Lecciones sobre dialéctica negativa. Theodor W. Adorno
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Así como no es posible comparar la dialéctica negativa de Adorno con una “filosofía de la diferencia” en el sentido de Derrida, que coloca, junto a différence, la no palabra différance y hace creer, mediante el truco de prestidigitación, que puede eludir la fatalidad de encontrarse bajo el hechizo de la conceptualidad, tampoco puede hablarse, después del final del idealismo, de una identidad dada o realizable entre objeto y sujeto. La cosa y su concepto ya no coinciden de modo tal que el segundo pueda ser presentado como el contenido de la primera. La “cosa misma” no es “de ningún modo un producto del pensamiento; más bien lo no idéntico a través de la identidad”.16 Alcanzar la determinidad objetiva de la cosa necesita de un esfuerzo mayor, y no menor, del sujeto; necesita una “reflexión subjetiva más tenaz que las identificaciones que según la doctrina kantiana la conciencia lleva a cabo por así decir automática, inconscientemente. El hecho de que la actividad del espíritu, sobre todo la que Kant achaca al problema de la constitución, sea distinta de ese automatismo con el que él la equiparaba constituye, específicamente, la experiencia intelectual que los idealistas descubrieron, por supuesto, para enseguida castrarla”.17 Si la cosa de la filosofía, entretanto, es la esfera de lo no conceptual, que Hegel despreciaba y rechazaba como “existencia perezosa”, solo es posible hacer justicia a este elemento “oprimido, despreciado y rechazado por los conceptos”18 en el lenguaje conceptual. La dialéctica negativa no puede querer abolir la conceptualidad y la abstracción y sustituirlas por otro tipo de conocimiento que, impotente, debería rebotar contra lo real. Ella tampoco es inmediatamente reflexión en la cosa, sino reflexión de aquello que en esta impide tomar conciencia de la cosa misma; sobre el condicionamiento social de un conocimiento que solo es posible a través de la abstracción, por medio del lenguaje discursivo. Tal reflexión no quiere salir de la discursividad, sino que querría “descerrajar con conceptos lo que no entra en conceptos”.19 Cuando Adorno no temía hablar en la forma de la definición sobre aquel conocimiento en el que él pensaba como algo a lo que habría que aspirar, lo vinculaba ineludiblemente al concepto: “La utopía del conocimiento sería abrir con conceptos lo privado de conceptos, sin equipararlo a ellos”.20 Esto no conceptual, sin embargo: la cosa misma, lo no idéntico o lo carente de intención –conceptos con los que Adorno intentó interpretar aquello que sería otra cosa que solo ejemplar de su género– no es algo ya dado o preexistente en algún lugar a lo que únicamente no llega aún el conocimiento, sino que se encontraría en primer lugar “en la explicitación de su sentido social, histórico y humano”,21 pero está contenido, sin embargo, como su potencial en los propios conceptos abstractos; un potencial que constriñe a ir más allá de su fijación rígida, cerrada. La dialéctica negativa busca satisfacer esta constricción y, de esta manera, abrir a lo nuevo las categorías que han clasificado y paralizado de una vez para siempre lo real.
Lo no idéntico no es abierto por ningún concepto aislado –precisamente esto había inducido, antes bien, a criticar la “mera” conceptualidad–, sino en todo caso por una pluralidad, una constelación de diferentes conceptos individuales: “Sin duda, el concepto clasificatorio bajo el que cae en cuanto ejemplar lo individual no abre a este, pero sí lo hace la constelación de conceptos que el pensamiento constructivo aporta a esto. Comparación con la combinación de números en las cajas de seguridad”.22 Así dice Adorno en sus anotaciones para las presentes lecciones. El pensamiento de un pensar constelativo o configurativo se encuentra entre las que poseen un desarrollo más dilatado e intenso en Adorno. Ya en la conferencia “La idea de historia natural”, de 1932, una suerte de primer escrito programático de su filosofía, conoce la profunda insuficiencia de pensar en conceptos universales que suprimen lo mejor de lo existente que se trata de conocer, aquello que, en cada caso, constituye lo específico de cada individuo; para ser manipulable, el concepto retiene, de las cosas a las que ha de referirse, solo aquel elemento abstracto que ellas comparten con otras muchas. Contra el proceder mediante conceptos universales, Adorno querría ofrecer uno con una “estructura lógica diferente”: “Es la de la constelación. No se trata de explicar unos conceptos a partir de otros, sino de una constelación de ideas […] A las que no se recurre como ‘invariantes’; buscarlas no es la intención al plantear la pregunta, sino que se congregan en torno a la facticidad histórica concreta que, al interrelacionar esos elementos, se nos abre en toda su irrepetibilidad”.23 El único objeto de su filosofía era para Adorno la “irrepetibilidad” o la “facticidad histórica concreta”; a esto se aferró hasta en sus trabajos más tardíos, aunque nunca haya proporcionado una teoría desarrollada, en sí coherente o al menos unívoca sobre el conocimiento en constelaciones. Ni siquiera los miembros a partir de los cuales se constituyen las constelaciones y configuraciones o en los cuales estas se reúnen fueron siempre los mismos: conceptos, ideas, momentos, τὰ ὄντα: con ellos tiene que ponerse a prueba el pensar constelativo. “La determinidad de la filosofía en cuanto configuración de momentos es cualitativamente distinta de la univocidad de uno cualquiera de ellos incluso en la configuración, ya que esta, a su vez, es más que la quintaesencia de sus momentos y otra cosa que ella; pues constelación no es sistema: no se allana, no asimila todo a ella, sino que uno proyecta luz sobre el otro, y las figuras que los momentos singulares forman juntos son unos signos precisos y determinados y un escrito legible”.24 Por insatisfactorias que sean las explicaciones epistemológico-metodológicas que se encuentran con abundancia en la obra de Adorno acerca del concepto de constelación, la teoría de las constelaciones fue concebida como contraparte de la epistemología tradicional. Esta teoría solo es realizada en los trabajos materiales de Adorno, que en su totalidad son definición de aquellos signos, lecturas de aquella escritura en los cuales la constelación compone el mundo existente. La dialéctica negativa es dialéctica de la no identidad: esto significa que el contenido de verdad de la experiencia intelectual, que aquella dialéctica engendra, es un contenido negativo. Dicho contenido registra no solo que el concepto nunca valora debidamente a lo que está comprendido por él, sino también que lo existente no se corresponde –aún no lo hace– con su concepto. “En la situación irreconciliada, la no identidad se experimenta como algo negativo”:25 esto constituye la signatura filosófico-histórica de la dialéctica negativa y de su forma de experiencia intelectual.
La introducción a Dialéctica negativa, así como las Lecciones sobre dialéctica negativa –que se remite a aquella y que practica variaciones sobre ella– son trabajos tardíos, no solo en el sentido literal de que han sido escritos y dictados cuando el manuscrito de Dialéctica negativa ya estaba terminado; también en el sentido de que, a causa de la muerte de Adorno, remiten al final de su obra, constituyen escritos tardíos en el sentido biográfico; ante todo, ambos pertenecen a aquella “filosofía última” que Adorno consideraba “actual” una vez que el colapso de la civilización y la cultura en la primera mitad del siglo XX introdujo una era de barbarie que desde entonces persiste.
La edición infelizmente fragmentaria de esas lecciones se basa, para las diez primeras clases, en las transcripciones de las grabaciones magnetofónicas que fueron preparadas en el Instituto de Investigación Social y que hoy están conservadas en