La muerte y un perro. Фиона Грейс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La muerte y un perro - Фиона Грейс страница 14
–Ey, ¿qué es eso? —preguntó Lacey, mirando al otro lado del agua a lo que parecía ser la silueta de un edificio sobre una isla.
–Unas ruinas medievales —dijo Gina—. Cuando la marea baja hay un banco de arena por el que puedes llegar hasta ellas. Sin duda vale la pena acercarse por allí si no te importa levantarte tan temprano.
–¿A qué hora baja la marea? —preguntó Lacey.
–A las cinco de la mañana.
–Ay. Me parece que es demasiado temprano para mí.
–También puedes llegar en barco, evidentemente —explicó Gina—. Si por casualidad conoces a alguien que tenga uno. Pero si te quedas allí atrapada, tienes que llamar al bote salvavidas de los voluntarios y a esos chicos no les gusta utilizar sus recursos en gente tonta, ¡recuerda mis palabras! Yo lo he hecho y me llevé una buena bronca cuando hablé con ellos. Por suerte, se estuvieron riendo con mi don de palabra hasta que llegamos a la orilla, y ahora nos llevamos todos muy bien.
Chester empezó a tirar de su correa, como si intentara llegar a la isla.
–Creo que él lo sabe —dijo Lacey.
–Quizá sus antiguos propietarios lo llevaban a pasear hasta allí —sugirió Gina.
Chester ladró, como si lo confirmara.
Lacey se agachó y le alborotó el pelo. Hacía mucho tiempo que no pensaba en los antiguos propietarios de Chester y en lo desconcertante que debía de haber sido para él perderlos tan de repente.
–¿Qué te parece que te lleve allí un día? —le preguntó ella—. Me levantaré temprano, por ti.
Chester movió la cola contento, echó la cabeza hacia atrás y ladró hacia el cielo.
Tal y como había predicho, a Lacey le costó dormir aquella noche. A pesar de que la brisa del mar la cansara. Tenía demasiadas cosas dando vueltas en su mente como para desconectar; desde la reunión con Ivan para la venta de Crag Cottage hasta la subasta, había mucho en que pensar. Y aunque estaba emocionada con la subasta de mañana, también estaba nerviosa. No solo porque era la segunda vez que lo hacía, sino por los desagradables asistentes que tendría que aguantar en forma de Buck and Daisy Stringer.
«A lo mejor no vendrán», pensaba mientras miraba fijamente las sombras de su techo. «Seguramente Daisy habrá encontrado otra cosa para pedirle a Buck que le compre».
Pero no, la mujer parecía decidida a comprar concretamente el sextante. Era obvio que tenía algún significado personal para ella. Allí estarían, Lacey estaba segura de ello, aunque solo fuera para demostrar que tenían razón.
Lacey escuchaba el sonido de la respiración de Chester y de las olas al chocar contra los acantilados, dejando que los ritmos suaves la llevaran hasta la relajación. Estaba empezando a quedarse dormida cuando, de repente, su móvil empezó a vibrar haciendo mucho ruido encima del tocador de madera que tenía al lado de la cabeza. Su inquietante luz verde llenaba la habitación con destellos. Normalmente tenía cuidado de ponerlo en modo noche, pero evidentemente se le fue de la mente con todas las otras cosas en las que estaba pensando.
Con un quejido de cansancio, Lacey agitó el brazo y cogió el móvil. Se lo acercó a la cara y entrecerró los ojos para ver quién había decidido molestarla a esta hora tan intempestiva. El nombre «Mamá» destellaba con insistencia en la pantalla hacia ella.
«Cómo no», pensó Lacey suspirando. Su madre debe de haber olvidado la norma de no llamarla después de las seis de la tarde. Hora de Nueva York.
Con un suspiro, Lacey respondió a la llamada.
–¿Mamá? ¿Está todo bien?
Desde el otro lado de la línea hubo un momento de silencio.
–¿Por qué siempre respondes así a mis llamadas? ¿Por qué tiene que ir algo mal para que yo llame a mi hija?
Lacey puso los ojos en blanco y se puso cómoda sobre la almohada.
–Porque ahora mismo son las dos de la madrugada en el Reino Unido, y tú solo me llamas cuando estás en pánico con algo. ¿Y qué? ¿Qué pasa?
El silencio que siguió bastó como confirmación de que Lacey había dado en el clavo.
–¿Mamá? —le invitó a que siguiera.
–He estado en casa de David… —empezó su madre.
–¿Qué? —exclamó Lacey—. Pero ¿por qué?
–Para conocer a Eda.
Lacey sintió una presión en el pecho. No hablaba en serio cuando le dijo a David que él, Eda y su madre podrían quedar para una sesión de manicura y pedicura. Pero por lo que parecía, ¡los tres estaban pasando tiempo juntos de verdad! El por qué de que una madre quisiera mantener una relación con el exmarido de su hija era algo que Lacey no lograba entender. ¡Era ridículo!
–¿Y? —dijo Lacey entre dientes—. ¿Cómo es ella?
–Parecía maja —dijo su madre—. Pero no te llamaba para eso. Davis dijo algo de la pensión conyugal…
Lacey no lo pudo evitar. Se burló.
–¿David te lo pidió? ¿Te pidió que me llamaras por lo del dinero? —No le hizo falta oír la respuesta de su madre porque era evidente, así que ella misma se respondió la pregunta—. Claro que lo hizo. Porque la única cosa que le importa a David es el dinero. Ah, y encontrar a alguien que esté deseando incubar a sus hijos.
–Lacey —dijo su madre con desaprobación.
Pero ahora Lacey estaba bastante despierta y bastante alerta.
–Bueno, ¿es verdad o no? Si no ¿por qué iba a comprometerse con una heredera multimillonaria veinteañera?
–¿Es por eso por lo que no le pagaste, cariño? —se oyó la voz de su madre desde el otro lado de la línea—. ¿Para vengarte de él por lo del compromiso?
–¡No lo hice a propósito! —exclamó Lacey. Ahora ya se estaba animando bastante. A su madre se le daba muy bien meterle el dedo en la llaga, e insinuar que ella había decidido no pagar la pensión matrimonial a David de forma premeditada la había enfurecido—. Hubo un retraso por parte del banco. Yo no me di cuenta de que era un lunes festivo y que no se completarían los pagos. Eso es todo.
–Tú ya sabes que, en cuanto se casen, David ya no tendrá derecho a tu dinero, ¿verdad? Yo creo que, en realidad, te está haciendo un favor al acelerar las cosas con Eda. Esto te ahorrará a ti una fortuna. Lo mínimo que podrías hacer es pagarle a tiempo.
Lacey no tenía palabras. Lo único que pudo hacer fue parpadear con una gran confusión. Pero el pensar en no tener el peso de la ayuda marital en su cabeza durante años la aliviaba mucho, pero no le iba a dar a su madre la satisfacción de saberlo.
Конец ознакомительного фрагмента.
Текст