone serio?

      Varias manos subieron.

      –Sí, Mónica.

      –Me pongo bastante serio en la práctica de las animadoras.

      –Y me pongo bastante serio cuando veo los entrenamientos de las animadoras.

      La Srta. Valencia cogió su teléfono, cogió su bolso y se dirigió a la puerta. Se giró para mirar a su clase. Con un profundo suspiro, dijo: —Ustedes están solos. Alcanzó el pomo de la puerta. —Me voy de aquí.

      La puerta se cerró de golpe detrás de ella, dejando la habitación en silencio.

      Cinco minutos después, estaba sentada en un banco duro fuera de la oficina del director.

      Capítulo cuatro

      Adora pasó veinte minutos con el director Baumgartner. Cuando entró a su oficina, estaba lista para presentar su renuncia.

      –Señorita Valencia. El Sr. Baumgartner se recostó en su silla giratoria y giró un bolígrafo en sus dedos, —si renuncias sólo porque dejaste que un montón de chicos alborotadores te corrieran, te será difícil conseguir otro trabajo de profesor.

      –Ya lo sé.

      –Estás entrenado para enseñar. ¿De verdad vas a dejar que todo eso se vaya por el desagüe y trabajar en un aserradero?

      –Fuiste tan duro conmigo como los estudiantes.

      –Me pagan para ser así. Créeme, no es fácil.

      –¿Entonces por qué lo haces? Tomó un pañuelo de la caja que él empujó sobre el escritorio.

      –Porque quería ver de qué estás hecho.

      –Bueno, lo estás viendo.

      –No. No lo estoy. Abrió un cajón y sacó un formulario. —Estás hecho de mejores cosas, y voy a sacarlo de ti.

      –¿Ah, sí?

      Le entregó el formulario. —Es una solicitud para un periodo sabático de dos semanas.

      –¿De qué servirá eso? Tomó la forma, hojeando las preguntas.

      –Le dará tiempo para reconsiderar sin ser penalizado en su registro de enseñanza.

      –¿Qué pasa con mis estudiantes?

      –No

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