La muerte y un perro. Фиона Грейс
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Читать онлайн книгу La muerte y un perro - Фиона Грейс страница 8
Gina llamó la atención de Lacey y hizo una señal con la cabeza a los músculos de la mujer como diciendo «¿Ves? Te lo dije»
–¿Qué os pongo? —preguntó la mujer con el acento australiano más marcado que Lacey había oído.
Antes de que Lacey tuviera ocasión de pedir un cortado, Gina le dio un golpe con el codo en las costillas.
–¡Es igual que tú! —exclamó Gina—. ¡Una americana!
Lacey no pudo evitar reírse.
–Erre… no, no lo es.
–Soy de Australia —la mujer corrigió a Gina, de buena manera.
–Ah, ¿sí? —preguntó Gina, que parecía perpleja—. Pues a mí me suenas igual que Lacey.
La mujer rubia miró rápidamente de nuevo a Lacey.
–¿Lacey? —repitió, como si ya hubiera oído hablar de ella—. Así que tú eres Lacey.
–Eh… sí… —dijo Lacey, sintiéndose bastante extraña de que esta desconocida de alguna manera la conociera.
–Tú tienes la tienda de antigüedades, ¿verdad? —añadió la mujer, apoyando la libretita que tenía en la mano y colocándose el lápiz detrás de la oreja. Extendió una mano.
Sintiéndose aún más desconcertada, Lacey asintió y tomó la mano que le ofrecían. La mujer apretaba con fuerza. Lacey se preguntó brevemente si había algo de verdad en lo de los rumores de la lucha, después de todo.
–Perdona, pero ¿cómo aves quién soy? —indagó Lacey, mientras la mujer movía el brazo de arriba abajo con energía con una amplia sonrisa en la cara.
–Porque cada persona del pueblo que entra aquí y se da cuenta de que soy extranjera, ¡enseguida se pone a hablarme de quién eres! De cómo tú también viniste del extranjero a aquí sola. Y de cómo empezaste tú propia tienda desde cero. Creo que todo Wilfordshire nos apoya para que seamos las mejores amigas.
Todavía estaba saludando a Lacey con la mano con energía y, cuando Lacey habló, le temblaba la voz por la vibración.
–¿Así que tú viniste sola al Reino Unido?
Finalmente, la mujer le soltó la mano.
–Sí. Me divorcié de mi maridito y después me di cuenta de que no bastaba con divorciarme de él. En serio, necesitaba estar en la otra punta del planeta de donde estaba él.
–Lacey no pudo evitar reírse.
–Yo igual. Bueno, parecido. Nueva York no está exactamente en la otra punta del mundo, pero tal y como es Wilfordshire, a veces parece que lo estuviera.
Gina se aclaró la garganta.
–¿Puedes ponerme un cappuccino y un sándwich caliente de atún?
De repente, la mujer pareció recordar que Gina estaba allí.
–Oh, lo siento. ¡Qué educación la mía! —Le ofreció la mano a Gina—. Soy Brooke.
Gina no la miró a los ojos. Le dio la mano sin energía. Lacey pilló la sensación de celos que desprendía y no pudo evitar sonreír para sí misma.
–Gina es mi compinche —le dijo Lacey a Brooke—. Trabaja conmigo en mi tienda, me ayuda a encontrar existencias, saca a mi perro a sus citas de juegos, me imparte toda su sabiduría sobre jardinería y, en general, me ha mantenido cuerda desde que llegué a Wilfordshire.
Una sonrisa avergonzada sustituyó la mueca de celos de Gina.
Brooke sonrió.
–Espero encontrar yo también a mi Gina —dijo en broma—. Es un placer conoceros a las dos.
Se sacó el lápiz de detrás de la oreja, haciendo que su liso pelo rubio cayera rápidamente hacia atrás.
–Entonces será un cappuccino y un sándwich caliente de atún… —dijo, escribiendo en la libretita—. ¿Y para ti? —Alzó la vista hacia Lacey con una mirada de expectación.
–Un cortado —dijo Lacey, bajando la mirada hacia el menú. Echó un vistazo rápido a lo que ofrecían. Había una gran variedad de platos que parecían apetitosos, pero en realidad el menú consistía únicamente en sándwiches con descripciones imaginativas. De hecho, el sándwich caliente de atún que Gina había pedido era un «tostado de atún listado y queso cheddar ahumado con madera de roble»—. Err… La baguete con guacamole.
Brooke tomó nota del pedido.
–¿Y para vuestros amigos peluditos? —añadió, señalando con su lápiz entre Gina y los hombros de Lacey hacia donde estaban Boudicca y Chester moviéndose en forma de ocho, en un intento de olisquearse entre ellos—. ¿Un cuenco con agua y comida balanceada para perros?
–Eso sería genial —dijo Lacey, impresionada por lo servicial que era la mujer.
Sería una hotelera fantástica, pensó Lacey. Quizás su trabajo en Australia había sido en la hostelería. O tal vez sencillamente era una persona agradable. En cualquier caso, a Lacey le había causado una muy buena impresión. Quizá los habitantes de Wilfordshire se saldrían con la suya y las dos acabarían anudando la amistad. ¡A Lacey siempre le podrían valer más aliados!
Gina y ella fueron a escoger una mesa. Entre los muebles retro del patio, tenían la opción de sentarse en una mesa hecha con una puerta por un lado, tronos hechos con tocones de árbol, o uno de los recovecos, que estaban hechos de barcas de remo serrados llenos de cojines. Se decidieron por la opción segura —una mesa de pícnic de madera.
–Parece todo un amor —dijo Lacey, mientras se disponía a sentarse.
Gina encogió los hombros y se dejó caer en el banco de delante.
–Bah. No parece nada del otro mundo.
Había vuelto a la mueca de celos.
–Sabes que tú eres mi favorita —le dijo Lacey a Gina.
–Por ahora. Solo es cuestión de tiempo, ¿con quién acabarás queriendo pasar más tiempo? ¿Con alguien de tu edad que tiene un negocio moderno, o con alguien que por edad podría ser tu madre y que huele a ovejas?
Lacey no pudo evitar reírse, aunque fue sin malicia. Estiró el brazo por encima de la mesa y le apretó la mano a Gina.
–Iba en serio lo que dije de que me mantienes cuerda. Sinceramente, con todo lo que pasó con Iris, y los intentos de la policía y de Taryn por expulsarme de Wilfordshire, si no hubiera sido por ti hubiera perdido la cabeza de verdad. Eres una buena amiga, Gina, y eso lo valoro mucho. No voy a abandonarte solo porque una exluchadora que empuña cactus ha llegado a la ciudad. ¿Vale?
–¿Una exluchadora que empuña cactus? —dijo Brooke, que apareció a su lado llevando una bandeja de cafés y sándwiches?—. ¿No estaríais hablando de mí, verdad?