El Asesor Vidente. Juan Moisés De La Serna

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El Asesor Vidente - Juan Moisés De La Serna

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actividad o estar en la biblioteca.

      Pero en una ocasión pude asistir a cómo ajusticiaban a uno de los presos por parte de otros, aparentemente sin motivo, y desde ese día preferí mi celda para pasar el tiempo libre.

      Eso me llevó a convertirme en un gran lector, ya que no tenía mucho más que hacer entre esas tres paredes, ya que la reja de la puerta no cuenta.

      Y con el tiempo, pensé y decidí empezar a escribir, algo que me ha llevado a completar este libro.

      Ya habían pasado varios años desde que conseguí potenciar mis capacidades, esas que me había traído tantos problemas y que con la práctica y el entrenamiento había conseguido adiestrar.

      Al principio me venían esos flases, que incluso me hacían perder la conciencia, algo bastante incómodo ya que llegaba hasta a caerme, con las consecuencias posteriores de que al despertarme estaba dolorido y en ocasiones hasta contusionado.

      No sé por qué, pero con el tiempo esas experiencias, por así llamarlas fueron siendo cada vez más frecuentes, puede que sea por exigencias de las circunstancias, al iniciar mi colaboración con la policía. No sé si funciona así, pero empecé a obtener “respuestas” a los casos en los que participaba.

      Creo que fue sin querer, por así decir, después del primer caso en que me comentaron todo lujo de detalles y las pruebas recogidas incluso enseñándome en sitio del delito, no sé por qué, pero esa noche tuve, no sé cómo definirlo, una pesadilla.

      Al principio lo había atribuido a la impresión de participar en un caso, por la cantidad de sangre que había visto en las imágenes de la víctima o de la que se había encontrado en el cuchillo, pero algo pasó que no me lo esperaba.

      Al día siguiente me acerqué temprano a la comisaría y allí solicité ver a aquel policía para contarle mi pesadilla, el cual desde el principio se había reído de mí, diciendo que era un fraude, y lo estaba tratando de demostrar con aquel caso, en el cual esperaba que fracasase.

      ―Buenos días, vengo para comentarle algo ―indiqué al entrar en la comisaría.

      ―¡No me diga que ya ha resuelto el caso! ―dijo con tono jocoso mientras se levantaba de su escritorio y con la mano me invitaba a acudir a la sala de interrogatorio.

      Bueno en esa sala había pasado los últimos tres días, en donde me habían mostrado todo tipo de imágenes, pruebas y conjeturas sobre los acontecimientos, la víctima, los sospechosos… una infinidad de datos y detalles con los que esperaba… no sé… abrumarme.

      Todo con la intención de darme las mayores facilidades con lo que no tener ninguna “excusa” cuando fracasase, o al menos así me lo había manifestado el jefe de policía en varias ocasiones.

      ―Verá, no sé si será nada, pero llevo varias noches durmiendo mal.

      ―¡Qué novedad!, eso nos pasa a todos los que nos dedicamos a esto de resolver crímenes ―comentó mientras entrábamos en la sala y cerraba la puerta de cristal tras de sí.

      ―Sí, bueno, supongo ―acerté a decir ―pero esta noche ha sido diferente.

      ―¿En qué? ―preguntó mientras con un gesto me invitaba a sentarme.

      ―Yo, no sé cómo decirle, pero es como si en mi mente se hubiese ordenado toda la información y lo hubiese visto como la secuencia entera.

      ―Felicidades, eso nos pasa a todos, cada caso que vemos tenemos esa misma experiencia, de que los datos inconexos se van ordenando y… ahí está, lo vemos.

      ―¿Usted también lo ha visto? ―pregunté interrumpiéndole.

      ―¿Ver?, claro está, es la secuencia de acontecimientos.

      ―No, me refiero al asesino.

      ―¿Al asesino?, ¿de qué está hablando?

      ―Lo que le comento, estaba, no sé cómo llamarlo, recordando… los datos en forma de escena… al principio era raro, pues no veía claro, era como si fuera de noche y estuviese todo a oscuras.

      ―Normal, usted estaba soñando de noche.

      ―Eso no tiene que ver, me refiero a la escena, estaba todo muy oscuro, y me sentía, no sé, algo mareada , creo que me paré en un pequeño banco porque no podía proseguir, luego, vomité, pero aquello no me hizo sentir mejor. De repente allí sentado en el parque, en aquel sitio, escuché un ruido a mis espaldas. No sé qué era ni quería averiguarlo, pero tuve una extraña sensación y el pánico se apoderó de mí.

      »Quizás fuese ese ruido o el olor tan fuerte que provenía de detrás, pero como pude salí corriendo en dirección a la entrada del parque atravesando para ello varios arbustos, y de repente, y no sabiendo cómo ni por qué, sentí que algo me agarraba los pelos fuertemente y tiraba de mí hasta que me caí de espaldas.

      »No sé si fue por la caída o porqué pero no podía levantar la cabeza del suelo, es como si algo me la agarrase y de repente le vi claramente, era el cartero, ese que tantas veces había acudido a casa a traerme algún paquete, el que hacía el reparto de las 10 de la mañana, y que se había mostrado siempre tan amable, pero ahora se le veía diferente, no sé, tenía la cara como desfigurada, los ojos como salidos de sus órbitas y no hacía nada más que decir que me callase, y ese olor era cada vez tan intenso y nauseabundo, hasta que…

      ―Hasta que qué?, ―preguntó el jefe de policía el cual se estaba sirviendo una taza de café.

      ―No se lo va a creer.

      ―Siga, siga, hasta ahora no me he creído nada, así que siga.

      Aquel comentario lascivo ni me sorprendió, pues ya había pasado por la incredulidad de muchos que se mofaban de lo que me pasaba, sin tratar de intentar ayudarme a comprenderlo.

      ―Bueno, pues sigo, en ese momento, y no sé cómo me vi encima de mi cuerpo, como a un metro y medio, y pude contemplar la escena desde la lejanía, sin sentir ningún sufrimiento, a pesar de que aquella persona se estaba ensañando con mi cuerpo.

      ―Espere, espere ―dijo mientras se le derramaba el café que estaba bebiendo, manchando la mesa con ello. ―¿De qué me habla?

      ―Una vez que acabó, cogió el cuerpo y lo metió en una bolsa, no sé de dónde la habría sacado, pero era bastante grande, y me cargó como si fuese un saco de patatas.

      »Luego me llevó hasta la salida del parque, por la esquina sur donde tenía un coche plateado, bueno gris, no estoy seguro porque era de noche y solo la luz de la farola rompía con aquella oscuridad.

      »Me subió al maletero y estuvo conduciendo bastante despacio por la ciudad, y cuando ya salió de sus inmediaciones apretó el acelerador, y así estuvo por espacio de unas tres horas hasta que llegó a unos pantalanes.

      »Una vez allí se dirigió hacia una desviación que decía, “Peligro caimanes”, y siguió conduciendo por espacio de media hora, creo. Todo esto al lado de los pantanos.

      »Una vez, en medio de ningún sitio, pues no se veía ninguna construcción próxima, paró el coche, sacó mi cuerpo y

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