Amor y Pedagogía. Miguel de Unamuno
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Amor y Pedagogía - Miguel de Unamuno страница 6
—Querrás decir empezar pronto, Marina.
—Como quieras.
—Sí, empezar pronto como quiera. Y ahora ven, sellemos el pacto.
—¿Qué es eso?
—Ven, ven, y lo verás.
La coge ahora de nuevo, la aprieta en los brazos y le pega en la boca un beso, de los que quedan. Y así, sujeta, sofocada la pobre, con el corazón alborotado, dícele él:
—Tú... tú... Marina... tú...
—Ay, por Dios, Avito, ay... por Dios...—y cierra los ojos.
También Avito los cierra un momento, y sólo se oye el latir de los corazones. Y la voz interior le dice á Carrascal: «el corazón humano, esta bomba impelente y absorbente, batiendo normalmente, suministra en un día un trabajo de cerca de 20.000 kilográmetros, capaz de elevar 20.000 kilos á un metro...» Y en voz alta, como enajenado:
—Bomba impelente...
—Ay, por Dios, Avito... no... no...
—Tú... tú... vamos, tú... Mira que hasta tanto no te suelto...
Los labios de la pobre Materia rozan la nariz de la Forma y ahora ésta, ansiosa de su complemento, busca con su formal boca la boca material y ambas bocas se mezclan. Y al punto se alzan la Ciencia y la Conciencia, adustas y severas, y se separan avergonzados los futuros padres del genio, mientras sonríe la Pedagogía sociológica desde la región de las ideas puras.
Al saberlo Fructuoso se queda un rato mirando á su hermana, sonríe y da unas vueltas por la estancia.
—¡Pero mujer, con don Avito Carrascal!...
—Con alguno había de ser...
—¡Claro! ¡pero... con Carrascal!
—¿Tienes algo que oponer?
—¿Oponer? yo no.
«¡Con Carrascal!—piensa—¡cuñado de don Avito! ¡psé! Como marido tal vez lo haga bien... Fortuna... tiene... gastador no es... lo demás la familia lo trae consigo... Y después de todo, para lo que ella vale...» Todo esto pasa por la mente de Fructuoso que como saco de sentido común es profundamente egoísta, por ser el egoísmo el sentido común moral.
—¿Oponerme? ¡Dios me libre! ¡Cásate con quien quieras, siempre que sea persona honrada y que pueda mantenerte sin necesitar de tu dote, aunque sea con don Avito!
«¡Qué bruto!» se dice en su corazón Marina, que aun sin saberlo, ve en el matrimonio una manera de libertarse del tratante en granos.
Para Carrascal llega la segunda batalla, la de si habrá de casarse por lo religioso, transigiendo con el mundo. Acude á la sociología y ésta le convence á transigir.
Y he aquí cómo se unen la Materia y la Forma en indisoluble lazo.
II
«¡Has caído, Avito, has caído!—le dice la voz interior—¡has caído! has convertido á la ciencia en alcahueta... ¡has caído!» Y mientras echa de menos á su fiel Sinforiano, no le sirve repetir: «¡cállate! ¡cállate! ¡cállate!» Pasada la embriaguez de los primeros días, disipada la nube que de las aguas de la ciencia levantaran los fuegos del instinto, empieza á vislumbrar la verdad. Ha sido una caída, una tremenda caída á la inducción, mas es preciso aceptarla y aprovecharla en beneficio del futuro genio. Ahora que posee á Marina se acuerda más de Leoncia, oliendo la cabellera de la braqui-morena sueña en la de la dólico-rubia. ¡Si cupiera fundirlas en una!... ¿Por qué el goce de lo poseído ha de encendernos el apetito de lo que no poseemos?
«La Materia es inerte, estúpida: tal vez no es la belleza femenina más que el esplendor de la estupidez humana, de esa estupidez que representa la perfecta salud, el equilibrio estable. Marina no me entiende; no hay un campo común en que podamos entendernos; ni ella puede nadar en el aire, ni yo volar en el agua. ¿Educarla? ¡imposible! Toda mujer es ineducable; la propia más que la ajena.» Así piensa Avito.
¿Y Marina? A los pocos días de trasladada del poder de su hermano al del marido se encuentra en regiones vagarosas y fantásticas, se duerme y en sueños continúa viviendo, en sueños incoherentes, bajo el dominio de la figura marital que anda, come, bebe, y pronuncia extrañas palabras.
—¿Y tu marido?—le pregunta Leoncia un día.
—¿Mi marido? ah, sí, ¿Avito? ¡bien!
¡Qué casa, Dios mío, qué casa! Hay que dejar abierta de noche la ventana del cuarto, por donde entran las tinieblas exteriores y el aire fresco, no hay que espumar el puchero, hay que sumergir á cada paso los cubiertos en esa cubeta con solución de sublimado corrosivo que está sobre la mesa, y esos extraños vasos, graduados, y con su rótulo H2O, y el salero con su ClNa, y ese retrete de báscula y... ¡qué mundo, Dios mío, qué mundo!
Una noche, sacudiendo por el momento el sueño crónico y antes de entregarse al otro, susurra Marina unas palabras al oído de Avito, le abraza éste sin poder contenerse y no duerme en toda la noche. Ya está en función el pedagogo.
—¡Vamos, Marina, un poco más de alubias!...
—Pero si no me apetecen...
—No importa, no importa... ahora tienes que comer más con la reflexión que con el instinto, más con la cabeza que con la boca... Vamos, un poco más de alubias, alimento fosforado... fósforo, fósforo, mucho fósforo es lo que necesita...
—Mira que luego no voy á poder comer la chuleta...
—¿La chuleta? ¡no importa! ¿Carne? No, la carne aviva los instintos atávicos de barbarie... ¡fósforo! ¡fósforo!
Y Marina se esfuerza por hartarse de alubias.
—Y luego acabaré de leerte la biografía de Newton... ¡qué gran hombre! ¿no te parece? ¿no te parece que era un gran hombre Newton?
—Sí.
—Piensa bien qué gran hombre era... Si saliese nuestro hijo un Newton...—y agrega para sí: «me parece que estoy sugestivo... así, así...»
—¿Y si sale hija?—dice ella por decir algo, á lo que se pone muy serio Avito, que no quiere contar con la genia.
—Esta tarde iremos al Museo, á que veas las obras maestras y te empapes en ellas; allí te explicaré el papel social, digo sociológico, del arte.
—Pero si...
—¿Que no lo entiendes? No importa, no importa nada... no trato de instruirte, sino de sugestionarte... La sugestión es un fenómeno...
—¡Por Dios, Avito, por Dios! fenómeno no... no... no...