Gloria Principal. Джек Марс

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Gloria Principal - Джек Марс страница 16

Gloria Principal - Джек Марс La Forja de Luke Stone

Скачать книгу

style="font-size:15px;">      –Don no se conmueve fácilmente —dijo Trudy.

      Luke medio sonrió. —Ya lo sé.

      –Tiene una muñeca rota y conmoción cerebral —dijo Trudy. —También perdió el conocimiento, cosa que se olvidó de mencionar. Era un macho y se negó a recibir atención médica más allá de que le arreglaran los huesos de la muñeca.

      –Estoy bien —dijo Don. —Ya me había roto el cráneo antes, me habían llenado de agujeros de bala y, de alguna manera, salí adelante.

      –Creo que entonces eras un poco más joven —dijo Trudy.

      Luke sonrió por completo ahora, pero no se rio. Casi no podía creer las cosas que Trudy le decía a Don Morris. Don Morris. Él era su jefe, pero ella sonaba como su madre. O su amante.

      Luke decidió cambiar de tema. —¿Cuántas bajas?

      –Quince muertos en el último recuento —dijo—, docenas de heridos, incluidas algunas heridas espantosas, miembros destrozados y cosas por el estilo, típicas de las bombas que estallan en lugares concurridos.

      –Fue un espectáculo dantesco —dijo Don. —El tipo se inmoló justo al lado de nuestra ventana. Creo que su rostro rebotó contra el cristal. Parecía una cara. Los coches de la comitiva presidencial están hechos para resistir, te lo puedo asegurar.

      Luke negó con la cabeza. —¿Atraparon a alguno de los atacantes?

      –Hasta ahora —dijo Ed Newsam—, parece que todos se inmolaron o cayeron en una lluvia de balas. Pero eso no es cien por cien seguro, podría haber algunos todavía en libertad. Nadie parece saberlo.

      Luke había ido corriendo a la llamada de Trudy, pero realmente no veía lo que podía hacer el Equipo de Respuesta Especial. El ataque se había producido a cinco horas en avión. Todo había terminado, los terroristas estaban muertos o huyendo y el Presidente, con Margaret a remolque, estaba a salvo a bordo del Air Force One y se dirigía a casa.

      Don y Margaret habían quedado atrapados en el fuego cruzado y eso era sorprendente, pero también parecía que estaban bien.

      Luke luchó contra el impulso de decir: —¿Qué estamos haciendo?

      En cambio, dijo: —¿Don? ¿Qué opinas de esto?

      Don no lo dudó. —Lo que sea que haya pasado aquí hoy, quiero intervenir. No me gusta que me hagan volar, me disparen y me hagan volcar en la calle. No me agrada que mueran personas inocentes, para que algunos sinvergüenzas puedan demostrar algo. No me complace que el Presidente de los Estados Unidos sea blanco de fanáticos, especialmente cuando Margaret viaja con él, aunque ese Presidente y yo no estemos de acuerdo en todos los asuntos. Si va a haber una venganza y creo que la habrá, entonces quiero participar en el juego.

      Hizo una pausa. —¿Os suena justo a todos?

      Ed Newsam asintió. —A mí, sí.

      –¿Luke?

      Luke asintió. —Por supuesto, por supuesto.

      –Agresión incontrolada —dijo Don. —No aguantará. Y tendremos una mano preparada para devolverla.

      Luke tenía sus propias razones para querer involucrarse. Le habían dado una pista de lo que se avecinaba y no había actuado en consecuencia. Murph había confiado lo suficiente en la información como para dejar de fingir estar muerto, probablemente un gran paso para alguien como él y aun así Luke no había actuado.

      Tal vez no hubiera podido hacer nada, pero la verdad era que apenas lo había intentado. De hecho, él y Trudy se lo habían tomado como una broma. Era posible que eso le hubiera costado la vida a mucha gente. No quería incidir en eso en este momento, pero no le sentaba bien.

      –Está bien —dijo Don—, me están llamando. Están casi listos para la llamada de la Casa Blanca. Si se presenta la oportunidad, voy a dedicar nuestros recursos a esto.

      Don estaba a punto de colgar cuando Swann se dio la vuelta. Se quitó los auriculares y miró a todos en la habitación. Luego se quedó mirando el pulpo de plástico negro sobre la mesa, como si le preocupara su presencia allí. Parecía casi alarmado, como si esperara que el pulpo comenzara a moverse.

      –He estado vigilando las comunicaciones desde el Pentágono, Langley, la sede del FBI, la ASN y la Casa Blanca. Han llegado más malas noticias en los últimos dos minutos. Peor que todo lo que hemos escuchado durante todo el día.

      Todos en la habitación miraron a Swann.

      Dudó antes de decir otra palabra. Seguía mirando al pulpo. De repente, Luke se dio cuenta de que realmente estaba mirando a Don.

      –Sácalo fuera, hijo, —dijo Don.

      Swann asintió solemnemente.

      –El Air Force One ha sido secuestrado —dijo.

      CAPÍTULO NUEVE

      12:51 h., hora del Este

      Gabinete de Crisis

      La Casa Blanca, Washington, DC

      —Otra pesadilla más —dijo Thomas Hayes en voz baja. —¿Se terminará algún día?

      Hayes, Vicepresidente de los Estados Unidos, recorría los pasillos del ala oeste hacia el ascensor que lo llevaría al Gabinete de Crisis.

      Acababa de recibir la noticia. No solo había habido un ataque terrorista en la ruta de la comitiva presidencial en el Viejo San Juan, ahora parecía que el Air Force One había sido secuestrado con Clem Dixon a bordo.

      Las brechas de seguridad dejaron a Hayes sin palabras. Varias cabezas iban a rodar por esto y él sería el encargado de hacerlo. Casi podía imaginarse que el Servicio Secreto, o tal vez alguna otra agencia, hubiera permitido que sucediera a propósito. Clem Dixon era el Presidente más liberal desde Lyndon B. Johnson. Ellos, quienesquiera que fueran, podrían quererlo muerto.

      Hayes no confiaba en las fuerzas de seguridad, militares o civiles, de los Estados Unidos. Nunca había ocultado ese hecho.

      Tampoco había ocultado nunca el hecho de que tenía sus planes para la presidencia. Pero no así, Clem Dixon era su amigo y, además, un aliado. Con sus décadas en la Cámara y su compromiso con la justicia económica, ambiental y racial, era una inspiración. Hayes quería que Dixon lograra un éxito total como Presidente. Y luego, Hayes quería convertirse en Presidente.

      Pero, por supuesto, los medios de comunicación nunca lo presentarían de esa manera, como tampoco lo harían sus oponentes en Washington. No, intentarían hacer parecer que el propio Thomas Hayes había secuestrado el avión. Y Dios no quiera que Clem muriera…

      Decidirían que Thomas Hayes y Osama bin Laden eran primos, escondidos juntos en la misma cueva.

      Un grupo de personas caminaba con él, delante, detrás, a su alrededor: ayudantes, becarios, agentes del Servicio Secreto, personal de diversos tipos. No tenía idea de quiénes eran la mitad de estas personas. Todos eran mucho más bajos que él, muchos eran una cabeza más bajos o incluso más. Él era como un

Скачать книгу