Máscaras De Cristal. Terry Salvini

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Máscaras De Cristal - Terry Salvini

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unos segundos y soltó la feliz noticia.

      ―Después de tanto tiempo… y tanto buscar, pienso que he encontrado la persona apropiada para mí. Dentro de unos meses quizás nos vayamos a vivir juntos.

      Ella abrió los ojos de par en par.

      ―¡Dios mío, no sabes lo feliz que me haces! ―se regocijó dando palmadas y luego lo abrazó. ―¿Su nombre?

      ―Se llama Andrea, nos hemos conocido en la clínica: me ha traído a su perro para que lo curase.

      ―¡Estoy tan contenta! ¿lo sabes’

      ―¡Gracias! Yo, en cambio, estoy un poco atemorizado.

      ―Sé lo que se siente, sorbe todo al principio.

      ―Es por esto por lo que estoy hablando contigo. Quería saber cómo te llevabas con John. Cómo te sentías con él.

      ―Bueno… puedo decirte que al principio me sentía cohibida y no sabía cómo comportarme. Tenía miedo de que todo lo que hiciese le molestase. Debía mantener la calma, ser comprensiva y tener la mente abierta para aceptar también su manera de actuar y de pensar. Algunas veces deseaban darle de tortas, otras veces abrazarlo. El día anterior daba gracias al cielo por haberlo encontrado y al día siguiente quería no haberlo conocido jamás. En más de una ocasión te parecerá que no consigues soportarlo y añorarás la libertad perdida, pero te aseguro que luego todo se arregla. Basta con quererlo realmente.

      ―¿Es de esta manera que te has sentido con John? ―la interrumpió él, asombrado.

      ―Te aseguro que no estoy, para nada, arrepentida.

      Mientras respondía se preguntó cómo es que, si no se había arrepentido, no conseguía tener en cuenta lo que le acababa de decir a su amigo, para tranquilizarse también a sí misma.

      ―Es suficiente. ―Davide rió divertido y la cogió de las manos. ―Ya verás como las cosas se arreglarán también para ti; basta quererlo realmente, ¿no?

      ―Eres un gran…

      Él le tapó la boca.

      ―Eh, ciertas cosas no se dicen. ―le sonrió ―Ahora es mejor ir a beber algo.

      Después de una bebida fresca y una visita rápida al museo de la ciencia y de la tecnología, decidieron que había llegado el momento de buscar un lugar tranquilo donde cenar. Mientras tanto el sol le estaba cediendo el puesto a la luna que dentro de poco aparecería como un disco inmaculado de luz y sombras, a ratos oculto por las nubes.

      La cena fue ligera, sólo con dos platos y una pequeña porción de tarta de queso con fruta. Por suerte la temperatura no había bajado tanto como para hacerles desistir de dar una vuelta por las calles de Manhattan y sólo cuando realmente estuvieron cansados se percataron de que ya había pasado la medianoche. Sintiéndose culpable por haberlo retrasado, Loreley decidió hospedar al amigo en su casa: le hacía ilusión estar en su compañía todavía un poco más.

      ***

      Estaba desperezándose en la cama cuando sintió una mano sobre el hombro. Se giró y abrió un poco los párpados: esperaba ver la cara de Davide pero los ojos que en ese momento la estaban observando eran demasiado oscuros para pertenecer a su amigo, que por el contrario los tenía azules.

      ―¡Johnny! ―se levantó apoyándose sobre los codos ―¿Cuándo has llegado?

      ―Ayer por la noche te mandé un mensaje: ¿no lo has leído?

      ―Perdona, no me he dado cuenta.

      ―¿Demasiado ocupada haciendo otras cosas? Me he cruzado con Davide en la sala. Se estaba marchando.

      ―Ayer pasamos la tarde juntos y como se había hecho tarde lo he traído a casa. ―se sentó sobre la cama ―Voy a despedirme de él.

      ―Olvídate. ―la cogió por los hombros. ―Me ha dicho que te salude. Tenía prisa.

      Estaba a punto de protestar pero John se inclinó sobre ella y le cerró la boca con un gran beso. Entonces Loreley le pasó un brazo alrededor del cuello y se lo devolvió.

      Cuando lo vio apartarse para sacarse con rapidez la ropa, con un único movimiento se sacó la corta camiseta de dormir mostrando de esta manera el cuerpo de piel pálida.

      ―Quería ducharme pero ahora… ―le dijo él.

      Loreley lo examinó con rapidez: los cabellos en desorden y los rasgos del rostro tensos, como de quien hubiese intentando retomar el control de sus sentimientos. Los ojos oscuros parecían exhortarla a tomar rápidamente una decisión. Ella sintió sus labios abrirse con una sonrisa maliciosa mientras los brazos se tendían hacia él, lo aferraban por las solapas de la camisa que se había desabrochado y lo atraía hacia sí.

      Aquella mañana seguro que se saltaría el desayuno y quizás incluso el almuerzo pero no le importaba un pimiento: ahora sólo necesitaba a su hombre.

      Esperó a que John se durmiese antes de escabullirse de la cama. Se puso una bata de raso negro, cogió el teléfono móvil y bajó la escalera. Se sentó en el sofá e hizo una llamada.

      ―¡Hola, Loreley! ―la voz de Davide era alegre, como siempre.

      ―Perdóname por lo de esta mañana...

      ―No pasa nada. Me he quedado sorprendido al verlo entrar en casa e incluso un poco incómodo, como también lo estaba él, de hecho, y he preferido irme para no molestar. Siento no haber podido despedirme de ti.

      ―También yo. Pero todavía no sé qué hacer…

      ―Ya hemos hablado de eso ayer. Estoy convencido que harás lo correcto.

      Ella, en cambio, no lo estaba.

      ―Prométeme que volveremos a vernos lo antes posible.

      ―Claro. A lo mejor puedes venir tu hasta aquí.

      ―Lo pensaré, te lo prometo.

      ―Te tomo la palabra. Ya nos veremos.

      ―Que tengas un buen domingo, Davide.

      No había acabado todavía la conversación cuando reapareció John vistiendo un chándal gris de gimnasia.

      ―¿Ya levantado? ―creía que se había dormido. ―¿Tus padres están bien?

      ―Se las apañan. Mamá está con sus achaques habituales pero nada importante.

      ―¿Y tu hija? Imagino que habrá saltado de alegría al verte.

      Él asintió sonriendo.

      ―Me gustaría que me llevases contigo, un día, para conocerlos.

      La sonrisa desapareció rápidamente del rostro de John.

      ―Salgo un momento a correr, si te parece bien.

      Loreley se quedó desilusionada pero se esforzó

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