Alguien espera. Valerie Parv
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–Eso explica los saltos de cama de encaje –había apuntado Caroline.
Eleanor había aprovechado para quitar las camisetas que su hermana utilizaba para dormir. Caroline pensó que Michel nunca la vería con aquellos saltos de cama, pero no pudo evitar sonrojarse al verlos en la maleta.
–¿Cuándo dejamos de ir vestidas iguales? –preguntó Caroline a Eleanor. No había sido una decisión consciente sino algo que había sucedido siendo adolescentes como resultado de sus caracteres diferentes.
–Cuando yo descubrí a los hombres ricos –respondió su gemela medio en broma medio en serio. Siendo una adolescente, prometió casarse con un hombre de dinero para no llevar una vida tan insegura como había llevado con su padre. Danny O’Hare-Smith era ese hombre.
Qué ironía. Caroline había dicho entonces que ella prefería ser princesa. No se podía ni imaginar que un día le tocaría interpretar semejante farsa.
Eleanor no tenía ningún interés en la vida real. Le parecía que formar parte de la familia real era una obligación demasiado pesada. Eleanor le había dicho que, por mucho dinero que tuvieran los Marigny, no podían gastárselo porque el pueblo los criticaría.
Danny le ofrecía una vida fácil y cómoda, con el mismo dinero y más adoración. Lo único que debía hacer ella era estar siempre guapa y adorarlo también.
Caroline sabía que aquello no le satisfaría. Tal vez fuera la influencia de su padre, pero ella quería hacerse un hueco propio en el mundo. Él había utilizado el dinero que había heredado para viajar y conocer otras culturas, estudiando sus tradiciones para el futuro. Aunque no compartía con él su amor por el pasado, sí había heredado la idea de que había que esforzarse para conseguir lo que uno quería. Todo lo que merecía la pena tenía un precio.
El precio que ella debía pagar por aquel engaño le quedó claro cuando llegó a la limusina. Un chófer uniformado le abrió la puerta y el príncipe Michel salió del asiento trasero.
–Bienvenida a Carramer, Eleanor –le dijo tendiéndole la mano.
Cuando sus manos se rozaron, Caroline sintió un escalofrío. La fotografía que había enviado le hacía justicia. Aquel niño con el que ella solía jugar en el palacio de Solano era un hombre hecho y derecho. Tenía un toque travieso en los ojos y un mechón de pelo sobre la frente. Con los años, el pelo se le había oscurecido y tenía las sienes prematuramente plateadas, lo que lo hacía muy interesante.
Medía alrededor de un metro ochenta y tenía un cuerpo musculoso. Llevaba unos pantalones impecables y una camisa blanca, con un cinturón de cocodrilo.
Caroline sintió enrojecer y se obligó a mirarle a la cara. Tenía los rasgos de la dinastía Marigny, además de una mandíbula prominente, que a ella le recordó que de niño era un testarudo. No parecía haber cambiado en ese aspecto.
–Hola, Michel. Cuánto tiempo –contestó haciendo un esfuerzo.
–Demasiado –dijo el Príncipe poniéndole las manos sobre los hombros y dándole un beso en la mejilla. No había sido un beso romántico en el estricto sentido de la palabra, pero se sintió mareada y no era por el calor. Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener el decoro y no echarle los brazos al cuello.
Cuando se volvieron a mirar, vio que él también parecía mareado, como si el beso le hubiera afectado demasiado. Por un momento, temió que él se hubiera dado cuenta de todo, pero desterró aquel pensamiento. Seguramente solo sería la sorpresa de encontrarse con que la niña que él recordaba se había convertido en una mujer. A ella le debía de estar pasando lo mismo porque sentía un calor interno inexplicable y se le había acelerado el pulso.
–Me alegro de volver a verte –dijo él con voz profunda.
Caroline sintió un escalofrío por la espalda. Él se refería a Eleanor. Sabía que no iba a ser fácil, pero no se había imaginado que resurgiría con tanta fuerza el amor que sentía por Michel de pequeña. Debería sentirse agradecida de que no se diera cuenta de que era, en realidad, su gemela, pero se sentía molesta.
En el poco tiempo del que habían dispuesto tras recibir la carta, Eleanor le había enseñado a andar, a hablar y a comportarse como ella, pero ella era y sentía como Caroline Temple y una parte de ella deseó que aquella bienvenida del Príncipe fuera para ella. «En sueños», pensó, sabiendo que eso solo ocurría en el mundo de la fantasía.
Michel la ayudó a subir al coche mientras ella pensaba que debería tener cuidado para no confundir la realidad con la fantasía.
El coche se puso en marcha. El ruido de las motos de la escolta le dio la oportunidad de poner un poco de distancia entre ellos. Lo agradeció. No era solo el físico de Michel lo que le imponía sino también su actitud protectora. No estaba acostumbrada a sentirse frágil. Las dos hermanas se habían cuidado solas porque August Temple estaba entregado a la antropología. Semejante aura de protección le resultaba extraña.
Tal vez por eso ella se sentía más cómoda con hombres en los que no se podía confiar, como Ralph Davenport. Ella había creído estar enamorada de él hasta que, a la primera de cambio, la había engañado con otra. Le creyó cuando le dijo que apreciaba lo que tenía, pero al cabo de un tiempo se dio cuenta de que aquel hombre necesitaba más de una mujer en su vida. Y, de repente, él, un hombre que había esperado más de quince años a una mujer. Aquello tenía a Caroline anonadada.
Teniendo a Michel al lado era difícil siquiera recordar la cara de Ralph. Aquel hombre le había hecho mucho daño, pero habían bastado unos pocos minutos con el Príncipe para que no existiera ningún otro hombre. ¿Qué le estaba ocurriendo?
–¿Qué tal el vuelo? –preguntó Michel devolviéndola a la realidad.
–Muy bien. Mi bautismo en primera clase ha sido todo un éxito –contestó sin pensar.
–Creí que estarías acostumbrada por tu trabajo.
–Todavía no soy una top model –dijo recordando que se suponía que era una famosa modelo. Se rio e intentó recordar si Eleanor había volado alguna vez en primera. Creía que no.
–No creo que tardes mucho en convertirte en una de ellas, a decir por la foto de la portada de World Style.
–Veo que me has estado siguiendo la pista –dijo Caroline molesta.
–¿Te sorprende?
Caroline se había preguntado cómo saldría el tema.
–¿Te refieres a que lo has hecho porque estamos prometidos? Michel, tenemos que hablar de eso.
–Prefiero que nos volvamos a conocer antes de hablar de nuestro desposorio –dijo Michel.
Sus esperanzas de arreglar aquello cuanto antes y volver a Estados Unidos se desvanecieron, pero una parte de ella se reafirmó en su decisión. Cuanto más tiempo se quedara, más posibilidades de que descubriera el engaño. Aquello no impidió que se sintiera feliz por poder pasar más tiempo a su lado.
–¿Qué tal está tu hermana?
–Muy bien. Tiene un negocio