Psicología De La Felicidad. Juan Moisés De La Serna
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Psicología De La Felicidad - Juan Moisés De La Serna страница 2
– La conductual, en el que el cuerpo se convierte en “espejo” de las emociones, manifestándose de forma involuntaria mediante la expresión facial y del resto del cuerpo, tensando o relajando determinados músculos, que pueden delatar lo que sentimos, incluso cuando se trata de “disimularlo”. Igualmente, éste componente habla de lo que se va a hacer o no por seguir esa emoción, es decir, cómo se van a expresar todos aquellos actos motivados en el comportamiento y en la forma de relacionarse con los demás.
– La cognitiva, que tiene más que ver con cómo se percibe la propia emoción y la de los demás, y cómo se interpreta, es decir, la vivencia subjetiva de los sentimientos. Un problema en esta área se encuentra en la alexitimia, debido a una inadecuada educación emocional, donde la persona es incapaz de identificar e interpretar correctamente sus propias emociones y la de los demás.
Por tanto, la felicidad no sólo va a ser algo que involucra a un estado pasajero, sino que como emoción que es, va a afectar a la forma de pensar, sentir y actuar, es decir, uno se va a sentir feliz con todo el organismo.
También se puede hablar de componentes de la emoción para referirnos a sus cualidades y características como son:
– Emociones positivas frente a negativas, estando dentro de las primeras, el amor, la esperanza, el deseo, la compasión, la alegría… y en cuanto a las negativas, la ira, el odio, la desesperación, la tristeza… Sin duda la felicidad es fundamentalmente y por definición una emoción positiva.
– Emociones de alta y baja activación, entre las primeras estarían la euforia, el cólera, la ira… mientras que entre las segundas estarían la tristeza, la melancolía, la apatía… La felicidad puede ser una de las experiencias más plenas con un importante componente de activación similar al de la euforia.
– Emociones primarias frente a secundarias, estando entre las primeras, cólera, alegría, miedo y tristeza, mientras que las secundarias, amor, sorpresa, vergüenza y aversión. Si se piensa en felicidad, uno puede creer que se trata de algo “primario” y básico en la persona, pero se corresponde más a una emoción secundaria como la del amor.
Para Juan Rof, padre de la medicina psicosomática, cuando alguien está feliz va a activar partes tan importantes como la memoria formando bonitos recuerdos del momento; se va a expresar y compartir verbalmente con los que se tiene a su alrededor; mejorar el tono muscular, sintiéndonos a gusto y satisfechos con ese momento.
Pero si hay un grupo de músculos que van a delatar la emoción, y en concreto la felicidad, esos van a estar en la faz, la cual es la mejor tarjeta de presentación.
La cara, y su gesticulación se ha convertido en un importante elemento que sirve tanto para expresar emociones como para identificarlas en el otro, tal es así que los bebés prestan más atención a los rostros que a cualquier otro estímulo, por lo que se puede afirmar que se está predispuesto a analizar caras.
El rostro tiene más de treinta músculos que se controlan mediante nervios craneales como el facial, el oculomotor, el troclear, o el trigémino, de donde recibe información propioceptiva el cerebro que le sirve para identificar sus propias emociones a la vez que activa la musculatura para expresarlas.
Aunque se han identificado algunos patrones sobre la expresión de las emociones, parece que existe un alto componente de aprendizaje social en las mismas, ya que, según los estudios multiculturales, según en qué región del mundo se encuentre la misma emoción se puede expresar de una forma u otra, a pesar de lo cual casi todos reconocen estos rasgos para el caso de la felicidad:
– Comisura hacia atrás y hacia arriba, mejillas levantadas, arrugas bajo el párpado inferior, arruga de “pata de gallo”, pliegue naso-labial.
La importancia del mundo emocional que juega un papel destacado en cómo sentimos va más allá de ser un simple “reflejo” de uno mismo, ya que las emociones negativas pueden llegar a hacer enfermar cuando estas se anquilosan.
Los sentimientos internos, de activación, como el de euforia o rabia, van a sobreexcitar al organismo modificando su nivel basal de reposo, haciendo que se piense y comporte de forma distinta a cómo se suele hacer; igualmente sentimientos de desactivación como el duelo o la tristeza, van a reducir la actividad del organismo, modificando los pensamientos y conducta.
Alteraciones por activa o pasiva, que pueden acarrear cambios en los niveles de ansiedad, la respiración, el dolor y el tono muscular, lo que a su vez va a tener efectos sobre el ciclo de sueño o el sistema inmunitario, entre otros; por lo que sí se trata de algo transitorio no va a tener mayores consecuencias, pero si éstas emociones se mantienen pueden acarrear problemas psicosomáticos.
Así, una situación de dolor psicológico (duelo) o depresión, puede desencadenar en estados ansiosos puntuales, que normalmente se caracterizará por un estado decaído, respiración superficial y enlentecida, próximos al de la melancolía, con hipersensibilidad a los estímulos externos, como la luz, los sonidos y también al dolor, sintiéndolos estos como más intensos, estando más sensibles a cualquier “agresión” externa, también se va a perder el interés por cualquier actividad física, mostrando un tono muscular decaído y flácido.
El sueño se va a ver entorpecido por pensamientos de culpa e inutilidad que acompañan a estos estados, con recuerdos sobre las circunstancias que han motivado ese duelo o depresión, con “rumiación mental” donde se repiten una y otra vez los mismos pensamientos negativos, todo lo cual va a impedir que se duerma bien, perjudicando la cantidad y calidad el sueño, lo que entre otros va a reducir el funcionamiento del sistema inmune que no va a poder realizar sus funciones durante la noche. Situación que si se mantiene demasiado tiempo va a afectar a todos los órdenes del organismo, empezando por el sistema inmunitario.
Una emoción de activación, como el de euforia o ira, por su parte, va a expresarse con altos niveles de estrés, lo que va a proporcionar una “falsa” claridad de pensamiento, sintiendo que “ahora lo entiende todo”, y que puede tomar cualquier decisión sin errar. En estos estados se produce una hiperventilación, aumentando los niveles de oxígeno en sangre, con una respiración acelerada y superficial, donde se da un “estrechamiento” atencional, perdiendo mucha información que en un estado de ánimo normal le puede resultar interesante, descartando todo aquello que no sea “su objetivo”, con reducción de la sensibilidad al dolor, tanto físico como psicológico, con una sobreactivación de la tonalidad muscular, lo que le permite no “estarse quieto” y tener que deambular de un lugar a otro.
Al tener altos niveles de estrés, el sueño se va a ver perjudicado tanto en cantidad como en calidad, debido a esa sobreactivación, lo que va a reducir la posibilidad de “trabajo” por parte del sistema inmune y con ello la de recuperarse de las heridas, perjudicando además el proceso de aprendizaje.
Si se mantiene ésta situación, va a facilitar las infecciones al tener debilitado el sistema inmune, así como generar un agotamiento progresivo de los recursos del organismo, dado los altos niveles de ansiedad y por tanto de colesterol en sangre.
Es por ello que se puede comprender que la felicidad, no puede ser un estado permanente “atrofiado” de la persona, ya que igualmente acarrearía consecuencias sobre la salud, por la sobreactivación del organismo.
Una “felicidad sana” sería un estado puntual, en el que la persona pudiese disfrutarla y compartirla, pero que le permitiese luego volver a su nivel basal, donde el organismo se pueda recuperar de esta emoción para llevar una vida “normal”.
Pero no todo el mundo va a poder sentir la felicidad del mismo modo, ya que para ello la persona debe de tener un